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Perdidas las esperanzas, crece la ira popular en México

Perdidas las esperanzas de rescatar con vida a más supervivientes del terremoto del pasado día 19 en México -el sábado sólo se encontraron vivos dos recién nacidos- se advierte entre la población una creciente ira por el desbarajuste organizativo, que, según los expertos internacionales, provocó la pérdida de muchas vidas humanas. El viernes al mediodía una manifestación de vecinos del barrio de Tepito recorrió el paseo de la Reforma en dirección a la residencia presidencial de Los Pinos. Unas 2.000 personas marchaban bajo el lema: "¿Dónde estaba la ayuda?", y exigían: "Queremos agua y vivienda".

Las expectativas despertadas con el anuncio de la ayuda extranjera hacen que la población exija la llegada de ese apoyo. Si no llega, la respuesta es clara y está en muchas bocas de los damnificados: "No nos dan nada por culpa de la rapiña". La desconfianza ante el aparato de poder está muy extendida en el Distrito Federal de México. Los afectados no se recatan en manifestar abiertamente, con nombres y apellidos, su descontento.Al lado de las ruinas del edificio Nuevo León, en el barrio de Tlatelolco, un hombre joven se acerca a los periodistas y casi les arrastra para explicarles: "Mire, quiero hablarles de un problema que se da mucho aquí y en los periódicos mexicanos está censurado: son los robos del Ejército de los bienes que tenemos". Un grupo de familiares de sepultados espera allí, pero ya no están de pie, sino sentados, sobre los restos de unos sofás despanzurrados, con las cabezas hundidas entre los hombros.

Una mujer de 32 años, de nombre Maura Alariz y de profesión educadora, se acerca a los periodistas para dar rienda suelta a desesperación.

Maura tiene dos niños, el mayor de 11 años, y una niña, de nueve. Su suegra se había sentido mal y su marido acudió a visitarla. Tras el terremoto, la suegra fue rescatada viva, pero el marido de Maura quedó sepultado.

"Ya no tengo esperanzas"

"Ya no tengo esperanzas de encontrarlo con vida. Hicieron pruebas con aparatos de ultrasonido y dijeron que todos son difuntos".La maestra explica: "Los muchachos voluntarios me dijeron que el Ejército entró al departamento donde estaba mi esposo con su suegra y sacaron cosas. Mi esposo tenía armas y monedas, que coleccionaba. Las armas no las tenía en casa, por los niños. Yo fui, di vueltas y más vueltas y me mandaban de un oficial a otro. Llegué hasta un general, que no quiso dar su nombre". La mujer explica que después le presentaron disculpas y le dejaron un jeep. "Me llevaron a la primera zona militar y allí no había quién le atendiera a uno, y dijeron que se lo habían llevado al campo militar número uno. Yo no voy a estar buscando una pistola por todo México. Eso no me interesa. Lo que me molesta es que, si nosotros mantenemos un ejército y creemos que el país que tenemos es bueno, ¿por qué las gentes que están encargadas de cuidar de nosotros nos hacen esto en una hora tan dolorosa para nosotros?" La mujer explica su calma, porque "uno piensa en los hijos y en Dios, pero después de haber visto tantos heridos y tantos muertos uno se queda vacío por dentro".

A escasos metros de distancia, unos jovencísimos soldados meten en bolsas de plástico transparentes joyas y las anotan en unas simples cuartillas sin ninguna clase de membrete o formulario impreso.

En el centro de la calle se amontonan los restos de los enseres de la gente que vivía en el edificio derribado. Ropa cubierta de polvo, discos, muchos libros. Rueda por allí un papel mecanografiado con un diálogo teatral que empieza así:

"Virginia: ¿Cómo?

Duque de Chesino: Virginia, ¿quiere mi escopeta?

Virginia: Oh señor duque, no sé qué contestarle. Yo no esperaba esa declaración".

En un cubo de plástico se entremezcla un atizador de chimenea, un fumigador contra insectos y un libro muy deteriorado de A. Sharov, que lleva un título que suena casi macabro en medio de aquel ambiente de muerte. El libro se titula La vida triunfal.

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