Hacia una Europa política
La construcción de Europa se centró, a partir de 1950, en el aspecto económico. Ello no fue fruto del azar; ni tampoco de una decisión política cuidadosamente elaborada. En realidad, después de la II Guerra Mundial, los primeros proyectos de unidad europea ponían en primer plano los aspectos políticos. En mi opinión, un factor decisivo de ese predominio de lo económico, en detrimento de los proyectos políticos, fue la firma en 1949 del Tratado de Washington, que integró las aspiraciones iniciales de unidad política dentro de una alianza más amplia, la Alianza Atlántica. Por ello, conviene volver sobre algunos aspectos de esa etapa, de 1945 a 1949, para comprender mejor el momento actual, en el que, ante la crisis de algunas de las estructuras surgidas en la posguerra, la corriente en favor de la unidad política de Europa se manifiesta con un vigor sin precedente.Era casi inevitable, considerando ahora los diversos factores en juego, que el desenlace de la II Guerra Mundial llevase a una estructura bipolar de las relaciones internacionales. A partir del reparto de zonas de influencia concertado en Moscú, en octubre de 1944, en las conversaciones Churchill-Stalin, en Yalta y en otras reuniones, la URSS, con Stalin, estableció en los países de su zona Gobiernos dispuestos a seguir sus órdenes. Era sin duda un expansionismo, pero orientado sobre todo a crear un glacis,- más próximo por tanto a la tradición de la diplomacia zarista que no a una estrategia de revolución mundial. Para comprender cuál fue entonces la política de EE UU son de un valor inestimable las Memorias de George Kennan, consejero de la Embajada de EE UU en Moscú en 1945 y posteriormente jefe de la Oficina de Planificación del Departamento de Estado. Kerman fue el primero que alertó a la opinión norteamericana, con un famoso artículo firmado X, sobre la conveniencia de superar las ilusiones de una colaboración a largo plazo con la URSS. Fue el artífice de la estrategia basada en el Plan Marshall, con la que EE UU obtuvo resultados sustanciales. Tal estrategia hizo vacilar incluso a Gobiernos de la zona soviética; logró la eliminación sin excesivo coste de los comunistas de los Gobiernos de Bélgica, Francia e Italia. Despertó fuertes corrientes de simpatía entre las poblaciones europeas.
Pero entre 1947, fecha del Plan Marshall, y 1949, fecha de la firma del Tratado de Washington, se produce algo que se puede calificar, quizá exagerando un poco, como un viraje en la estra tegia de EE UU. Las explicacio nes a este respecto que nog ofrecen las Memorias de George Kennan son de una actualidad impresionante: porque precisamente la diferencia fundamental entre la estrategia del Plan Marshall y la del Pacto Atlántico se refiere a Europa: la primera apoya a Europa desde fuera y por tanto empuja a que ésta se una y se organice como tal; el Pacto Atlántico, en cambio, mete en una misma estructura a EE UU, Canadá y a varios países de Europa occidental, estructura hegemonizada directamente por Washington; dirigida incluso, cuando se articula la OTAN, por un general designado por el presidente de EE UU. Conviene recordar que en 1948, antes del Pacto Atlántico, se había firmado, por iniciativa del secretario del Foreign Office, el laborista Ernest Bevin, el Tratado de Bruselas, que inicia la Unión de Europa Occidental (UEO). Estos pasos iniciales de unidad europea occidental quedaron anulados, sumergidos (o congelados en una total pasividad, como ocurre con la UEO) por el Pacto Atlántico. El atlantismo asfixió, en cierto modo, los primeros brotes, sin duda débiles, de un proyecto político europeo.
Kennan era partidario de impulsar al máximo el proceso de unidad europea; y precisamente por eso era contrario a la firma del Tratado de Washington; llegó incluso a abandonar su cargo en el Departamento de Estado. Los motivos concretos de sus desacuerdos arrojan luz sobre otra de las diferencias radicales entre las dos estrategias aplicadas sucesivamente por EE UU con respecto a Europa. El Plan Marshall se basaba en medidas económicas y tenía por ello un considerable potencial de desarrollo en el terreno político. En cambio, lo característico del Pacto Atlántico es que supedita todo al aspecto militar; provoca la militarización de esa división que se había producido en Europa entre la zona de influencia soviética y la zona occidental. Por supuesto que no estaba en discusión que EE UU debería defender a Europa occidental en caso de agresión; pero ello no exigía en modo alguno, y Kennan lo explica con claridad, una alianza del tipo de la OTAN; ésta nace sobre todo como consecuencia del peso determinante que los círculos militares logran ejercer en la toma de decisiones del Gobierno de EE UU. No huelga citar a este respecto las palabras textuales de George Kerman: "El verdadero punto de diferencia... era el peso que se debía dar a las opiniones del establecimiento militar de ocupación, al que yo consideraba políticamente analfabeto y corrompido por la disciplina engañosa de la experiencia que estaba viviendo". El Pacto Atlántico ha sido en una proporción considerable resultado de un predominio de los militares en la política de EE UU; y descartando a algunos de los cerebros más valiosos de su equipo diplomático. En cuanto a las consecuencias más generales del Pacto Atlántico, no se pueden analizar sin ligarlas a las del Tratado de Varsovia, firmado más tarde, si bien había sido precedido de acuerdos bilaterales que otorgaban a la URSS una dominación militar y política completa sobre los Estados de su zona. Ambos pactos se enfrentan, pero son a la vez
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piezas de un sistema, y se estimulan y alimentan recíprocamente. La consecuencia fundamental ha sido una militarización sin precedentes de la actividad, y del propio pensamiento, en el ámbito de las relaciones internacionales, especialmente en Europa. Una carrera de armamentos de proporciones gigantescas. Y con el desarrollo de los armamentos nucleares, Europa ha quedado convertida en una especie de rehén de la disuasión entre las dos superpotencias.
El Pacto Atlántico tendía a debilitar a la Unión Soviética e impedir su política de expansión; es muy dudoso que haya dado, concretamente en ese terreno, resultados positivos. Es inevitable recordar que, en 1947-1948, es decir antes del Pacto Atlántico, se produce el brutal ataque de Stalin contra la actitud independiente de Tito; hay amenazas de una acción militar.
Pero en fin de cuentas, los yugoslavos obligaron a los soviéticos a respetar su independencia. Y han podido así elaborar y desarrollar su política de no alineamiento, que ha tenido una importancia considerable en la política mundial. Unos años después, en cambio, con la OTAN bien estructurada, la URSS pudo aplastar militarmente la revolución húngara; y lo mismo en 1968 destruir con sus tanques el intento de socialismo renovado representado por Dubceck en Checoslovaquia; segura en ambos casos de que la OTAN no haría nada. La lógica de los bloques era más fuerte que el derecho internacional y la Carta de la ONU.
Ese sistema de bloques milita,res ha funcionado durante cerca de 40 años; no puede sorprender que empiecen a aparecer síntomas que indican sin duda cierto proceso de agotamiento. Ello se refleja, aunque sea de modo con tradictorio, tanto en la búsqueda de una nueva estrategia por parte de EE UU, como en las innovaciones en la política. exterior de la URSS. Es difícil saber en qué sentido van a evolucionar las cosas; pero en todo caso esos fenómenos ponen al orden del día, para Europa occidental, en términos de urgencia, la necesidad de recuperar una capacidad de actuar con autonomía, con voz propia, en los asuntos mundiales.
Esta toma de conciencia europea se traduce en propuestas, no siempre coincidentes, pero que traducen esa necesidad de superar una etapa en la que la integración en la OTAN ha significado una supeditación a las líneas maestras de la política de EE UU.
Es probable que el cambio más sustancial, y las elaboracio nes más innovadoras, en este terreno, sean las de la socialdemocracia alemana, en las discusiones actuales para la redacción de un nuevo programa. No ha pros perado la idea de Lafontaine, jefe del Gobierno regional del Sarre, de que la RFA salga de la OTAN; pero las ideas que predominan, ya hoy, en la dirección del SPD chocan con aspectos fundamentales de la política de la Administración Reagan y de la estrategia de la OTAN. De las discusiones sobre estos temas que se desarollan en diversos países europeos, creo que cabe destacar dos preocupaciones fundamentales, que resumen en cierto modo una realidad actual que hace falta asumir: primero, Europa necesita un nuevo concepto de seguridad que supere una visión exclusivamente militar; hoy, acumular armas no eleva la seguridad; más bien lo contrario. Segundo, Europa occidental no puede seguir difuminada, borrada, como sucede ahora en el seno de la OTAN, ante las grandes opciones mundiales. Europa occidental, la URSS y EE UU no pueden sumar dos como ocurre en estos momentos; ni tampoco catorce; necesitan sumar tres. Ello puede abrir posibilidades nuevas, en el terreno de la seguridad y en otros campos de la vida internacional, inconcebibles en,un sistema exclusivamente bipolar. Lo cual no significa propugnar la creación de un tercer bloque; la plasmación de una Europa política sería más bien una contribución a un mundo más flexible y pluripolar; quizá lo más. significativo en este orden sea el apoyo resuelto de China a los planes de unidad europea, en los diversos terrenos.
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