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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Colombía y la teoría del desastre

APENAS SE enjuga el dolor por una gran catástrofe surge otra que la supera, si podemos aplicar la medida de superación en el número de víctimas humanas causadas. No es fácil, ante acontecimientos como el de Colombia, que sucede en emoción al de México, limitarse a una mansa resignación que se somete a las formas habituales de la apelación resumida en el nombre de providencia o a cualquier otra astrología, ni a la apelación a la casualidad. Hay un instinto que busca culpables; quizá la ciencia, capaz de hermosas conquistas, pero insolvente para conjurar los riesgos a los que llamamos naturales: terremotos, tornados, volcanes. Hay una lucha del hombre frente a una brutalidad de la naturaleza, y hay una llamada a la humildad con respecto a las conquistas realizadas cuando se produce un hecho de esta magnitud.La teoría de las catástrofes, del francés René Thom, a la que ya aludíamos en el gran suceso de México, es una imaginación matemática aplicada a veces a las ciencias sociales, a la economía y a la política, de la que se puede hacer una aproximación un poco ruda en estos acontecimientos: hay una transgresión de leyes que hace que un determinado sistema se convierta en catástrofe al pasar de un cierto punto. El Etna se llevó en Pompeya un número de vidas y de bienes incomparablemente menor a las causadas por el Nevado del Ruiz en razón a que la transgresión del sistema ha acumulado poblaciones en torno a puntos capaces de originar catástrofes como si fuesen imposibles o hubiera que hacer abstracción de su posibilidad.

En las mismas condiciones están viviendo hoy millones y millones de personas en zonas del mundo donde las probabilidades de desastre son mayores, y la circunstancia de que esas zonas enormemente pobladas en lugares de riesgo estén situadas en el Tercer Mundo puede no ser enteramente una casualidad. Otras transgresiones se pueden achacar a la civilización en sí o al desarrollo: los inmensos incendios urbanos, la angustia por los escapes o desastres nucleares, las presas rotas o las catástrofes de la aviación. La humanidad es al mismo tiempo vulnerable a la irrupción no controlada de la naturaleza, a la que ofrece cada día mayores concentraciones humanas y a la fragilidad que esto conlleva.

No hay, en efecto, capacidad suficiente para contener el galope demográfico que incrementa la enfermedad y la miseria, ni para determinar los lugares en que se concentran las poblaciones. Tampoco existen facultades para controlar los fenómenos universales que exceden de su origen topológico -el fuego en el interior de la Tierra, la ola en su medida aceptable, la falla de la Tierra en su inmovilidad sin riesgo-, ni para preverlos ni para alejarse de ellos. No la hay siquiera para suprimir una catástrofe cotidiana y permanente como la del hambre y la miseria que se desarrollan sobre dos tercios de la hu manidad, y que causa más víctimas que cualquiera de estos desastres, a pesar de que tenemos los conocimientos necesarios de sus causas y de sus posibles paliativos. Y en esa forma de desastre quizá se comprenda mejor que la transgresión no siempre es fruto de la necesidad o del azar, sino muchas veces de la misma estructura de la sociedad humana en tanto que especie organizada.

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La posibilidad de prever las catástrofes como fórmulas de repetición de lo que irrumpe y la de tener, por tanto, preparados sistemas de auxilio, de ayuda inmediata y de solidaridad mundial tampoco están activadas. Se inventan en cada caso, como en éste nuevo de Colombia, en forma de muestrario de acciones sueltas, muchas veces propagandísticas, casi siempre improvisadas. Es quizá en este punto donde más se podría hacer, y para él no están preparadas las grandes organizaciones internacionales. Quizá en un sistema de transgresión como el que estamos obligados a vivir, y como el que estamos creando sin remedio, sería ya imprescindible un sistema permanente de ayuda entre todas los naciones.

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