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Crítica:TEATRO / 'BAJARSE AL MORO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un sainete en el camino de vuelta

Bajarse al moro es una prolongación, y al mismo tiempo una ruptura, de una de las líneas de fuerza del teatro español constante: la comedia de costumbres, el sainete, la escena de pueblo y pobres sometidos a una fuerte presión social. La ruptura está en la presencia de la libertad, de otra forma de moral.El enfrentamiento clásico entre cigarras y hormigas, entre posibilistas y utópicos, no es una mera lógica de escenario, sino un reflejo teatralizado de una situación actual: la sensación de que el paño lúgubre de la sociedad española se abrió para dejar paso a una respiración que se había contenido y, sin embargo, el oxígeno sólo sigue llenando los pulmones de los que respiran el aire de los otros, y a costa de los otros: de los que saben vivir -los vividores- a condición de que resuelvan su fuga comprando un piso en Moratalaz, trabajando en una tienda de electrodomésticos o buscando un ascenso.

Bajarse al moro

Autor, José Luis Alonso de Santos. Intérpretes: Verónica Forqué, Amparo Larrañaga, Jesús Bonilla, Pedro María Sánchez, María Luisa Ponte, Raúl Fernández, Javier Garcimartín. Escenografía de Rafael Palmero. Dirección: Gerardo Malla.Estreno, teatro Bellas Artes. Madrid, 6 de septiembre.

Las alusiones políticas y sociales, la aparición de los logreros, de los que transitan de un sistema a otro, son las suficientes como para que quede alguna de las plumas negras del penacho del desencanto. El sistema sobre el que está construida la obra es también una forma de prolongación y modernización del género: es el de la teatralidad como dotada de una segunda vuelta, de una ironía sobre el género en sí, sin duda con la complicidad del director, Gerardo Malla: los apartes, los monólogos, las frases dichas mirando al público por los personajes buenos -es decir, los que buscan la comprensión, la justificación, la identificación-, las escenas de dos personajes con salidas artificiosas de los que sobran para los momentos de confrontación, tienen, sobre el teatro anterior, la soltura del autor que no se ha detenido en excesos de lo que se llama carpintería.

Inocencia y risa

Hay otra libertad. Está vivo todo lo que el género tradicional tiene de inocencia, de ingenuidad y de risa; pero hay también un contenido agridulce, hay una rebeldía, tranquila que se manifiesta sobre todo en la escena final, donde sobrenada una esperanza imposible, una remisión a la utopía del futuro.Los dos personajes que sustentan la ilusión y perseveran en ella, maltrechos y destrozados, son naturalmente la parte beneficiada del reparto. Pero no sólo por eso -por el mimo del autor- sobresalen, sino por una representación muy adecuada por sus actores. Jesús Bonilla ha elevado la condición de excelente intérprete que ya se había visto en apariciones menores: es un protagonista, y la voz, el gesto, la presencia en escena, el difícil juego entre teatralidad y naturalidad lo resuelve con inteligencia. No sorprenden estas virtudes, naturalmente, en Verónica Forqué, pero también añade mucho a sus anteriores creaciones: una forma distinta y actual de la ingenuidad, una respuesta adecuada al libreto. María Luisa Ponte tiene su vis cómica: coloca las frases, sobre todo en la primera parte, con la conciencia de su oficio. Los personajes malos sufren, naturalmente, de la identificación de sus personajes, de la cobardía moral y del bombardeo de las ilusiones: Pedro María Sánchez y Amparo Larrañaga cargan honestamente con ellos.

La dirección de Gerardo Malla tiene aciertos de fondo, como el del logro, del camino de vuelta del sainete, pero no consigue limpiar las escenas de conjunto, como la del final del primer acto, o defender los enormes riesgos del segundo, donde el desencanto aparece de manera galopante y requiere parlamentos largos. Las irrupciones de la iluminación y de la música buscan la distancia, pero a veces interrumpen excesivamente el curso de la obra.

Gustó. Hubo aplausos muy especiales para Bonilla y Verónica Forqué, reconocimiento a la personalidad y al oficio tantas veces acreditado de María Luisa Ponte y, sobre todo, para el autor, José Luis Alonso de Santos.

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