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Reportaje:

El ordenador descubrió a los autores del 'rififi'

La computadora desveló que un usuario de las cajas de seguridad del Banco Hispano Americano tenía antecedentes y había coincidido en la cárcel con Tranchina y Proietti

José Luis Esplugues, de 47 años, y su compañera Josefa Salazar de 46 años, quedaron estupefactos cuando la policía italiana les detuvo en un departamento del tren que desde Bolonia les iba a conducir a Venecia, donde les esperaba Mario Proietti, el cerebro del golpe. Su nerviosismo le había llevado a realizar llamadas a Barcelona. Éstas y la que recibió desde Iesolo (Italia) permitieron conocer a la policía la intervención de Proietti y su familia, así como de un primo de Esplugues, en la operación millonaria del rififí barcelonés del pasado 15 de agosto.La policía española pensó desde un primer momento que tras el robo estaban los italianos, por el material con el que llevaron a cabo el túnel y el butrón, pero también porque en España no hay especialistas en el uso delictivo de la lanza ,térmica. Las únicas huellas que se encontraron fueron las de Fernando López, el español que colocó el capuchón de plomo en el sensor electromagnético de la cámara acorazada, y que igual que José Luis Esplugues tenía alquilada una caja a su nombre.

El primer paso que siguió la policía española en la investigación fue introducir en el ordenador el nombre de los titulares de las cajas de seguridad de la oficina bancaria. Uno de ellos tenía que ser quien facilitó la colocación del capuchón. La computadora reveló que José Luis Esplugues tenía antecedentes por diferentes delitos y que había coincidido en la primavera del año pasado con los asaltantes italianos otra sucursal del Hispano Americano. Cuando la policía pidió información complementaria a la cárcel Modelo se dio cuenta que, con posterioridad a la libertad concedida a la banda -fueron condenados a un año por el intento frustrado, pero cumplieron poco más de la mitad de la pena-, algunos de ellos habían visitado a Esplugues.

El refugio veneciano

Éste, encargado de aportar apoyo logístico y humano al golpe, recibió como botín una bolsa con joyas, pistolas y una pequeña cantidad de dinero -el botín descubierto en la carretera de la Rabassada, que accede a la montaña del Tibidabo- que, según las estimaciones más fiables, es el 2 o 3% de lo robado. Esplugues, que no se fiaba ni un pelo de los italianos, era el encargado de viajar hasta el refugio veneciano de Proietti y recoger una cantidad en metálico. Un dinero que iban a cambiar los italianos en su país, a fin de sortear posibles series controladas por la policía. Esplugues, junto con su compañera, fueron citados en un discreto hotel de Bolonia. Allí debían recibir la llamada de Proietti -a quien no habían visto desde que saliera de Barcelona, el día después del robo- por la que éste les indicaría donde podían recoger su recompensa. Pero Esplugues habló demasiado.

Los italianos han sido una tumba en sus declaraciones. Los españoles han aportado generosa información. El botín de estos últimos está en poder de la policía. La parte del león del botín de los italianos está en Italia y difícilmente podrá interceptarse. Su pista se pierde en el momento en que Fernando López -uno de los españoles detenidos- condujera desde la barcelonesa calle de Les Moles hasta la plaza de la Universidad la mayor parte de lo robado en bolsas de plástico transportadas en el interior de un camión, entre las 20.30 horas y la medianoche, el pasado día 15, y dejara el volante a unos italianos. El paso de la frontera de La Jonquera había sido ensayado varias veces en los cinco meses de preparación del golpe.

Aunque no está confirmado, fuentes policiales creen que cuando se planeó el robo al Hispano Americano de la Diagonal, ya figuraba como reserva el asalto a la otra sucursal del Hispano desvalijada. Contrariamente a lo que se dijo en su día, aquel robo se frustró no porque en la misma finca vi viera el presidente de la Audiencia de Barcelona, Cesáreo Rodríguez Aguilera, sino porque se disparó un instante la alarma mientras la manipulaban. Cuando la policía les descubrió, los atracadores ya habían desistido de la operación: primero les falló la entrada por la puerta de la cámara por los problemas que encontraron en la alarma; cuando decidieron agujerear la cámara desde abajo se dieron cuenta que no había espacio para manipular la lanza térmica que debía abrir el boquete y que la cámara se recalentaba demasiado.

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