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Tribuna:Debate sobre la metadona
Tribuna
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Ayudar, tratar, curar al drogadicto

No hay drogadicto que en algún momento no haya pretendido, intentado o, simplemente, deseado curarse, es decir, desengancharse de la heroína y abandonarla para siempre. La droga ya no es como al principio sinónimo de felicidad, sino que únicamente le calma un estado de necesidad, le alivia el dolor de vivir. Vivir sin ella, sin necesitarla, es un deseo frecuente para el drogadicto, pero un deseo casi siempre frustrado, en tanto que ni siquiera intuye cómo podrá realizarlo. Y el intento de curación fracasa sobre todo cuando la respuesta terapéutica que se le ofrece consiste sólo en el aislamiento del mundo, de su mundo, y en la exigencia del esfuerzo heroico de su voluntad, una voluntad de la que, obviamente, el drogadicto carece.Así, es fácil decir y pregonar que los heroinómanos no se curan y abandonarlos a su suerte, a su mala suerte, hostilizados por todas partes, poco y mal asistidos en sus demandas y necesidades, sin el apoyo solidario de casi nadie. De tal manera que, como en un terrible círculo vicioso, la heroína llega a ser su única compañera en la vida, una vida que es muerte, una muerte en vida. Prescindir de ella es como quedarse absolutamente a la intemperie, sentirse en el vacío, sin nada ni nadie a quien agarrarse, existir insoportablemente. No es raro, pues, que la sobredosis mortal sea, a menudo, la única posibilidad real de dejarlo.

No es cierto que los yonquis no quieran curarse: es que no pueden dejar la droga sin más y por sí mismos. Por ello precisan asistencia y tratamiento..., aunque no se curen. Pero ¿cómo tratar al drogadicto? Hay que reconocer que los tratamientos convencionales de la medicina, de la psicología, de la psiquiatría e incluso de la psicoterapia en sus diversas formas han demostrado reiteradamente su ineficacia o insuficiencia. Tal vez no podía ser de otro modo, pues esos tratamientos se plantean como objetivo prioritario e inmediato la supresión total de la droga, y eso nunca será posible si, previa o simultáneamente, el paciente no va teniendo otras alternativas de vida, nuevos y vivos vínculos de relación social.

Hay, sin embargo, un método de tratamiento que, con mayor modestia, no se plantea la supresión radical de la droga, sino única mente la sustitución de la heroína por otra droga menos Potente, de menores riesgos y más controla ble: la metadona. También ésta puede producir dependencia, pero tiene la ventaja de que puede ingerirse por vía oral y de que, estricta mente, sólo es preciso tomarla una vez por día, pues sus efectos duran más de 24 horas. El síndrome d abstinencia es bastante menos in tenso que el de la heroína y, además, la metadona, según se sabe, bloquea los efectos de los opiáceos, por lo que, tomándola, hace mucho menos necesaria la búsqueda de heroína.

Moratoria al drogadicto

Se trata de un tratamiento de mantenimiento en el que el paciente recibe diariamente una dosis controlada y mínima de, metadona al comienzo, bajo observación médica directa y con controles periódicos de orina para detectar las drogas realmente consumidas durante meses o incluso años. El objetivo es evitarle todo uso o casi todo uso de heroína, pretendiendo con ello descriminalizar al drogadicto, legalizar y controlar adecuadamente el consumo de la droga que necesita, evitarle los riesgos de la clandestinidad, hacerle innecesario el del inquir, frenarle su carrera hacia la marginación, proporcionarle tiempo para actividades no relacionadas con la droga, posibilitarle el reencuentro significativo con personas no drogadictas y, en último término, la reintegración social. En definitiva, lo que se intenta es una moratoria al drogadicto para, que éste algún día se encuentre en condiciones de abandonar la heroína. Con estos planteamientos y a medio o largo plazo los resultados del tratamiento han sido relativamente positivos y esperanzadores en otros países. Trabajos publicados en cuademos recientes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) parecen demostrarlo.

Aquí, sin embargo, la metadona cuenta con demasiados adversa nos, a menudo por motivos ideológicos o morales. Muchos expertos cuestionan su uso en general sin haber llevado a cabo ningún pro grama de metadona ni haber estudiado sus resultados y sin plantear otros métodos de tratamiento más eficaces. A muchos médicos les ha repugnado usar drogas con sus pacientes; realmente, han preferido no tratar a drogadictos, no tener contactos con ellos, con metadona o sin ella. Otros, por el contrario la han facilitado sin el menor rigor a quienes la solicitaban, cual camellos de bata blanca. Y ha habido quienes han proscrito su uso en centros públicos, reservándolo para el consultorio privado.

Lo cierto es que en este país, hasta ahora, no se ha llevado a cabo ningún programa de metadona seriamente y con una estrategia de salud pública. Sí se han hecho esporádicos e incontrolados programas salvajes a instancias de la iniciativa privada, mientras la mayoría de los centros sanitarios públicos, capacitados para garantizar la seriedad de un programa para heroinómanos, no han querido asumir las posibles complicaciones de la utilización de la metadona. La ausencia de control y de rigurosidad en los programas de metadona, la carencia de equipamientos y de recursos para llevarlos a cabo, la improvisación y la despreocupación de las autoridades sanitarias han dado lugar a situaciones tan lúgubres como la creada, hace unos cuantos años, por la desaparecida Unión Española contra la Droga, subvencionada con dinero público, que, con las debidas autorizaciones, repartía metadona gratis a todos los que la pedían, incluso a gente que sólo fumaba marihuana -la dichosa manía de confundir las drogas blandas con las duras- y que luego la revendía en el mercado negro. Y podrían ponerse otros ejemplos del mal uso y abuso de la metadona que sólo han evidenciado los riesgos que conlleva, la picaresca, los manejos y los negocios turbios que se han generado en torno a ella...

Contra el mercado negro

Situando a la metadona en la debida perspectiva, al margen de cualquier posicionamiento ideologizante o moralista y de la crónica de sucesos, no hay duda de que para el paciente es mejor depender de una droga legalizada en su uso, barata o gratuita, de acción prolongada y que se puede tomar por vía oral, que ser un heroinómano callejero, marginal, acosado por todos, que vive a la desesperada, en permanente riesgo y obligado a conseguir como sea una droga ilegal, más potente, carísima, adulterada, de efecto a corto plazo y que debe pincharse. Con la metadona el drogadicto sufre menos; ya no ha de vivir en constante ansiedad -lo que aumenta la sensación de dependencia- por el riesgo de quedarse sin el aprovisionamiento de la droga, de tener que robar, traficar, etcétera. Se le pueden evitar, las continuas- penalizaciones e internamientos correccionales y el sujeto puede normalizar su vida sin tener que vivir. en función casi total de la droga, como con la heroína, y salir de la marginación. Y, sobre todo, es posible proporcionarle al drogadicto una moratoria tranquilizadora e indefinida, en la cual tal vez algún día, con unas circunstancias socioculturales que le sean favorables y con los precisos apoyos médico-sociales, económicos y psicoterápicos, pueda dar el salto a la abstinencia y hacia la curación definitiva.

Por otra parte, distribuyendo de un modo gratuito y debidamente controlado metadona entre los heroinómanos, seria e individualizadamente seleccionados, en el marco de un programa rigurosamente establecido y con una clara estrategia de salud pública, podría disminuirse la actual demanda ilícita de heroína, incontrolada e incontrolable, y frenar de alguna manera la oferta del mercado negro.

Lo lamentable sería que, con las medidas restrictivas que se anuncian, pudiera dificultarse en el futuro la puesta en marcha de programas serios de metadona, un tratamiento que en ningún caso puede ser una panacea, que puede ser incluso discutible, pero que tiene racionalidad científica y solidez teórica y que puede ser de mayor o menor utilidad en la asistencia a los drogadictos.

Enrique González Duro es psiquiatra.

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