Zapatero, a tus zapatos
El programa del concierto reunía un indudable y doble atractivo: el de la belleza y la infrecuencia. Si quizá pueda disculparse que en nuestro país no se toque demasiada música inglesa, no puede hacerse otro tanto con las de Haydn o muy especialmente Schubert, compositor un tanto olvidado por nues ros programadores. Por eso la unión de la jovial Quinta sinfonía de Schubert, el brillante Concierto para trompeta de Haydn y las Variaciones enigma de Elgar, junto a un digno solista y un apreciable director, presuponían una buena tarde musical. Los resultados fueron después muy diversos.Versiones como la que Gibson y la ONE realizaron de la sinfonía de Schubert aclaran algunos de los posibles motivos por los que la música del austriaco no llega a calar del todo en el público. Sólo unos tibios y protocolarios aplausos coronaron la ejecución -y valga aquí el doble sentido-, desleída, decolorada y ajena a su auténtico mensaje. Ante el concepto del director escocés, mazacote musical frente a la gracia y agilidad de la partitura, la orquesta no supo qué dirección tomar y algunos de sus defectos, como la rudeza de la cuerda, quedaron más al descubierto. Sinceramente, continuamos sin escuchar a Schubert, y para lecturas como la presente mejor sería dejar que continuara descansando..
Orquesta Nacional de España
Director: A. Gibson. J. M. Ortí, trompeta. Obras de Schubert, Haydn y Elgar. Madrid, Teatro Real. Madrid, 10 de enero.
José María Ortí tocó con musicalidad, pulcritud y clase el breve pero agradecido concierto de Haydn, quizá un punto pendiente en exceso de responder con exactitud a las considerables exigencias de la obra, lo que le restó espontaneidad, pero justificó sobradamente que sea reclamado para actuar junto a otras agrupaciones sinfónicas extranjeras y mereció el gran éxito que obtuvo. Por último, Gibson, que había acompañado rutinariamente a Ortí, mejoró su intervención con una buena versión de las Variaciones enigma, música con la que claramente se le percibía más identificado. Su seguridad contagió a la orquesta para redondear una interpretación sin fisuras. Válido resultó aquí el refrán: zapatero, a tus zapatos.