"¡Un toro me ha partido a mi hijo. Me lo ha quitado!" gritó el padre de Yiyo entre llantos al entrar en su casa
"¡Un toro me ha partido a mi hijo. Me lo ha quitado!", exclamó ayer el padre de Yiyo cuando entró en su casa, donde le esperaban los vecinos, los amigos y algunos familiares. El grito sobrecogió a los presentes y a partir de ese momento una explosión de llantos, de lágrimas, del abrazos y de patadas al suelo, de dolor y de rabia, llenó el comedor de la Vivienda, situada en el piso séptimo de la calle Canal de Bósforo, 30, en el barrio madrileño de Canillejas. Aún no había llegado el cadáver que, envuelto en una manta y sobre la camilla de la enfermería, era subido lentamente por la escalera, ante los gritos de lamentación de los vecinos.
La llegada a la casa de sus padres con los que vivía, era esperada por más de 500 personas, que, agrupadas en torno al portal, comentaban dónde habían oído la noticia cuánto tiempo hacía de la muerte de Paquirri y lo bueno que era Yiyo, al que muchos conocían desde niño. Arriba, en el piso, únicamente se encontraba la cuñada, atendida por un grupo de vecinas en un gran estado de nerviosismo.Poco a poco fueron llegando familiares, que se abrazaban y no terminaban de creers e la noticia "¡Es imposible, no puede ser. No puede haberle ocurrido esto a Yiyo", gritaban en medio de una habitación en la que cubren todas las paredes los cuadros del mata dor, la dedicatoria de una foto del Rey, la copa que le dieron por la mejor faena de una feria y las fotos del torero en distintas plazas.
Una exclamación lanzada por 400 gargantas y gritos de ¡torero, torero! llegaron,a la casa. Acababa de llegar el cadáver de Yiyo. "En su coche, lo han traído en su coche", exclamaban las vecinas. El espectáculo desde el balcón de la vivienda era impresionante. Ilumi nado por los flashes de los fotógrafos, la camilla fue sacada del vehículo y en volandas fue iritroducida en la casa en medío de aplausos.
La espera fue lenta y tensa. Subían a Yiyo por la escalera. El padre del torero, que habíasubido, en el ascensor, entró en su vivienda poco después. "Mi hijo. ¿Donde está mi hijo?. Un toro me ha partido a mi hijo. Me lo ha quitado". Fue como el anuncio de que lo que todos sabían. La tensión a partir de ese momento fue tremenda. La entrada de Juan (hermano del diestro y miembro de su cuadrilla), vestido de luces pero sin la chaqueElla, fue recibida con nuevos llantos que se suavizaron cuando entró Antoñete en el comedor, vestido de calle. El abrazo del padre y el veterano matador pareció durar una eternidad mientras entre sollozos sólo se oía al padre de Yiyo decir: "Maestro, maestro".
No se había producidó aún el momento más dramático: la llegada del cadáver, con la cara descubierta, tapado con una manta blanca y con un ramo de flores de papel puesto con prisas por algún vecino sobre los pies. Todos los que se hallaban en la habitación pugnaron por abrazar el cuerpo. Todos gritaron: "¡Mi Yiyo!". Antoñete, entre tanto, lloraba apoyado en el quicio de una puerta con las huellas de lo presenciado en su rostro.
¿Por qué él, Dios mío?
Colo cada la camilla sobre la mesa del comedor, las escenas se repetían. "¿Por qué él, Dios mío, por qué él", musitaba en una esquina una mujer. El padre, abrazado a los pies del cadáver, lloraba mientras los vecinos más serenos intentaban que salieran de la habitación los pocos fotógrafos que quedaban.
Marta -La Yiya la llaman-, estuvo a punto de desmayarse cuando entró en la habitación y vio a su hermano sobre la mesa. "¡Mírale, está aquí!" dijo el padre, y Marta, en medio de gritos desgarradores, se estrechó contra el cadáver, del que sólo pudieron separarla entre varios vecinos y familiares. La puerta de la casa había sido cerrada y el teléfono permaInecía descolgado.
El cuerpo de Yiyo fue de nuevo cogido por los presentes para ser llevado a su habitación. Allí quedó depositado sobre la cama en medio de empellones de los que intentaban verle. A partir de ese momento los familiares lograron hacerse con la situación y empezaron a pedir a los vecinos que se trasladaran al salón o que se fueran. Fue entonces cuando atravesó el comedor la madre del torero, que en ese momento entraba en la vivienda. Preguntaba por su hijo y en silencio se le dejó paso para que llegara a la habitación.
En el salón, Manuel Martínez Molinero -director de la Escuela de Tauromaquia cuando Yiyo aprendió a torear en ella y asesor de la plaza de Colmenar Viejo por petición del alcalde para esta feria- explicaba que Yiyo había toreado "de maravilla". Explicaba a los periodistas que en su último toro había dado un pinchazo y después había clavado una estocada hasta la bola. "Ha caído y él se ha echado las manos a la cabeza para protegerse pero el toro lo ha levantado por el costado izquierdo y allí lo ha sostenido. Cuando le trasladaban volvió la cabeza hacia arriba y ya teníaJos ojos extraviados. Posiblemente entonces ya estaba inuerto".
Ángel Luis Bienvenida, hermano de Antonio, muei-to de una cogida en un tentadero, respondió a la pregunta del sentimiento de un familiar de un fallecido en tales circunstancias: "Sólo se siente angustia". Había muchos toreros anoche en la -casa de los Cubero. Además de Antoñete, estaban Palomo Linares, Ortega Cano, Espartaco y El Soro, entre otros. El cadáver del torero fue vestido con un temo de burdeos y azabache, el mismo traje que vestía cuando cortó una oreja en Madrid este año.
Tomás Redondo, apoderado de Yiyo, manifestó entre sollozos: "Cuando salía hacia la enfermería yo sabía que estaba muerto. El médico me ha enseñado el corazón partido en dos. No me lo creo todavía".
Babelia
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