Al público le gusta
Andrea Chénier forma parte de aquellas óperas ante las que la crítica debería callar por simple pudor histórico, pasando la batuta -¡y el peso!- de la valoración al público. Fue éste, en efecto, quien en su día -un 28 de marzo de 1896, para la exactitud- decidió que la obra de Umberto Giordano tenía derecho a la inmortalidad, pese al juicio de los expertos.Conocidas son las, dificultades por las que atravesó Giordano hasta conseguir que la pieza llegara a las tablas de la Scala: Edoardo Sonzogno, auténtico hamlet de la editoria musical, retiró por dos veces la subvención al joven compositor, convendido de que malgastaba sus fondos en alguien que carecía de talento. La obra pudo llegar al feliz momento de su estreno gracias sobre todo a Mascagni.
Andrea Chénier
De Umberto Giordano. Eva Marton, Lando Bartolini, Viceng Sardinero y Piero di Palma en los principales papeles. Producción y dirección escénica Hugo de Ana, Teatro de la Zarzuela de Madrid. Orquesta y Coro del Teatro del Liceo. Dirección: Romano Gandolfi. Teatro del Liceo. Barcelona, 22 de noviembre.
Aún hoy pueden leerse en prestigiosas enciclopedias musicales juicios negativos que sitúan a Andrea Chénier entre las obras menores del llamado verismo. Sin embargo, ahí está la ópera, temporada tras temporada, en los mejores teatros del mundo: el público ha sido y sigue siendo el mejor juez.
Pues bien, el público recibió con cierta frialdad la versión del Liceo. Es posible que influyera en él algún tipo de resaca, tras el memorable y exitoso estreno del Moses und Aron que abrió la temporada de este año. Resaca apreciable también en la orquesta y en el coro, que no estuvieron ciertamente al nivel de su primera actuación. Con todo, sería injusto no destacar los numerosos aciertos, que también los hubo.
Eva Marton convenció en el papel de Maddanlena de Coigny por ese chorro de voz que consigue sobreponerse a cualquier adversidad y que es siempre su más eficaz -aunque no su más matizada- tarjeta de visita. La recordábamos mejor en la Tosca que ofreció la temporada pasada, a las órdenes del mismo director, Romano Gandolfi, y acompañada en las dos últimas representaciones que se dieron de la obra por el mismo tenor, Lando Bartolini. A éste el duelo con la Marton le resulta a todas luces perjudicial. Tiene un bonito fraseo y se mueve bien en la escena, pero se oye poco: en el dúo de la prisión pasó algún apuro para mantener los agudos al nivel de la que por momentos no supimos si era su amada o su mal empedernida rival. Es un papel definitivamente para grandes voces: el apego que le han tenido los varios Zenatello, Lauri-Volpi, Gigli, Del Monaco, Corelli y, en nuestros días, José Carreras así lo confirman.
Nos gustó Vicenç Sardinero en el papel del infame redimido Carlo Gérard: si su bella voz en algunos momentos quedó eclipsada por las sonoridades procedentes del foso, ello no quitó que se mostrara convicente a lo largo de la velada. Sol vero la passione! (Lo único verdadero es la pasión) fue el leitmotiv que presidió toda su actuación y no sólo la conclusión del Nemico della patria, su más celebre intervención durante el tercer acto. Bien también Rosa María Ysàs, sensible a la psicología de su traviata Bersi; Vicenç Esteve en su doble intervención como Pietro Fleville y Fotiquier Tinville y Piero di Palma como inquietante espía del poder.
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