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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Amenaza sobre Túnez

SE ESTÁ creando entre Libia y Túnez un foco de tensión de suma gravedad y cuyas consecuencias podrían extenderse a otras regiones. La causa inmediata ha sido la explosión decretada por el Gobierno de Trípoli, a principios de agosto, de un número creciente de trabajadores tunecinos porque no aceptaban la nacionalidad libia. En una situación ya de por sí deteriorada, el gesto libio tiende claramente a colocar al Gobierno tunecino en una coyuntura difícil. No es la primera vez que el coronel Gaddafi interviene, de una u otra forma, en los asuntos de su vecino occidental. El caso más grave fue el levantamiento de Gafsa, en 1980; la participación de agentes libios fue evidente, y Francia envió en esa ocasión tres barcos de guerra para manifestar su apoyo al Gobierno tunecino.Pero el conflicto actual tiene una gravedad particular porque Túnez necesita afrontar, en un plazo que ya no puede alargarse mucho, el problema decisivo de la sucesión del anciano presidente Burguiba, Éste representa indiscutiblemente la clave de bóveda del sistema político. No sólo por su papel histórico excepcional en el proceso de liberación de la tutela colonial francesa, por su prestigio legendario entre las masas, sino porque se ha reservado siempre todas las decisiones fundamentales; con una personalidad absorbente, ha reducido sustancialmente el papel del Gobierno, de los órganos democráticos y de su propio partido. El incierto futuro político se complica, sobre todo, con una situación económica y social explosiva; en Túnez se dan condiciones de extremada miseria al lado de la opulencia de sectores enriquecidos gracias, con frecuencia, a protecciones de arriba. Los sindicatos tienen una influencia considerable, pero se hallan sometidos a represiones constantes. El partido oficial, Destur, está muy burocratizado, y otros partidos, ilegales, son un fermento de descontento. Esta fragilidad de las mediaciones políticas acrece aún más el papel exclusivo de Burguiba y ensombrece la perspectiva de la sucesión. Otro factor que se agrega a las tensiones sociales y políticas es la influencia del integrismo islámico, que se manifiesta particularmente en las universidades. Son hechos desestabilizadores surgidos de la misma realidad tunecina; Gaddafi no los ha creado, pero todo indica que desea explotarlos al máximo.

En ese orden, merece ser analizado con atención el discurso pronunciado por el coronel Gaddafi con motivo del 16º aniversario de la revolución gracias a la cual logró hacerse con el poder. Su tesis principal es que "la nación árabe es una, desde el golfo Pérsico hasta el océano Atlántico, y no reconocemos fronteras imaginarias impuesta por el imperialismo". A partir de ahí estimuló al presidente Asad, de Siria, a ocupar Líbano, porque es la mejor solución para avanzar hacia la necesaria unidad árabe. Es obvio que, en virtud de ese mismo principio, otras fronteras entre países árabes no tienen por qué ser respetadas. Para dejar las cosas más claras aún, Gaddafi agregó que está dispuesto a "imponer la unidad árabe por la fuerza y la revolución". No es seguro que esta huida hacia adelante en el lenguaje de Gaddafi corresponda a una consolidación efectiva de su poder. En el plano internacional, su posición se halla bastante aislada, incluso dentro del mundo árabe; los ataques contra Túnez la están deteriorando aún más. A pesar del tratado de unión firmado en Uxda con el rey de Marruecos, los hechos ponen de relieve la inexistencia de puntos comunes entre los dos países; Gaddafi estuvo ausente de la cumbre de Casablanca. Sobre el actual conflicto con Túnez, Gaddafi ha rechazado la mediación de dos ministros marroquíes.

El Gobierno tunecino ha reaccionado con energía ante los ataques de Trípoli. Ha declarado que está decidido a retirar todos los trabajadores que están en Libia. A la vez, ha retirado a su embajador y ha anunciado el cese de las relaciones comerciales. Todo ello indica que ese foco conflictivo va camino de una agravación seria. Dos reacciones internacionales resultan significativas: la visita personal del presidente argelino, Benyedid, para testimoniar su solidaridad a Túnez y la visita de una delegación de EE UU, entre cuyos miembros estaba el almirante jefe de las operaciones navales. Este gesto demuestra que uno de los resultados de las amenazas de Libia es hacer que puedan coincidir países con posiciones dispares, como Argelia y EE UU.

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La política de Gaddafi es imprevisible. Lo que se puede prever, en cambio, es un futuro incierto en Túnez cuando Burguiba falte.

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