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Por una cultura andrógina/ecológica

Sostenía Vicennte Verdú (EL PAÍS, 6 de octubre de 1985) que la sociedad se está volviendo, felizmente, afeminada, que el mundo está escogiendo ser mujer. Sostenía yo mismo (implícitamente) que ello tiene que ver con una cultura que se está liberando del aspecto fálico agresivo del puro y duro progresismo- que ahora toca conciliar lo progre con lo retro, en una nueva figura antropológica a la cual he propuesto llamar retroprogresismo. La totalidad y la individualidad, la seguridad y la aventura, la mística y la acción, el yin y el yang, he aquí las dos dimensiones de esa retroprogresión. En la zona retro está la no dualidad, la infancia recuperada; en la zona progre está la aventura, la secularización. El animal humano, lo sepa o no, viene abocado a dialectizarlas dos dimensiones, el todo da igual de la mística y el nada da igual de la historia. Lo que llamamos cultura -y que incluye los sistemas de comunicación, los sistemas de valores, la moral vigente, etcétera- ha sido siempre el lugar, la expresión simbólica de la transacción entre lo retro y lo progre, entre la mística y la historia, entre la recuperación de la madre arcaica (Jung) y las exigencias del falo significante (Freud/Lacan).Hoy venimos de un período histórico -e historicista- que ha favorecido persistentemente el yang antes que el yin: la actividad por encima de la contemplación, la racionalidad mecánica por encima de la sabiduría intuitiva, la realidad por encima de la cooperación, el hemisferio cerebral izquierdo por encima del derecho. Pero, como reza un antiguo texto chino, "habiendo llegado a su clímax, el yang se retira en favor del yin".

Todo viene interrelacionado. Nuevas tecnologías están provocando un paro estructural (por el momento, irreversible), cuya consecuencia habrá de ser la desaparición de la clase obrera y al incremento del tiempo libre. Pero con tiempo libre sobrante y con proletariado en extinción, toda la sociología debe ser repensada. Desempleo y ocio, por lo pronto, están causando tantas o más patéticas desventuras que las denunciadas por Carlos Marx en el libro primero de El capital, a propósito del prolongado trabajo en las fábricas. Alcohólicos, drogadictos, consumistas cretinizados son algunas de las consecuencias de un vacío de diseño cultural que afronte la nueva realidad, o la nueva falta de realidad, que diría Jean Baudrillard.

Se comprende, pues, la reaparición del fin, del origen, de la mística, de lo andrógino. En la misma línea se sitúa la conciencia ecológica, cuya afinidad con la sensibilidad femenina he sugerido en otro lugar. Se trata, según se mire, de una revisión de la gran revolución del Neolítico. Hay muchas razones para suponer que fueron las mujeres, a lo largo de un extenso período, las inventoras de la agricultura. Vinieron, más tarde, las herramientas fálicas para la explotación de la tierra -y del ser humano- Pero hoy retorna la religiosidad de la madre y van de baja los clásicos monoteismos masculinoides. "Una sola Tierra, un solo pueblo" es la expresión/manifiesto de una posible cultura que se quiere equilibrada, retroprogresiva, andrógina, compleja, sobre un planeta descentralizado y a la

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vez unido -incluyen- de la indispensable hibridación de las etnias, única solución al problema del racismo.

Hipótesis Gaia, nuevo orden económico, nuevo concepto de la paz, todo apunta a lo mismo, y precisamente por ello, las resistencias son formidables. Pongo por caso: uno de los grandes peligros del momento está en la militarización del pensamiento político. Cuando menos, es clara la tendencia a la militarización de la ciencia. En Estados Unidos más de un 60% del presupuesto federal para investigación y desarrollo se encamina hacia el ámbito militar. En la Unión Soviética, la situación es todavía peor, pues, aparte de no haber debate ideológico, se tiene que disimular el fracaso de una economía centralizada. Ahora bien, esa tendencia a militarizar la ciencia y la política es un reflejo automático para mantener el viejo orden. Existe una inmanente proclividad, por parte de todo Estado, a apostar por la defensa tecnológica sofisticada y, a ser posible, por el armamento atómico. Lo atómico hace entrar al Estado en una cierta irreversibilidad. Por lo pronto, ningún Estado que disponga de armamento atómico ha sido, hasta la fecha, derrocado.

Se trata de un reflejo que arranca de lejos, de cuando los escribas y los sumos sacerdotes monopolizaban la palabra sagrada, la que en última instancia legitimaba al poder. Hoy el poder está en la tecnología punta, los nuevos sacerdotes llevan bata blanca y la legitimación militar tiende a todos los Estados. Hasta el Gobierno socialista de Mitterrand no duda en hundir un barco ecologista simplemente porque le estorbaba. Está en juego, ya digo, el reflejo milenario, por parte del poder, de autosacralizarse. Todas esas armas atómicas, racionalizadas con la teoría de la disuasión, armas fabricadas para no ser usadas, son como objetos totémicos, emblemas de la nueva sacralización/legitimación.

Parece obvio que ninguna de las grandes potencias ha tenido nunca la menor intención de apretar el botón nuclear: lo que les importa, lo que les concierne es el monopolio del tótem supremo, el simbolismo fálico d el poder absoluto, la amenaza real de autodestruir el género humano. Comparado con eso, el absolutismo político de los reyes europeos del siglo XVIII es cosa de risa.

Pues bien, una nueva cultura andrógina/ecológica rechaza ese neoabsolutismo y está en contra de la militarización de la ciencia y la política. Lo que ocurre es que tampoco defiende la vuelta a las cavernas. Bienvenidas sean las tecnologías punta si no vienen monopolizadas por el Estado y si, a través de ellas, se apunta a un ordenamiento más sofisticado del planeta. Ya decía (aproximadamente) Lao-Tsé que no hay mal que por bien no venga.

Uno estima que la actual situación del mundo es una estructura disipativa cuyas fluctuaciones pueden alcanzar un punto crítico que provoque el salto a un nivel de organización más elevado. Por ejemplo, el desbarajuste económico internacional tiene escasas salidas desde la vieja racionalidad y desde la lógica militarista de los Estados soberanos deslumbrados por el totemismo de la técnica. Un nuevo Plan Marshall que afronte la inevitable suspensión de pagos del Tercer Mundo sólo puede venir de la mano de una nueva conciencia planetaria y de una nueva sensibilidad andrógino/ecológica. El envite es de calibre, la solución, difícil e improbable, pero tal es la aventura antientrópica en la que todos andamos comprometidos. El diseño de una cultura andrógina/ecológica comienza en el interior de cada cual.

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