Hay que seguir viviendo
Los que viven del sexo intentan superar su miedo

Cristina nació en Río de Janeiro y desde hace dos meses se dedica a la prostitución en un bar de lujo de Madrid. Al preguntarle sobre el SIDA reconoce, con acento carioca, que "bastantes chicas tienen miedo, pero hay que seguir viviendo". El negocio debe continuar y quienes viven de la prostitución -chaperos-, travestidos y putasno pueden dejar de trabajar sólo por miedo."Procuramos estar informadas, lo comentamos entre nosotras y ahora nos hacemos análisis de sangre con mucha más frecuencia que antes", comenta Varita, compatriota y colega de Cristina, con varios años de estancia en España. "Si pensamos que vamos a coger algo, no trabajamos, pero no puedes dejar de trabajar todos los días por miedo". Es un cierto fatalismo, pero que no quita que tomen sus medidas de protección: "Ahora pedimos a todos los clientes que usen preservativo, por lo que pueda pasar.
Encuentran también otro motivo de confianza: "Aquí casi todos los clientes son hombres casados y eso también te permite estar más segura", equiparando en cierta forma matrimonio e inmunidad. "Con miedo y todo, aquí vienen más o menos tantos clientes como antes"
Quienes sí han perdido clientes, al menos una tercera parte, son los travestidos de la Castellana. "Vienen menos que antes, pero no vienen acojonados, aunque algunos preguntan si no lo van a coger", comenta V. T. M., 21 años, hormonado y natural de Linares (Jaén). "Los que vienen aquí son todos unos viciosos que quieren salir de la rutina del sexo con su esposa y vivir el morbo".
Lo que obsesiona a V. T. M., en la carrera desde hace cuatro años, no es el síndrome, sino que "se ha perdido la especie del hombre-macho. Son muy maricones los tíos". "Yo no voy a coger el SIDA, porque me he puesto muchas hormonas y soy una tía muy limpia. Por eso no tengo ningún miedo y no me voy a hacer ninguna prueba. Yo siempre le pongo un condón al, cliente y luego me limpio la boca con un producto que se llama Oraldine. Claro que aquí hay una cantidad de guarras impresionantes que lo hacen todas apelo y van a coger cualquier cosa, y muchas, además, son heroinómanas".
También han de ganarse la vida los chaperos que se concentran en las aceras de las calles Prim y Almirante, de Madrid. Tienen miedo, pero no lo demuestran. Deben callárselo y seguir viviendo. "Los amigos te dicen que tengas cuidado", dice David, portugués que para ya cerca de la terraza del café Gijón, "pero la gente con la que voy sé cómo está. Aquí nadie lo ha dejado por miedo".
El chapero, sin embargo, corre bastante riesgo. Casi ninguno se sirve del preservativo y descuidan los aspectos de higiene y sanidad. Bastantes son heroinómanos que no pueden pagarse la dosis diaria de otra forma, con lo que se suman dos posibilidades de contagio. Casi todos, también, conocen la enfermedad sólo de oídas.
Juan, madrileño, habitual en Prim, piensa que "va a bajar el número de clientes por esto". Esto es el SIDA que Juan teme, aunque no lo reconozca expresamente, y ansía conocer los síntomas y cómo se contagia y cuánto tiempo dura la enfermedad. Se angustia por unas manchas que recientemente le aparecieron en un brazo y pregunta si no serán manifestación del síndrome. Pero seguirá haciendo chapas, porque no puede seguir viviendo de otra forma que esperando a un cliente, casi siempre de edad y adinerado.
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