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Los parisienses admiran el embalaje del Pont Neuf hecho por Christo

Soledad Gallego-Díaz

Los parisienses quieren a Christo. Miles de personas han acudido ya a ver su última obra: el embalaje del Pont Neuf, paradójicamente, el más antiguo de la ciudad. "Sorprendente", "divertido", "una maravilla". La gente, agolpada en las orillas del Sena, intercambia comentarios y elogios. Desde las ocho de la mañana hasta bien pasada la medianoche cientos de personas se detienen, cámara de fotos en ristre, para inmortalizar la perecedera obra de arte.

Algunos admiradores del artista búlgaro repiten cada día su visita, a diferentes horas, para comprobar el efecto de la luz sobre las telas y sobre su reflejo en el agua. Las agencias de turismo están encantadas. La mayoría ha incluido en sus recorridos por la ciudad una breve parada frente al puente para que los viajeros puedan observar, a veces desde el mismo autobús, el insólito panorama, producto de la última obra de un creador que ha caminado por todo el mundo empaquetando monumentos naturales o fabricados por la mano del hombre.Unos jóvenes estudiantes de arte han instalado sus caballetes para tomar apuntes y esbozos, y algún que otro profesor, aprovechando además el buen tiempo, casi veraniego, de que disfruta París, ha decidido llevar a sus alumnos de excursión. "Es una ocasión única". Lo que más parece atraer a los parisienses es el convencimiento de que son unos privilegiados.

Desembalaje

Christo desembalará el puente dentro de unos días y todo volverá a quedar como estaba. Ellos, los que ahora se pasean por el Sena, creen que han sido testigos de un acontecimiento artístico singular. "Mis hijos podrán ver los mismos cuadros o esculturas que yo he visto, pero es prácticamente imposible que logren coincidir con otra obra de Christo", afirma con gran seriedad un muchacho de 15 años, seguro de que llegará a ser padre de familia.La mayoría de los visitantes entra en el puente, aunque se aprecia mejor desde la orilla, porque no resiste la tentación de tocar las telas que recubren la mampostería. De noche, una tenue luz de tonos amarillos resalta aún más la suavidad del tejido.

Críticas

Algunos espectadores se permiten ligeras críticas: "Me alegro de que le hayan autorizado a embalar el puente", explica una parisina de 31 años, en paro, "pero no me gusta mucho la idea; parece como si el sino de nuestra época fuera tapar las cosas para no verlas". Tres pasos más allá, una voluminosa madre intenta explicar a su pequeño hijo por qué han cubierto el puente de tela: "Como viene el invierno y tendrá frío, le han puesto un abrigo". El niño no atiende y se dedica con entusiasmo a la tarea de abrir un pequeño agujero en el ropaje.

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