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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El censor de sueños

La pasión de China Blue.La publicidad de esta peliculá juega con la idea de colocarla en un hipotético tercer escalón de una cuesta que se había empezado a escalar con El último tango en Paris y El imperio de los sentidos. Son comparaciones poco pertinentes, ya que los puntos de referencia de Ken Russell son las andanzas de Emmanuelle. Y con eso sólo se trata de colocar la película donde le corresponde, a medio camino entre la reflexión sobre la necesidad de humillación que a veces necesita la sexualidad para ser vivida satisfactoriamente y el tranquilizador toque canalla que han sabido asumir algunas publicaciones eróticas de lujo.Lo mejor de La pasión de China Blue es la habilidad con que Russell describe el matrimonio como institución, la sana grosería de alguna de sus imágenes y también el trabajo portentoso de la camaleónica Kathleen Turner. Además, el director británico adopta en este filme una actitud muy americana, preocupándose mucho más del cómo que del porqué, lo que nos evita sus habituales delirios freudianos.

Director: Ken Russell

Intérpretes: Kathleen Turner, John Kaughlin, Anthony Perkins, Annie Pots. Guión Barry Sandler. Música: Rik Wakeman. Estadounidense, 1984. Estreno en los cines Azul y Proyecciones. Madrid.

Pero el objetivismo de Russell se limita a ahorrarnos la verbalización del contenido o su simplificación por la vía dé la metáfora simbólica, pero no equivale a una renuncia a determinados efectos artísticos. Aquí, éstos funcionan muy bien cuando el texto exige ironía o sarcasmo y de manera insuficiente cuando la misión del director no debiera consistir en reírse de sus personajes y las obsesiones que les torturan.

Porque el guión de La pasión de China Blue llevaba a tratar las distintas maneras existentes de censurar sueños y deseos. Así, si China Blue es una diseñadora frígida durante el día, la noche, con la exigencia de dinero de por medio y de un teatro burdo, vacuna lo que era real con una poderosa dosis de falsedad, de manera que los dos mundos pueden permanecer incomunicados. Claro que Russell, al bromear con todo indistintamente y al censurar las escenas sexuales, que filma en una ocasiónm como si de una publicidad de sábanas se tratase mientras que en otra los clientes se dirían salidos de un clip de Frankie goes to Hollywood, ya limita el alcance de esta película, hecha con malicia pero falta de esa sinceridad de la que también carecen las vidas de los protagonistas, incluido el paródico predicador encarnado por Tony Perkins.

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