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Presentada en la catedral de Vitoria una misa desconocida de Domenico Scarlatti

ENVIADO ESPECIAL El santuario de Aránzazu, una de las claves espirituales de Euskadi, conserva un archivo musical de altísimo interés, que fue muy bien catalogado por el musicólogo guipuzcoano Jon Bagües y publicado por la Caja de Ahorros en 1979. Una de las piezas que llaman la atención del lector curioso es la señalada en los manuscritos 368/369: Misa a cuatro voces, para dos coros y orquesta, de Domenico Scarlatti. Se trata de algo distinto a la denominada Misa de Madrid, que conserva el Real Palacio, y ofrece la particularidad de que ningún estudioso scarlattiano la reseña.

Ahora, el profesor de música de cámara de la Escuela de Música Jesús Guridi, de Vitoria, el organista y clavecinista José Rada, ha presentado la misa, con razón denominada de Aránzazu, en una producción patrocinada por el Gobierno vasco y las diputaciones forales de Álava Vizcaya y Guipúzcoa.

Como suele suceder en estos casos, la absoluta garantía de autenticidad resulta casi imposible, pues los manuscritos (copias, como sucede en casi todo Scarlatti) llevan el nombre de Domingo Escarlatti, sin mayores especificaciones. En este caso, las partes instrumentales que faltaban fueron reconstruidas por un anónimo monje franciscano que oculta su nombre tras el seudónimo de Serafín Llagado. Hay quien piensa que tal monje no existió y que se trata en realidad del conde de Peñaflorida, el fundador de la Sociedad Vasca de Amigos del País y animador de los Caballeritos de Azcoitia, un grupo de ilustrados que ejerció gran influencia en el País Vasco durante el siglo XVIII.

Melodía acompañada

En todo caso, la misa -excelentemente interpretada en la catedral de Vitoria por un conjunto coral e instrumental formado al efecto y dirigido por José Rada- aparece con caracteres estilísticos muy distintos a la de Madrid: perfectamente tradicional en su polifonía contrapuntística, heredera de la Escuela Romana y Española, la Misa de Madrid suena de otro modo a ésta de Azcoitia, en la que las cuatro voces parecen servir a una idea de melodía acompañada, y la brevedad de las proporciones de cada número adopta un aire más próximo al Scarlatti de España, es decir, al de las Sonatas y Ejercicios.En todo caso, la obra es bella, a pesar del convencionalismo de la parte instrumental, y su estreno constituye una importantísima contribución al tricentenario del gran músico napolitano-madrileño. Junto a los pentagramas scarlattianos escuchamos las Lamentaciones de Jeremías, de Antonio Soler, y tres páginas del conde de Peñaflorida, entre las que destacó, por su conmovedora belleza, el Miserere. De todo punto responsable y valiosa la aportación del transcriptor, el citado Jon Bagües.

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