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Homenaje de los socialistas europeos a Kreisky, que hoy cumple 75 años

Bruno Kreisky, un eminente jubilado que no se resigna a retirarse del todo de la escena política internacional, en la que desempeñó un importante papel durante los últimos 30 años, cumple hoy tres cuartos de siglo. El ex canciller austriaco y veterano dirigente socialista recibió ayer un homenaje de sus camaradas del movimiento socialista europeo.El lugar para celebrar los 75 años de este hombre de Estado, el palacio de Belvedere, en Viena, es todo un símbolo de la historia austriaca. Construido por el príncipe Eugenio de Saboya, fue, tras la II Guerra Mundial y la ocupación aliada, el escenario de la firma del acuerdo de Estado por el que Austria recuperaba su soberanía en 1955. En las fotos de aquel acto ya aparece, con pelo rubio rizado, el joven secretario de Estado para Asuntos Exteriores que años después, tras su nombramiento como canciller federal en 1970, ganaría para Austria un prestigio internacional que no había tenido desde el desmoronamiento del imperio austro-húngaro.

Durante 13 años, Kreisky gobernó un país que le venía pequeño para el desarrollo de sus virtudes diplomáticas y su visión de la política internacional. En la política interior, consiguió implantar un modelo de socialismo democrático basado en el diálogo entre las partes sociales que fue ejemplo de estabilidad social y económica. Con gran visión de las posibilidades que la neutralidad de Austria abría para las relaciones económicas y comerciales con el Este y el Oeste, logró crear un amplio bienestar social en un país carente de recursos naturales propios.

Siempre fue, sin embargo, un personaje muy controvertido. Idolatrado por una gran mayoría, siempre fue criticado por la derecha conservadora, que le acusaba de crear un sistema igualitarista y no competitivo. En su política exterior utilizó su posición como dirigente de un país neutral para llevar a cabo numerosas mediaciones en conflictos entre el Este y el Oeste y en Oriente Próximo, y erigirse en interlocutor respetado en Moscú y Washington, Trípoli y Londres, Bagdad y Teherán.

Su firme compromiso en defensa del derecho del pueblo palestino a crear un Estado propio le granjeó la enemistad de los dirigentes de Israel, que ven en Kreisky, de origen judío, un renegado detestable, como en una ocasión dijo el actual primer ministro israelí, Simón Peres. Israel olvida con frecuencia que fue Kreisky el que logró el permiso de emigración de la Unión Soviética para decenas de miles de judíos y que, gracias a él, soldados israelíes prisioneros de organizaciones árabes pudieron volver a sus hogares.

En 1983, Kreisky, aquejado de grave insuficiencia renal y harto de la lucha política cotidiana austriaca, advirtió al electorado que, de no ganar las elecciones con mayoría absoluta, se retiraría. Así fue, y desde entonces el veterano socialista, hijo de una familia adinerada, que ya en sus años de juventud pasó por las cárceles del nazismo pasa largas temporadas en su pequeña casa en la isla de Mallorca, donde recibe a políticos, imparte consejos y de cuando en cuando hace alguna de sus polémicas declaraciones.

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