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"CUMBRE" EN GINEBRA

Todos los hombres del presidente

Un equipo asesorará en todo momento al máximo dirigente estadounidense

Francisco G. Basterra

Ronald Reagan de 74 años, el presidente más viejo de la historia de Estados Unidos, no estará solo con su intuición, su poderosa personalidad y los conocimientos conseguidos con los deberes acelerados que ha realizado sobre la Unión Soviética cuando el martes, a las diez de la mañana, en el castillo ginebrino de Fleur d'Eau, se siente frente a Mijail Gorbachov, de 54 años, el líder más joven de la URSS de las últimas décadas. A su lado, o en la habitación contigua, estarán los hombres del presidente; en el fondo, los verdaderos autores de la línea argumental y de las posiciones que adopte Reagan. Aunque éste será el último responsable de lo que ocurra en la cumbre, el presidente no negociará nada que no esté ya fijado de antemano.

El guión a seguir por el viejo actor de Hollywood está escrito fundamentalmente por un equipo formado por el secretario de Estado, George Shultz; el consejero de Seguridad Nacional, Robert McFarlane, y el jefe del gabinete presidencial, Donald Regan. El secretario de Defensa, Caspar Weinberger, desplazado políticamente en esta ocasión por la troika anterior, no estará en Ginebra, pero sus consejos y sus posiciones serán tenidos en cuenta por el presidente, que sigue estimando su opinión poco partidaria de negociar acuerdos de control de armamentos con Moscú. Estas personalidades serán apoyadas por un segundo nivel de expertos sin peso político específico pero buenos conocedores de las relaciones soviético-norteamericanas.Por tanto, no caben excesivas sorpresas, aunque siempre es el presidente quien decide la suerte definitiva de una cumbre. El espíritu del encuentro y el tono futuro de las relaciones entre los dos países serán marcados por la interpretación final que haga Ronald Reagan en los dos días de reuniones. Lo más valioso será el contacto personal de los dos líderes y la relación química que pueda establecer se entre dos hombres diametralmente opuestos, con el único punto de coincidencia de que ambos tienen la posibilidad de apretar el botón nuclear. Antes de volar a Ginebra, Reagan se ha manifestado convencido de que su influencia personal, no los trabajos preparatorios de sus subordinados, será decisiva en la cumbre.

El rasgo más importante de los hombres del presidente es su frágil consenso sobre cómo afrontar el proceso de reducción de arma nucleares. Hasta el último momento, los asesores presidenciales no han sido capaces de llegar a un acuerdo, y sólo la proximidad de la cumbre ha permitido cerrar filas. Se han repetido las escaramuzas del primer mandato presidencial entre palomas y halcones. Como entonces, el Pentágono se ha enfrentado al Departamento de Estado y, finalmente, el presidente ha zanjado, de momento, a favor de los pragmáticos, encabezados por Shultz y McFarlane.

La baza de última hora de los hombres del Pentágono ha sido el informe presentado esta semana sobre las violaciones de los tratados de control y limitación de armamentos por parte soviética. Sin embargo, la Casa Blanca ha parado un informe más duro en el que se consideraban represalias, que queda aplazado hasta después de la cumbre. También el Pentágono, utilizando al astuto subsecretario Richard Perle, autor de todas las piedras colocadas en el camino de los intentos de control de armamentos, jugó la carta sorpresa de una nueva interpretación del tratado ABM. Para su presentación usó a Robert MacFarlane, pero finalmente los pragmáticos del Departamento de Estado lograron convencer al presidente de que EE UU debe realizar una interpretación restrictiva del Tratado sobre Defensas Antimisiles. Esto es, la que entiende que el mismo sólo permite la investigación, pero no las pruebas y el despliegue de la guerra de las galaxias. Perle sí estará en Ginebra, vigilando a los pragmáticos y como alter ego de Weinberger.

El segundo dato importante del equipo norteamericano que arropa a Reagan es la inexistencia en el mismo de un gurú de los temas estratégicos, papel que Henry Kissinger realizó con Richard Nixon o Zbigniew Brzezinski con Jimmy Carter. Para algunos expertos, como el sovietólogo Helmut Sonnenfeldt, esto es una ventaja, "ya que, cuando hay un solo gurú, no hay nadie más para equilibrar el pensamiento del presidente, y los gurús se han equivocado mucho en el pasado". Para otros, sin embargo, el problema no es que la Casa Blanca no tenga un especialista que destaque en las relaciones con los soviéticos, "sino que piensa que no lo necesita".

McFarlane es una personalidad ordenada, muy fiel al presidente, pero que siempre ha sido un número dos de Kissinger, Brent, Scowcroft o Alexander Haig. Su falta de ego y su capacidad de trabajar en equipo han conseguido acabar con las tradicionales disputas entre el Departamento de Estado y la Casa Blanca sobre política exterior. Es el responsable del frágil consenso logrado por la Administración cara a las relaciones con la URSS, y ha resuelto satisfactoriamente la ímproba tarea de acercar las posiciones de Shultz, Weinberger y el director de la CIA, William. Casey. Sin embargo, este hombre de 48 años, que hasta hace seis era todavía un teniente coronel de marines, carece, según sus críticos, de una visión geoestratégica global y está demasiado preocupado por los detalles. Su lealtad y fácil acceso al presidente le han atraído la envidia de Donald Regan, un ejecutivo de Wall Street. que, sin tener ninguna experiencia en política exterior, influye poderosamente sobre Ronald Reagan.

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Shultz, eficaz y poco polémico

George Shultz se ha convertido con el tiempo en un secretario de Estado eficaz y poco polémico, trayendo la calma a un departamento sobresaltado por su antecesor, el mercurial Alexander Haig. Cuenta con la amistad y la total confianza del presidente, pero es sólo un ejecutor cargado de sentido común y buen conocedor de los temas económicos. Según la revista Time, "es un gradualista, no tiene una visión global. Entiende su trabajo como quitar el hielo que envuelve las relaciones norteamericano-soviéticas, no empujarlas hacía una nueva era de entendimiento Este-Oeste. Su moderación sólo es real comparada con la dureza de los civiles del Pentágono".

La brillantez de los grandes estrategas del pasado ha sido sustituida por el trabajo callado de los funcionarios diplomáticos que han estado destinados en la URSS o en otros países del Este. Tienen perfiles muy burocráticos y, de alguna forma, incluso fisicamente, recuerdan a los aparatchiks del Kremlin y de la diplomacia soviética. Son conocidos como los sherpas que han preparado la cumbre de Ginebra. En esta categoría se encuentra el sovietólogo número uno de la Administración, el embajador John Matlock, responsable de los asuntos europeos y soviéticos en el Consejo Nacional de Seguridad (NSC). Tiene 56 años, ha estado destinado en Moscú en tres ocasiones y ha sido embajador en Checoslovaquia. Es la única persona conocida de Washington capaz de leer poesía samizdat en bielorruso.

Rozane Ridgway, ex embajadora de Estados Unidos en la República Democrática Alemana y secretaria de Estado adjunta para Asuntos Europeos, ha sido la responsable más directa en el Departamento de Estado de preparar la cumbre, y también estará en los pasillos de Ginebra.

Un caso aparte es el de Paul Nitze, un patricio de la diplomacia que ya formó parte de la Administración de Franklin Roosevelt y que, 45 años después, sigue sirviendo a su país como el principal asesor de Reagan para el control de armamentos nucleares. Tiene 78 años, cuatro más que el presidente, y fue el autor del intento fallido de acuerdo con la URSS sobre euromisiles, bautizado como el paseo en los bosques de Ginebra.

A Nitze le llaman el Zorro Plateado por su capacidad de supervivencia en la jungla burocrática de Washington. En los últimos días, este embajador, que ha servido a nueve presidentes sin conseguir nunca un puesto de número uno, se ha caracterizado por ser el diplomático más optimista y más insistente en la posibilidad de alcanzar algún acuerdo, aunque sólo sea de principios, con la URSS en la cumbre. Los halcones le denuncian como un apaciguador que desea alcanzar un compromiso con Moscú sobre reducción de armas nucleares a cualquier precio.

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