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Cultura

Cada día está a punto de firmarse un pacto cultural entre el Gobierno autonómico catalán y los socialistas, pero también día sí y día no han surgido obstáculos para conseguir un acuerdo que es a la vez elemental y obvio y por lo tanto razonablemente popular. Puede haber un acuerdo entre centro derecha e izquierda a la hora de programar una infraestructura cultural nacional, independientemente del uso que luego se haga desde esa infraestructura. La firma del pacto la necesitan los socialistas catalanes para renacionalizarse y los convergentes de Pujol, más a regañadientes, para dar una imagen de visión nacional integradora. Un tanto inexplicables las rabietas que algunos líderes de Convergència han pillado a costa del pacto, en algunos casos porque les suena a concesión de una parcela de hegemonía, en otros porque oponerse al pacto les reconstruye la imagen hipernacionalista, un tanto deteriorada después de expediciones fallidas en pos de la Conquista del Estado.En cualquier caso el sí pero no al pacto cultural ha puesto en evidencia el papel que la cultura juega en el tejemaneje político. Cuando por lo que sea, la cultura, como en el caso catalán, se convierte en protagonista del toma y daca político no se oculta una cierta sensación de desazón, como cuando no hay más remedio que ir a la boda de un limpiabotas más o menos conocido. Y a veces se escapan comentarios que traducen esa real consideración íntima que casi todos los políticos tienen sobre la cultura: o patrimonio embalsamado o betún para las botas más cotidianas del poder. Que en panorama catalán la cultura haya ocupado un papel circunstancial de personaje de alta política no quiere decir que vaya a conservarlo en el futuro. El pacto cultural catalán es hoy una patata caliente gracias al don de su obviedad reconocido por el público, es decir por el elector potencial. Como es obvio también que el miserable presupuesto que en Cataluña se destina a la política cultural no da ni para excesivos betunes. Tal vez, tal vez tanta obviedad acabe por imponer su lógica. Se decía que los hechos son más tozudos que las ideas. Veremos si consiguen ser más tozudos que los políticos.

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