_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Teoría de las tres bombas

En algunos sectores de Occidente existe la opinión de que el arma nuclear es un rasgo natural e inherente al progreso tecnocientífico y que impulsa el desarrollo de ramas enteras de la ciencia (en particular, la física), y que el mundo sale ganando de la posesión del arma nuclear. Quisiera subrayar que tales criterios son absolutamente erróneos: en modo alguno el progreso depende del aumento del número de innovaciones nucleares en la esfera militar; más bien al contrario.Hace mucho que los sofisticados sistemas de arma nuclear ideados a base de proyectos de científicos occidentales (físicos, químicos, mecánicos y matemáticos) escaparon a su control y se rigen por sus propias leyes. Frecuentemente, el propio carácter de las exigencias presentadas por los militares a tal arma -autonomía elevada, relativa sencillez de su Gobierno y servicios- no sólo rebaja el umbral nuclear, sino que sienta premisas para propagar su producción mucho más allá de los países en que esos sistemas fueron creados inicialmente.

Además, ya no es difícil hallar cuadros capaces de manejar tales sistemas porque los especialistas de los países industrializados del mundo se orientan perfectamente en los dominios de la informática. A veces, los misiles crucero, las municiones de neutrones y las bombas atómicas de mochila parecen ser creados especialmente para aventureros de todo pelaje, desde gánsteres ordinarios hasta dictadores afectados por la paranoia.

En cuanto al aspecto político del problema, procede señalar que la realidad del siglo nuclear exigió reconsiderar los conceptos básicos de la politología, tales como la fuerza, la superioridad, la victoria y la seguridad. La guerra nuclear ya no puede ser "continuación de la política por otros medios". En esa guerra no se puede obtener la victoria. Es un hecho la dependencia directamente proporcional entre la carrera armamentista y el debilitamiento de la seguridad nacional.

En el coloquio de Ginebra al que acabo de asistir, dedicado a la vigencia del tratado sobre la no proliferación del arma nuclear, hemos examinado importantísimos problemas de nuestra época. Entre ellos, el relativo a la propagación del arma nuclear tanto en vertical como en horizontal. Con tal motivo, muchos científicos consignan que los planes estadounidenses de militarización del espacio cósmico ponen la carrera armamentista en todos sus aspectos y orientaciones a un nivel cualitativamente nuevo. Las conclusiones científicas patentizan que el. control sobre el efecto destructor del arma de exterminio masivo no está al alcance de las posibilidades humanas y que la única vía de salvación pasa por la necesidad de prevenir el conflicto en que tal arma pueda ser empleada. Pero los optimistas nucleares-espaciales tratan de convencer al mundo de que estamos a un paso de amansar al genio nuclear. En EE UU consideran que amenazando a otros pueblos y esgrimiendo el peligro de guerras nucleares será posible refrenar la amenaza nuclear. Tal es por el momento su respuesta al compromiso asumido unilateralmente por la Unión Soviética de no ser el primer país en usar el arma nuclear.

El problema del porvenir

Naturalmente, el problema de nuestro porvenir preocupa a los científicos. Buscando la manera de ponerlo a salvo de un golpe, se impone la conclusión de que la política de confrontación, recrudeciendo el peligro de una guerra nuclear, al parecer relega a un segundo plano otros problemas globales y no siempre permite comprender su carácter actual. Metafóricamente dicho, bajo la tierra, nuestra casa común, se encuentran colocadas, además de la bomba nuclear, otras dos bombas de acción retardada: el abismo siempre mayor entre Norte y Sur, entre los Estados capitalistas desarrollados y los en vías de desarrollo, y la creciente alteración del equilibrio ecológico. Cae de su peso que la carrera de armamentos -con tanta más razón, los nucleares- es el más peligroso de los problemas globales. Ante todo, porque amenaza con la desaparición de la humanidad. Si no sucede lo peor, la maratón nuclear meterá a la gente en un atolladero, puesto que agotará sus fuerzas y los recursos necesarios para descargar las otras dos bombas.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Los Estados del Tercer Mundo y algunos países occidentales aducen argumentos de que el tratado sobre la proliferación del arma nuclear no contribuye a la toma de medidas efectivas con miras a limitar el arma nuclear. Es comprensible la creciente desilusión de los países no alineados de que, pese a los postulados del tratado, las potencias nucleares de Occidente interrumpieron las negociaciones sobre la prohibición general y completa del arma nuclear. Es obvio que las brechas en el sistema de medidas encaminadas a impedir la proliferación del arma nuclear las abren aquellos Estados que no hacen secreto de sus planes agresivos contra los vecinos. Pone también en guardia el emplazamiento del arma nuclear y de sus vectores en territorios colindantes con los países tercermundistas. Por ejemplo, ahora, tan sólo en territorio de seis Estados africanos -República Surafricana, Liberia, Marruecos, Somalia, Kenia y Egipto-, así como en las islas adyacentes a África, existen unas 25 bases militares utilizadas por EE UU. En el Mediterráneo y el Atlántico, EE UU mantiene hasta 60 submarinos atómicos, no menos de 240 aviones de asalto vectores del arma nuclear, mientras los misiles Pershing y crucero emplazados en Italia amenazan no sólo a la Unión Soviética, sino también a toda la región del Meditetráneo.

La carrera de armamentos puede devenir el último eslabón rematando, metafóricamente dicho, en la garganta de la humanidad la cadena de yugulación socioeconómica y ecológica. Ya rebasó el marco de las relaciones político-militares Este-Oeste y de las económicas Norte-Sur. Es capaz de meter a toda la humanidad en un atolladero crítico. La salida de esa situación es una sola: terminar la carrera armamentista y emplear los recursos así liberados en las necesidades del desarrollo.

, hijo del presidente del Presidium del Soviet Supremo de la URSS, es miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de la URSS, director del Instituto de África.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_