Nuevos aires de la Iglesia
PARA LOS que añoran el nacional-catolicismo de antaño bien valdría una reflexión sobre las ventajas de la democracia para la Iglesia. Sin el régimen de las libertades civiles probablemente no hubiéramos escuchado en España, durante las últimas semanas, voces tan distintas como las del VI Encuentro Internacional Cristiano de Solidaridad Óscar Romero, la del V Congreso de Teología, organizado por la Asociación Civil de Teólogos Juan XXIII, y la del congreso oficial respaldado por el episcopado sobre Evangelización y hombre de hoy. Cerca de 4.000 católicos se han dado cita estos días en Madrid para discutir el quehacer y el modo de estar de los cristianos en la sociedad española.Dentro de la variedad, se advierten coincidencias de fondo. Tanto los teólogos progresistas de Juan XXIII como la voz mayoritaria del congreso de evangelización exigen que la Iglesia se comprometa con la sociedad y abandone definitivamente sus antiguas querencias o influencias sobre el Estado. Todos parecen buscar otro tipo de Iglesia más evangélica, desposeída de todo poder mundano, abierta a las nuevas culturas emergentes. El testimonio de la vida, muy por encima de las palabras, parece ser otra preocupación compartida por la inmensa mayoría de estos cristianos de base. Prevalece la preocupación por la defensa de las libertades, por el desarme, por el diálogo comprometido con el Tercer Mundo, contra los imperialismos y bloques militares. En la ponencia cuarta, redactada por seis obispos, se reconocía que la sociedad católica española no había estado a la altura de los grandes problemas históricos de nuestra sociedad. Se hizo una especie de confesión de los pecados de la comunidad católica española.
Comienza a valorarse el hecho de la laicidad. Mirando a nuestro pasado histórico no debe extrañar que las crisis internas del catolicismo español y sus errores hayan repercutido gravemente sobre nuestra convivencia, sobre nuestro aislamiento de Europa y aun sobre nuestro carácter intolerante. La centralidad hegemónica de lo católico se encuentra ahora ante el reto de la secularización progresiva de los pueblos. La fe se cerró a la novedad que le llegaba desde la historia y el progreso tuvo que afirmarse polémicamente contra la fe para poder defender la autonomía humana. La religión ya no puede pretender ser el centro o vértice del sistema social, precisamente porque ese sistema social se caracteriza por la exclusión de cualquier hegemonía económica, cultural, política o religiosa. La complejidad de roles y funciones hacia la que caminamos no admite que la determinación de sentidos y fines últimos sea encomendada o reconocida a una institución especializada. También aquí hemos entrado en un régimen de mercado de oferta y demanda que no acaba de ser entendido por los que hasta ahora han detentado la hegemonía de la moral pública o la definición de los principios que tenían que inspirar el ordenamiento jurídico y los comportamientos de todos los sectores, grupos e individuos que componen los pueblos de España.
A este reto histórico parecen querer responder los católicos españoles más sensibles. La dificultad sigue centrada en el diálogo interior, y concretamente en el encuentro de los diversos estamentos del catolicismo con su propia jerarquía. El nuevo curso de la Iglesia española empieza con ímpetu y moderado optimismo. El nuevo nuncio que acaba de llegar a Madrid proporciona otra circunstancia que habrá que tener en cuenta para este nuevo comportamiento que piden teólogos y laicos.
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