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La segunda navegación de Ortega y Gasset

Sabiendo que expresa el sentir de "una cantidad inmensa de españoles que colaboraron en el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanzá", Ortega escribe en septiembre de 1931 su famoso "¡No es estol no, es esto!". - Y con visión de futuro que hoy estremece añade: "La República es una cosa. El radizalismo, otra. Si no, al tiempo". Poco más tarde, en el prólogo al famoso volumen naranja. de sus Obras, dirá, mirando la línea de su propia vida: "Empieza nueva tarea. ¡Al mar otra vez, navecilla! ¡Comienza lo que Platón llama segunda navegación!". Con Marañón y Pérez de Ayala no tardará en firmar el manifiesto que comunica a los españoles la disolución de la Agrupación al Servicio de la República. Meses después, en diciembre de 1933, publicará sus dos últimos artículos políticos: ¡Viva la República! y En nombre de la nación, claridad. ¿Qué significaba esta coherente serie de decisiones y de hechos? ¿Cuáles van a ser las singladuras y los puertos de esta segunda navegación del pensador y -puesto que él no puede y no quiere renunciar a su circunstancia nacional- del español?Pienso que la respuesta debe comenzar distinguiendo cuatro motivos compiementarios: 1. El estado de inquietud parturienta, digámoslo al modo orteguiano, a que en ese punto de su biografía ha llegado la vocación fundamental del filósofo. A sus 50 años, Ortega siente dentro de sí la íntima necesidad de dar definitiva forma escrita al rico y original pensamiento filosófico que a lo largo de cinco lustros ha ido elaborando. No es un azarque entre 1933 y 1936 salgan de su pluma En tomo a Galileo, Historia como. sistema, Ideas y creencias y Ensimismamiento y alteración y anuncie para un futuro inmediato Aurora de la razón histórica y El hombre y la gente. 2. La cada vez más firme decisión de apartarse, de la acción política, decisión acaso nacida muy pocos meses después del advenimiento de la República. Basta leer la recapitulación de sus artículos y sus intervenciones parlamentarías en la primera parte del artículo ¡Viva la República! para,advertir que también los vientos de la vida política habían de moverle al platónico proyecto de una segunda navegación. Contemplemos atentamente los últimoscinco años de su vida pública, de 1928 a 1933. ¿No es cierto que la quijotesca melancolía del "yo no sé lo que conquisto a fuerza de niís trabajos" debió de insinuarse con fuerza creciente en las telas del corazón de Ortega? 3. Pese a todo, una inquebrantable fidelidad personal a la realidad y a las posibilidades de la República española. Vale la pena reproducir algunos fragmentos de los dos artículos antestitados; "Luego, si desde ahora la preparamos, España tomará la vía ascendente", "¿Serán los jóvenes españoles, no sólo los dedicados a profesiones liberales, también los jóvenes empleados, los jóvenes. obreros despiertos, capaces de sentir las enormes posibilidades que llevaría en sí el hecho de que en medio de una Europa claudicante fuese el pueblo español el primero en afirmar radicalmente el imperio de la moral en la política frente a todo utilitarismo y frente a todo maquiavelísmo?", "Nadie con sentido puedediscutir el derecho de los republicanos a defender hasta lo último el régimen... ¡Amor fati! ¡España, agárrate bien a tu sino!". Ni es lícito ni es posible poner en tela de juicio la adscripción mental y moral de Ortega a la realidad y las posibilidades de la República de 1931, aunque discrepe de la gestión política de sus gobernantes. 4. La tácita confianza en el porvenir del régimen republicano, que lleva consigo la decisión de consagrarse a la definitiva expresión de su pensamiento. Confianza, acabo de apuntarlo, en la pacífica consolidación de la República: para Ortega -el Ortega de 1933-, España es realmente republicana. Confianza asimismo en la eficacia de la considerable reforma de la sociedad española que ha llevado a cabo la generación de que él es cabeza eminente. No, no puede ser obra vana lo que ensanchando, enriqueciendo e institucionalizando el esfuerzo educativo de Giner, Costa, Cajal, Hinojosa, Menéndez Pidat, Asín Palacios y pocos más intelectual y socialmente han conseguido para España la Junta para Ampliación de Estudios, los nuevos universitarios, El Sol, Revista de Occidente, el Instituto-Escuela y las dos Residencias de Estudiantes.

Octubre de 1934

Pero la historia prosigue implacable. La enorme torpeza de octubre de 1934 llena de inquietud y pesar el alma de Ortega; le quita literalmente el sueño, según el testimonio de los que entonces le trataban. Viene luego, la no menos torpe, la cruel represión gubernamental de los desmanes cometidos en aquellos días. Y poco más tarde, temido tal vez, pero no previsto, el drama inmenso de la guerra civil. Ortega se siente obligado a exiliarse. En París recibe noticia telefónica de la muerte de Unarnuno y escribe: "Ha inscrito su muerte en la muerte innumerable que es hoy la vida española... Se ha puesto al frente de 200.000 españoles y ha emigrado con ellos más allá de todo horizonte. Han muerto en estos meses tantos compatriotas que los supervivientes sentimos como una extraña vergüenza de no habernos muerto". Ríos de dolor y amargura de hombre y de español corren bajo la noble, patética retórica de esta frase. En ella va también expresada la hiriente melancolía de ver cómo, pese a la esperanza que sentía cuando decidió comenzar su segunda navegación, sangríentamente se ha hundido a uno y otro lado de la línea de fuego casi todo lo que él y su generación habían hecho de una parte de España; de la España que estaba empezando a ser, de la España que pudo ser, se dirá luegó. Después de París, Buenos Aires, donde repite su siembra de pensamiento y españolia. Luego, Lisboa, junto a la raya patria. Y desde la primavera de 1946, otra vez Madrid.

¿Necesitaré recordar la zafia y lugareña torpeza con que los poderes entonces dominantes desconocieron su renovada presencia entre nosotros? No será inoportuno traer a la memoria de los actuales españoles las dos partes que tuvo la personal respuesta de Ortega: la dignidad de su apartamiento del régimen y el esfuerzo por continuar, aceptando las precariedades de todo orden que la nueva situación le imponía, el ejercicio de su vocación de español. "¡Amor fati! ¡España, agárrate bien a tu sino!", fueron sus últimas palabras de escritor político. Bien agarrado a su sino, a su irrenunciable vocación de educador de España, Ortega -ahora, con Marías- seguirá fiel a su circunstancia española. Instituto de Humanidades será el nombre de su postrera empresa. Y entre el año en que funda ese instituto y el de su muerte viaja por España, conversa con sus amigos, triunfa en Alemania y en Estados Unidos, sigue predicando el trabajó, la inteligencia y la decencia, y como soporte anímico de todo, la calma. Que nos diga cómo la entiende un texto de aquellos días: 'La calma propia del hombre que él mismo briosamente crea en medio de la congoja y el apuro cuando al sentirse perdido grita a los demás o a sí mismo: ¡calma!". Náufrago hasta el fin, como con pensamiento del filósofo escribió Úna destacada pluma del actual periodismo, pero con la calma que él mismo, había predicado, llegó Ortega al fin de su vida. Un fino sol otoñal doraba ese día las bardas de los pueblos de España.

Siete años antes de su muerte comenté el mezquino silencio a que oficialmente era sometido entonces su nombre con un texto del Ayax sofocleo: "El tiempo, largo e innumerable, hace brotar las cosas ocultas". No ha sido necesario que el tiempo se hiciese largo e innunierable para que la memoria y la obra de Ortega hayan vuelto al centro de la vida pública española; recuérdese la celebración del centenario de su nacimiento. Este multiforme homenaje al gran español ¿servirá tan sólo para afirmar, como ocasional y táctico, consuelo, que los españoles también tenemos voluntad de perfección y filosofía? Esforcémonos por que no sea así. Procuremos que la actualización del nombre de Ortega sirva ante todo -repetiré sus palabras- para que "las generaciones nuevas se reúnan en torno al propósito de constituir una España ejemplar, de fodar una nación magnífica del pueblo que nos fue legado". Si no es así, si nuestra vida sigue siendo la misma, todo quedará en simple ir y venir, en puro hablar. O, como nos enseñó a decir un poeta, en verdura de las eras.

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