Chapuzas

Al pronto, mal lo vamos a pasar. Sabias bocas nos deletrean que hay que esforzarse para competir en Europa.Uno comprende el hormigueo nervioso de esos patronos patrios acostumbrados al trato provinciano teniendo que vérselas ahora con extrañas babeles y con ejecutivos bárbaros. Pasará, aunque mal, el tener que negociar en catalán o vasco, pero tener que regatear cuatro dólares en garganteos incomprensibles es como un tanto confuso y lioso. Y qué me dices, oye, del follón que te montan por un mes de nada que hemos tardado en mandarles las máquinas. Y no te quiero contar si por medio milímetro no ajusta la más mínima pieza. Eso sí, ni una mala voz: te devuelven el lote con una amabilidad exquisita. Unos quisquillosos. Aquí se suele recelar del que lleva nuevas ideas a la empresa; al que cumple, pero no barea con los compañeros, se le aísla, y se destaca más la simpatía que la competencia. En resumen, hay más bares que fábricas. ¿Dónde vas con la herramienta? Ya ves, a hacer una chapuza. Y la hace. La chapuza, tan popular y necesaria, es la picaresca del trabajo. La pena es que ya no quedan lazarillos ni buscones, sólo chapuzas de ellos. Si el lenguaje es expresión del pensamiento, o al revés, que tanto da el sexo de las neuronas y, en definitiva, del hombre, no hay duda que el español es chapucero. No lo dijera yo, Dios me libre: insignes compatriotas han cantado y cantan al chapucero ideal: mucho gran decir y poco bien hacer. Héroe que no puede ser más que español, por tener raíz exclusivamente nuestra (y tan común que no se nos encarecía el conocimiento del personaje: imposible escribir un solo folio sin recordarlo). Lo curioso es que su creador un poco se burló / compadeció de él, poniéndolo como ejemplo ridículo de admirada y vana hombría. Porque, desocupado lector, ¿que es, qué hace, don Quijote?-