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Tribuna:EL SÍNODO Y LA REVISIÓN DEL VATICANO II
Tribuna
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¿La sal de la tierra o la zona residencial del mundo?

A propósito del actual sínodo de obispos se ha hablado insistentemente de conatos de restauración o de revocación solapada del Vaticano II. No sabemos lo que hay de verdad en esos rumores, pero sí quisiera exponer cuáles son, en mi opinión, los ejes de la controversia.Condensando mucho se podría decir que toda la discusión gira en torno a dos posibles modelos de relación de la Iglesia con el mundo. Y simplificando otro poco se podría decir que esas formas de relación son la del fermento con la masa y la de la zona residencial con el barrio. ¿Qué afirma el primer modelo? Que la fraternidad es un valor humano, consistente e importantísimo: es el único valor que puede convertir esta vida en digna del hombre. Y en ese Valor se encuentran unidos el creyente y el no creyente. El cristiano aporta a esa fraternidad su valor específico de creyente: la filiación de Dios que posee cada hombre, y que se relaciona con el valor fraternidad dándole un fundamento, garantizándole una plenitud, exigiéndole críticamente y buscándolo con un estilo propio que, para el creyente, es el estilo de Dios: precisamente porque cada hombre tiene esa dignidad de hijo, el valor fraternidad sólo puede ser buscado a través de la libertad. Por eso no puede haber ningún Gran Hermano como el de Orwell que imponga ese valor a puñetazos, pues el único Gran Hermano que conoce el creyente es Aquél que recibió los puñetazos de todos.

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Pero el cristiano, a la vez que cree hacer ese servicio a lo humano, se reconoce necesitado del servicio y de la crítica de lo humano. Por expresa voluntad de Dios, la fraternidad humana es la única que puede decidir sobre la verdad de una filiación divina. Y por eso, el cristiano de este modelo, aunque piense que una fraternidad sin filiación es manca (y podría ser hasta muerta), sabe también que una filiación sin fraternidad es falsa y puede ser hasta hipócrita. Lo vertical da razón de lo horizontal, pero lo horizontal controla y verifica la autenticidad de lo vertical.

La Iglesia, como isla afortunada

Para el segundo modelo, la fraternidad sólo es una forma apendicular y algo degradada del ser hombre, que dista tanto de la calidad humana de la filiación como Vallecas puede distar de Somosaguas. El cristiano de este modelo se experimenta como un morador de la mejor zona residencial del mundo, y desde allí mira a los demás hombres como a los pobres habitantes de un barrio a medio hacer. La Iglesia se siente a sí misma como primer mundo del espíritu y mira al resto del planeta como una especie de tercer mundo a conquistar para el imperio.

No es difícil ver las consecuencias que se siguen de este modelo. El barrio estorba o desagrada a la zona residencial. En consecuencia, para salvar la filiación de Dios convendrá apartarse de la fraternidad con los hombres (sin agredirla expresamente, pero sí desentendiéndose de ella lo más posible). La filiación se convierte no en fundamento de la fraternidad, sino en una excusa contra la fraternidad; no en una planificación de la fraternidad, sino en una desvalorización de la fraternidad.

Para el cristiano de esta postura, los hombres nunca dicen en realidad "nosotros", sino únicamente "yo" o, a lo más, "nosotros solos" (cerrando ese "nosotros" a toda apertura). Y no es que ande muy desencaminado al pensar así. Pero entonces él se permite castigar a los hombres diciendo en realidad "Padre mío", sólo mío, en lugar de "Padre nuestro". En todo caso, la única fraternidad que conoce este segundo modelo no es la del Padre nuestro (¡de todos!) sino la del Padre de los míos. En resumen: para el primer modelo, "la gloria de Dios es que el hombre viva" (san Ireneo); para el segundo modelo, la gloria de Dios es que el hombre le nombre y le alabe.

El Vaticano II significó en la historia de la Iglesia la opción clara y decidida por el primer modelo de presencia en el mundo. Con esa opción la Iglesia no se modernizó ni se adaptó ni buscó estrategias nuevas, sino que volvió a ser simplemente Iglesia del Evangelio de Jesucristo. Pablo VI lo formuló con lucidez y valentía notables en el discurso de clausura del Vaticano II cuando se preguntó públicamente si "todo cuanto hemos dicho y aún podríamos decir sobre el valor humano del concilio habrá acaso desviado la mente de la Iglesia hacia la dirección antropológica de la cultura moderna". Y sorprendentemente no respondió con el claro "desde luego que no" -que cabría esperar del estilo pontificio-, sino con mucha más honradez y exactitud: "Desviado, no; vuelto, sí".

¿Están justificados los temores de que el presente sínodo vaya a significar un abandono de ese modelo del Vaticano II y una vuelta al otro? La verdad es que hasta hoy, 25 de noviembre, en que escribo, los fieles no sabemos demasiado. Pues la mayoría de las jerarquías eclesiásticas sigue pensando que las únicas responsabilidades del fiel en la Iglesia son las de obedecer y pagar, y, por tanto, sólo informan de algo cuando hay una orden que dar o un dinero que pedir. En favor de la sospecha restauracionista hablan muchos detalles, como el de declarar secretos los documentos preparatorios (¡qué contraste con la preparación de Puebla o de los documentos de los obispos norteamericanos!). En contra están las declaraciones tranquilizadoras de algunos de los cardenales más abiertos, aunque este dato no sea del todo fiable, ya que ese tipo de declaraciones se hacen a veces para no alarmar o para crear estados de opinión que presionen y compensen otras fuerzas.

Pero sí podemos decir que todo intento de llevar la Iglesia al segundo modelo no la salvaría, sino que la convertiría en sinagoga. Pues el segundo modelo se apoya en la más humana de todas las tentaciones, que hoy está condensada en el sistema reaganiano de valores que domina al mundo occidental y que se resumen en este dogma: la seguridad nos hace fuertes. Mientras que el primer modelo se apoya en la mayor de las exigencias que se le hacen al hombre, y que está resumida en aquella frase de Jesús: la verdad os hará libres. Y la verdad para Jesús es que los hombres son hijos de Dios y por eso son hermanos. Esta fe libera. La otra aliena.

José Ignacio González Faus es jesuita, profesor en la facultad de Teología de Barcelona.

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