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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La nueva 'vía peruana'

LA CARRERA del joven presidente de Perú, Alan García, es veloz y arriesgada: en dos meses ha abordado el problema de la corrupción por la droga, el de los derechos humanos -los asesinatos de campesinos por bandas militares y paramilitares- y ha comenzado una seria operación de pacificación de las guerrillas. Para todo ello ha tenido que destituir a casi 200 altos mandos militares y de la policía, que pueden acabar ante los tribunales de justicia acusados de terrorismo de Estado.Por otra parte, la política internacional de la nueva presidencia peruana no es menos arriesgada, aunque su inspirador trate de presentarla con toda clase de matices. El apoyo a Nicaragua, por ejemplo, lo explica como una consecuencia de su apoyo a la libre determinación de los pueblos; se alza contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y limita el pago de la deuda externa al 10% del valor de sus exportaciones, pero se distancia de la huelga de acreedores que recomienda Fidel Castro; considera que el presidente Reagan tiene intereses estratégicos en América Central, pero califica esta disposición como un error de la Administración norteamericana, producto de "una neurosis y un fetichismo" que no corresponden a la época de los misiles espaciales. Finalmente y cuando se le acusa de marxista -como lo ha hecho, hace poco, The Wall Street Journal, netamente conservador- contesta -en una entrevista para Le Monde- que lo que defiende es una doctrina original de su partido, el APRA, consistente en "una interpretación latinoamericana de la filosofía del marxismo, y no de una pálida imitación de las ideas políticas del siglo XIX que han desembocado en el marxismo".

Esta veloz carrera que el presidente peruano recorre regularmente revestido de sus insignias de mando, como una especie de uniforme cívico-militar para infundir el respeto a todos, tendrá el éxito que es de desear si consigue una favorable disposición de Estados Unidos -que él propicia a través de su promesa de no nacionalizar empresas extranjeras ni otras- y si logra el apaciguamiento interno. Hay que tener en cuenta que Alan García venció en las elecciones porque una inmensa mayoría de la población desobedeció las órdenes de la guerrilla de no acudir a las urnas. Esta circunstancia le permite operar sobre un apoyo cívico con el que se favorecen las oportunidades de negociar contra los grupos que luchan en la clandestinidad. García quiere atraer hacia sí a los jefes políticos de esos grupos y aislar finalmente a los irreductibles de Sendero Luminoso. Pero aun a éstos les da la posibilidad de readaptarse "si hay señales o indicios suficientes de que las cosas van en buena dirección". La imposibilidad de convencer, en cambio, a algunos de los jefes militares que actúan sin control le ha decido a reaccionar con una ola de destituciones de consecuencias imprevisibles, pero que en cualquier caso hacen notoria la energía de un líder. Las investigaciones abiertas en la Comisión de Derechos Humanos han revelado lo que Alan García ya anunció al destituir al jefe de la Junta de las Fuerzas Armadas, general Praelli: que los militares hasta entonces en el poder y el anterior presidente, Belaúnde Terry, habían estado engañando al pueblo sobre la verdadera naturaleza y la situación de la guerra de guerrillas, y la estrategia de terror implantada en el campo.

Hay quien cree, sin embargo, por encima de estos duros problemas, que la guerra más peligrosa del presidente García Pérez es la de la droga, convertida en una auténtica economía paralela y enormemente más productiva que la economía regular. La cuestión aquí no radica sólo en el ejército o en los traficantes organizados -hay aeropuertos clandestinos para la exportación de cocaína-, sino en una mafia internacional a la que se atribuye un inmenso poder, y que puede disparar contra ministros, jueces o policías que no han querido entrar en la corrupción. Es posible que en ese aspecto la propia vida de Alan García corra mucho más riesgo que enfrentándose a puros problemas militares y de guerrillas.

La experiencia de Perú, en el centro de la América andina, se ha hecho trascendental. Si Alan García puede continuar su aceleración, su ritmo velocísimo, y obtiene algunos resultados prácticos, el resultado será importante nosólo para su país, sino para toda la región. Su intento es el mismo que el emprendido por todos los grandes estadistas americanos: conseguir un sistema de integración nacional en materia económica, política y social. La historia sabe cuántos grandes entusiasmos han chocado en América Latina con esta barrera tan difícil de franquear. Hay demasiados intereses dentro y fuera del continente para hacer que las cosas sigan como están. La voluntad de Alan García es un nuevo ensayo de cuyos resultados positivos no es aventurado decir que se benficiaría toda la zona.

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