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Fatima el Hajj, premio Picasso, expuso en Beirut en un paréntesis de la guerra

"Es un paréntesis en la guerra, la gente necesita respirar, y por eso han acudido en tan gran número a mi exposición", afirmaba recientemente Fátima el Hajj, pintora libanesa ganadora del Premio Internacional Picasso 1985, visiblemente satisfecha por el público que se agolpaba ante sus cuadros en el Centro Cultural Hispánico de Beirut.Acababan de cortar la luz en gran parte de la capital libanesa, a lo lejos se oía esporádicamente crepitar alguna metralleta, pero la jornada había sido lo suficientemente tranquila como para incitar a centenares de personas a desplazarse hasta esa dependencia de la Embajada de España para ver, y acaso comprar, las 42 acuarelas, óleos, guaches y grabados de esa joven pintora shií libanesa de 32 años de edad, galardonada por el Instituto Hispano-Árabe.

"Es como una terapia colectiva, como una pausa que permite coger fuerzas para seguir resistiendo en este entorno bélico", proseguía Fátima el Haji, mientras su mirada recorría la asistencia compuesta por intelectuales libaneses que aún no han optado por el exilio, algunos altos funcionarios y varios diplomáticos occidentales acompañados a veces, como el encargado de negocios suizo, por dos corpulentos guardaespaldas.

A entregar el premio a Fátima y su correspondiente talón de 200.000 pesetas por el cuadro semifigurativo de inspiración oriental con el que ganó el Picasso no acudió nadie de la Embajada de España, y a la inauguración tampoco vino ningún representante oficial español.

Al jefe de la misión, Pedro de Arístegui, Madrid le tiene prohibido cruzar el sector musulmán de la capital, y el director en funciones del centro cultural, Juan Manuel Molina, lleva meses sin aparecer por la institución que supuestamente dirige.

Los gendarmes libaneses, tan frecuentemente vapuleados por las diversas milicias, destacados para custodiar el centro cultural durante el cóctel de inauguración tomaron posiciones estratégicas en torno al pequeño bufé, donde parecían apreciar especialmente la sangría que la piadosa familia islámica de la pintora se resistió a probar porque contenía alcohol, aunque sus primas, más libertinas, se atrevieron a olfatear.

Al concluir la recepción, Fátima el Haji, ex alumna de las escuelas de Bellas Artes de Leningrado y de Artes Decorativas de París, se mostró contenta porque en un país tan golpeado por la crisis económica y la guerra como Líbano había vendido ocho cuadros.

Poco antes de las siete de la tarde, el último invitado se despidió y se adentró, para regresar a su casa, por las calles ya desiertas y carentes de alumbrado de Beirut.

Como cada noche, las milicias empezaban entonces a erigir en la oscuridad sus controles callejeros y sus efimeras barricadas.

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