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Lucha de los maquinistas

Soledad Gallego-Díaz

Lluís Pasqual, escasamente cuatro horas antes de que se levantara el telón del teatro Garnier, luchaba todavía, exhausto risicamente, para conseguir que los maquinistas del teatro nacional de la ópera de París movieran el complicado escenario en los momentos precisos. Por una inexplicable exigencia sindical, el equipo con el que el director había trabajado durante casi un mes fue reemplazado la víspera del estreno por otro que no conocía absolutamente nada del trabajo que tenía que realizar.

La tensión fue tal que a las tres de la tarde (el telón se levantó a las 20.30) dos técnicos en iluminación se enzarzaron a puñetazos en pleno escenario y hubo que interrumpir el ensayo técnico para llamar a un médico. El director, pálido y con ojeras, se exasperaba en voz baja cada vez que uno de los técnicos o de los figurantes realizaba un movimiento en falso, pero intentaba mantener en voz alta un tono frío que no caldeara aún más el ambiente.

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"En esta ópera todo es tan complicado que no digo nada cuando se cometen errores pequeños, porque corregirlos sería todavía peor", explicaba resignado, "pero el problema es que los técnicos se empeñan en subir la guillotina (una parte del decorado que sube y baja) cuando no está previsto, y eso no puede suceder cuando se levante el telón de verdad". Cuando se abrieron las puertas de la ópera y se inició la representación, todo fue mejor de lo que cabía esperar. Pasqual, agotado, no quiso asistir a la cena en la que participaron todos los intérpretes.

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