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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los socialistas y el libro

LA TERCERA celebración del Salón Internacional del Libro (Liber), creado en 1983 como exposición anual de los logros de la industria editorial española y como lugar de encuentro de autores, libreros, editores e impresores de la comunidad latinoamericana, muestra la pujanza de un sector que ha dado pruebas de su capacidad para soportar la crisis económica. Liber 85, al que concurren casi 1.000 firmas expositoras, ofrece a los visitantes la exhibición de 8.000 novedades, el recordatorio en catálogos de otras decenas de miles de títulos publicados en los últimos años y un conjunto de actos culturales y mesas redondas profesionales.No en vano nuestra, industria editorial ocupa el quinto lugar mundial en actividad exportadora (con más de 40.000 millones de pesetas en 1984), publica por encima de los 30.000 títulos anuales e imprime cerca de 300 millones de volúmenes. El magnífico espectáculo ofrecido por Liber -muestra itinerante entre Madrid y Barcelona, que este año mantendrá abiertas sus puertas en la capital del Estado hasta el próximo domingo- invita a reflexionar sobre el futuro del libro, forma dominante desde la invención de la imprenta para la difusión de las obras de creación y de los conocimientos científicos y tecnológicos. Las pesadillas dibujadas por el 1984 de Orwell o el Farenheit 451 de Bradbury no agotan los terrores milenaristas en torno a la supervivencia del libro.

El desarrollo de los medios audiovisuales y las posibilidades abiertas por la revolución informática en el ámbito de la comunicación también alimentan los sueños de civilizaciones en las que el papel impreso constituiría una rareza. Ninguna cita más a propósito para conjurar esos fantasmas que el texto escrito por Jorge Luis Borges para el catálogo de la exposición en Nueva York de los fondos de nuestra Biblioteca Nacional: "Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mí se refiere, soy incapaz de imaginar un mundo sin libros".

En una dimensión realista, el III Salón Internacional del Libro permite hacer un balance de la actual situación de la industria cultural. Tal vez la circunstancia de que la actividad editorial ocupe los intersticios de las competencias cruzadas desempeñadas por varios departamentos rivales de la Administración pública explique la insuficiente atención que prestan los poderes del Estado a sus problemas.

Y quizá también las escasas oportunidades brindadas por ese sector para los guateques culturales y para el protagonismo de los gobernantes en sus celebraciones puedan dar razón del mínimo interés concedido por las esferas oficiales a la política del libro.

El ministro de Cultura, cuya continuidad en esa cartera se ha considerado por el Gobierno perfectamente compatible con las tareas de portavoz del Ejecutivo, ha perdido buena parte de sus competencias en el terreno bibliotecario, asumidas fragmentariamente por unas comunidades autónomas todavía en fase de rodaje.

Pero si esa merma de atribuciones viene impuesta por la nueva estructura del Estado, el ministro Solana -que inaguró Liber 85 propinando una regañina al representante de los editores, culpable del crimen de lesa majestad de exponer las reivindicaciones del sector- no ha sabido o no ha podido defender al libro ante el resto de la Administración con el mismo celo aplicado al cine, al teatro, a la ópera o a la política de exposiciones. Por ejemplo, mientras la reprografia ilegal, facilitada por el bajo precio de las fotocopias, causa perjuicios irreparables a los editores y a los autores de libros técnicos y científicos, la Administración no sólo hace la vista gorda ante ese negocio subterráneo -a diferencia de lo que ocurre con los vídeos piratas-, sino que permite incluso que las universidades se conviertan en zocos de producción y venta de ese fraude.

La entrada de España en la Comunidad Económica Europea exigirá la aplicación del impuesto sobre el valor añadido (IVA) a los libros, lo que repercutirá en su precio de venta al público y en una eventual reducción de su demanda a corto y medio plazo. El ingreso en la Comunidad Económica Europea implicará también la desaparición de la desgravación fiscal a la exportación, que ascendía a unos 4.000 millones de pesetas anuales. Esa sustracción de fondos a la actividad exportadora se verá agravada por la abolición de la línea de financiación del capital circulante a la exportación, que llegó a representar para el sector editorial un crédito renovable de 20.000 millones de pesetas anuales.

Si se recuerda que el principal mercado de exportación de nuestra industria editorial es Latinoamérica, que el estrechamiento de la demanda de esos países está causado por la crisis económica y que el libro no es sólo un producto mercantil, sino también una de las grandes creaciones del hombre (como ha escrito Borges, "una extensión secular de su imaginación y de su memoria") y un vehículo para la difusión de nuestra cultura, forzoso será reconocer que la insensibilidad del Gobierno en este terreno desborda el mundo de los negocios para invadir el de los valores y las ideas.

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