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Crítica:CINE / 'NO MAN'S LAND'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Entre dos nadas, la música en el último filme de Tanner

Alain Tanner declaró hace algunos años que no quería volver a rodar en Suiza, que su país era capaz de esterilizar cualquier ficción. Por eso ahora, cuando regresa de los viajes irlandeses o portugueses de Les annés lumiere o Dans la ville blanche, ha instalado su cámara en el Jura, pero en la zona fronteriza, en esa tierra de nadie a la que hace referencia el título, No man's land, un no-lugar que no es ni de Francia ni de Suiza, un espacio fantasmal en el que las personas pueden dejar de existir jurídicamente, tal y como le sucede a una autoestopista cuyos problemas de documentación la condenan a vivir una no-existencia en ese territorio a caballo entre dos países.No Man's land, que se presentó en el último Festival Internacional de Venecia, es un filme que habla de juegos de oposiciones entre conceptos o cosas que, para los personajes, son meras nadas. Porque ellos viven entre Francia y Suiza, pero también entre el deseo y el conformismo, entre la utopía y la realidad, entre el futuro y el pasado, en un estado de continua espera.

No man's Land

Director y guionista: Alain Tanner. Intérpretes: Hugues Quester, Myriam Mézières, Jean-Philippe Ecoffrey, Betty Berr, Marie-Luce Belbert. Música: Terry Riley y Krishna Bhatt. Fotografía: Bernard Zitzarman. Francosuiza, 1985. Estreno en Madrid en el cine Alphaville.

Vienen de las convicciones y esperanzas de Jonas, qui aura vingt ans l'an 2000, del viaje hacia mundos mejores de Messidor o de reconciliarse consigo mismos en Lisboa.

Todas las ideas por las que luchaban los personajes de los anteriores filmes de Alain Tanner, aquí carecen de valor. Sus sueños parten de que "nadie se encuentra a gusto donde está", de un malestar muy fin de siècle que impide vivir en el campo, pero también en la ciudad.

Huida del aviador

Paul habla de una huida que le convertiría en aviador sobre paisajes inexplorados de Canadá; Madelaine se refugia en la canción; Mali, en la añoranza de Argelia, y Jean, en una cotidianidad y unas raíces que, al final, se revelarán totalmente castrantes.No Man's Land es, pues, una especie de sala de espera para los personajes, pero se diría que también lo es para el cineasta. Sus criaturas y sus ideas aparecen esquematizadas, reducidas a meras formulaciones, como si esa idea simbólica de la frontera -y esa frontera no tiene nada que ver con la del western, con el límite de lo conocido o de la civilización, sino que es vista como un resquicio que permite todo tipo de contrabando, de ideas, de dinero o de sentimientos- hubiera impregnado todo lo demás y llevara a convertir la forma en fórmula, condenados los protagonistas a hablar a través de generalidades de arquetipo, como cuando comparan los tiburones del mar con los tiburones de cuello duro.

En realidad, los mejores momentos de esta película de Alan Tanner, bien rodada, mejor fotografiada y espléndidamente montada, son los instantes en que la música se impone por encima de las palabras de los persponajes, instantes en que los protagonistas van de un lado a otro, recorren el bosque que separa los dos países mientras un pianista a lo Keith Jarret y el sitar de Krishna Bhatt hermanan el lugar de donde vienen con el que imaginan.

Viéndoles dormir entre los helechos, atento el oído a los pasos de alguna patrulla nocturna, cargada la espalda de un dinero que, con ese kilómetro de tierra de nadie, logra su purificación legal sin que en la alquimia tenga nada que ver el aire transparente de la montaña, es cuando más se añora la vitalidad o la emoción de otros filmes de la cinematografía de Alain Tanner.

Esos filmes no siempre son tan redondos formalmente, pero son más sentidos y con unas ganas de hablar y proponer cosas que, en ese pulcro balneario de No Man's Land, que se estrena hoy tras su paso por el festival de Venecia, aparecen hibernadas.

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