Monstruo
Cada año sale una nueva promoción de computadoras. A su vez, cada año viene al mundo también una nueva cosecha de seres humanos. Máquinas y mortales crecen juntos, copulan entre sí, comparten idénticas ilusiones, pero sólo se entienden o se aman mutuamente si pertenecen a la misma generación. Los padres no comprenden a los hijos. Tampoco los viejos ordenadores saben nada de los gustos y sentimientos de los aparatos recién nacidos. Ignoran su programa de vida, el futuro que les espera o el camino que van a elegir para ser felices. Los últimos ingenios de la microelectrónica ya tienen alma, pecado original, sentido de¡ deber, complejo de culpa y ansias de volver al útero materno. A este paso dentro de poco habrá que bautizarlos. ¿Imagina usted a un ordenador, aunque sea japonés, envuelto en pañales, llevado a la pila de una iglesia cristiana? Lo peor de estas máquinas es el subconsciente. Allí les anida el espíritu del mal y en fábrica no se han enterado todavía.Causa un poco de espanto contemplar esa amalgama de cables y carne sonrosada, viscosos cerebros de niño y refinados artefactos, ambas partes con igualdad de derechos, que juegan a excitarse y luego a fecundarse para engendrar unas criaturas intermedias. Cada aparato selecciona a su pareja humana buscando en ella el mismo grado de amor y de inteligencia, escupe de forma racista a la gente inferior a su nivel, desprecia a cuantos no le adoran.
A nosotros nos abaten los jóvenes y a nuestros antiguos cacharros los humillan todos los años los nuevos modelos electrónicos que aparecen en el mercado. He aquí el moderno destino de mi generación, el método más sutil de tortura: en casa no entender nada de hijos, en el trabajo no entender nada de máquinas, estar sobrepasado por la naturalidad de los adolescentes y por la sensibilidad de la electrónica, ver cómo los descendientes se meten el ordenador en su cama por la noche y oír los gritos del mutuo deseo cuando ellos se acaricien las zonas erógenas, y finalmente tener un nieto anfibio, mezcla de hueso y computadora, para concentrar en él toda nuestra ignorancia.
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