Los que tienen mala suerte
Luis tuvo mala suerte. A sus 14 años consiguió un trabajo como ayudante de camarero. Cobraba unas 1.000 pesetas semanales por trabajar de nueve de la mañana a nueve de la noche. Pero, al mes escaso de estar en este puesto le echaron por contestar mal a los clientes". Legalmente, Luis no puede trabajar. Por eso no había firmado ningún contrato que le reconociera sus derechos.
Luis es sólo un ejemplo de los casos investigados por la Junta de Protección de Menores. Otro es el de una joven quinceañera que trabajaba al servicio de una familia de tres niños de Barcelona. Esta joven, la mayor de seis hermanos, cobraba 14.000 pesetas mensuales, que eran enviadas directamente a sus padres en Zamora. Sin embargo, estos niños no tienen nada que ver con Jesús, un joven de 15 años que según su padre tiene especial predilección por los suspensos. A Jesús le da igual que las señoras que van a comprar a la pescadería que tiene su tío en un barrio obrero de Madrid prefieran que otro les limpie el pescado porque "este chaval siempre deja escamas".
Jesús sólo sueña con el día en que vuelva de la mili porque su tío le ha prometido que entonces pasará de ser el mozo que limpia y ordena el frigorífico a ser un vendedor más. Jesús reconoce que el trabajo es duro, "pero no tanto como los exámenes, y además allí nadie me pagaba y ahora todos mis amigos me envidian porque cada sábado tengo en el bolsillo 2.000 pesetas". A Jesús no le importa levantarse a las seis de la mañana para coger el metro y recorrerse medio Madrid. Tampoco le preocupa no tener tiempo para comer en casa ni para jugar un partido de fútbol con los amigos. Está tan contento por haber dejado el colegio que no le importa llegar a casa rendido después de trabajar más de 10 horas de lunes a sábado.
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