Siria y la baraja libanesa
Cada nueva ola de violencia se traduce en una mayor penetración de Damasco en el vecino país
La última oleada de violencia en Líbano se ha debido al retorno de los militares sirios al reducto cristiano. Los sirios han vuelto para controlar, en principio, el respeto del último alto al fuego en una comunidad cuyas milicias han sido aliadas de Israel. Con esta operación, consagrar en triunfo la pacificación de este país, aunque para ello tenga que permitir que sus aliados musulmanes libaneses entablen algún duelo artillero ion sus compatriotas cristianos.
Desde que el presidente Amín Gemayel renunció, en marzo de 1984 a la opción proamericana realineando formalmente su política con la de la poderosa vecina Siria cada una de las nuevas llamaradas de violencia que se producen en territorio libanés se traduce en una creciente penetración de Damasco en un país controlado ya en más de un tercio por las fuerzas arma das sirias.Expulsadas de Beirut y del sur de la llanura oriental de la Bekaa por el avance del Ejército israelí en el verano de 1982, los militares sirios se reinstalan paulatinamente en el país de los cedros, aunque desde la retirada casi total de Israel del Líbano meridional, Damasco ha reducido sus efectivos, estimados ahora por sus adversarios en menos de 25.000 hombres.
La guerra entre shiíes de la milicia Amal (Esperanza) y fedayin palestinos en torno a los campamentos de refugiados del sur de Beirut dio pie a Siria para enviar en junio a la capital libanesa a sus primeros observadores militares del acuerdo de pacificación de Sabrá, Chatila y Bourj el Bourajne, donde los frecuentes incidentes armados que aún se producen no degeneran en batallas gracias a la intervención de sus oficiales.
Los constantes choques callejeros entre milicianos shiíes de Nabih Berri y drusos de Walid Jumblat en el sector occidental y musulmán de Beirut permitieron al régimen baasista sirio enviar a continuación en julio a otros 30 emisarios castrenses encargados de poner paz entre dos grupos armados supuestamente aliados.
Una situación similar en la ciudad septentrional de Trípoli, la segunda del país con más de 400.000 habitantes, fue parcialmente apaciguada, destacando también allí oficiales a las órdenes del general Mustafá Tlass, ministro sirio de Defensa, como los que en los próximos días van a ser destinados a la capital de la Bekaa, Zahle, ciudad greco-católica frecuentemente hostigada estos últimos días desde los pueblos shiíes circundantes.
El reducto cristiano
Los cuatro días -de lunes 19 por la tarde a jueves 22- del más intenso bombardeo de artillería entre las fuerzas libanesas (milicias cristianas unificadas) y los dos principales grupos musulmanes, druso y shií, han causado la muerte de más de 150 personas, herido a más de 500 y provocado daños o destruido más de 2.500 casas situadas en unas 150 localidades diferentes, que abarcan una superficie de más de 3.000 kilómetros cuadrados.
El más violento duelo de cañones desde la invasión israelí ha colocado, sin embargo, a Siria en posición de alcanzar uno de los que parecen ser sus principales objetivos en Líbano: destacar oficiales de su Ejército en el denominado reducto cristiano, de 2.000 kilómetros cuadrados, donde, bajo la autoridad de las Fuerzas Libanesas, viven y trabajan unas 800.000 personas, en su mayoría católicos de rito maronita.
Siria impidió en 1976 la derrota de los cristianos enviando, por primera vez, a sus tropas a Líbano para contener el avance de palestinos e izquierdistas libaneses porque su presidente, Hafez el Asad, temía que el acoso a los maronitas acabase echándoles en brazos de Israel, lo que ocurrió a pesar de todo cuando en 1978 el asesinado presidente electo Bechir Gemayel expulsó a los sirios de su reducto.
Desde entonces Damasco ha ambicionado volver a poner pie en la zona más próspera y dinámica de Líbano, para vigilar de cerca a unos habitantes que sospecha aún de veleidades proisraelíes, lo que acaba justamente de ofrecerles el jueves pasado el comité cuatripartito integrado por los representantes de las tres principales milicias del país y un delegado del Ejército regular libanés.
Reunidos en el despacho en la Bekaa del jefe del espionaje militar sirio en Líbano, el coronel, Ghazi Kanan, los cuatro miembros del comité solicitaron el despliegue de observadores sirios a lo largo de la línea de demarcación que separa ambos sectores confesionales de Beirut, el musulmán y el cristiano, donde deberán forzosamente instalarse algunos de los oficiales a las órdenes de Tlass.
Los sirios sustituirán así, de hecho, a los actuales cascos blancos franceses, herencia de la desaparecida fuerza multinacional occidental, cuyo papel consiste simplemente en contar los proyectiles que se intercambian los bandos enemigos sin poder frenar su ardor combativo porque carecen de medios de presión.
Nada más darse a conocer las resoluciones del mencionado comité que implicaban también la entrada en vigor de un alto el fuego, Berri, el más fiel aliado de Damasco en el escenario libanés, expresó sus reservas ante un acuerdo que sólo estipulaba el envío de observadores sirios al frente y exigió que su misión consistiese también en controlar las baterías de artillería del sector este o cristiano de la capital para conseguir así una tregua estable.
Su propuesta, que según el diario L'Orient le Jour expresa el deseo secreto de Damasco, fue implícitamente respaldada por el primer ministro, Rachid Karame, que pidió que los emisarios sirios tomasen posiciones en "todo Beirut", es decir, se adentrasen en profundidad en el famoso reducto.
Escaldados por su anterior experiencia, que desembocó en 1978 en un masivo bombardeo de Beirut este por la artillería siria, los responsables cristianos han sido siempre reticentes a autorizar un retorno, incluso simbólico, del Ejército del vecino a su territorio liberado.
Tras cada nuevo "diluvio de proyectiles" que acompañan gestos conciliadores sirios en dirección a su comunidad, la idea de acoger a algunos oficiales procedentes de las orillas del Barada -el río que atraviesa Damasco- va poco a poco abriéndose camino entre los maronitas, y el octogenario ministro de Hacienda, Camille Chamoun, reconocía el jueves la necesidad de "cooperar con los sirios respetando la soberanía ambas partes".
El papel de pacificador
De ahí a que sean los sirios los que -como ya lo hicieron a principios de 1984 para obligar a Gemayel a rectificar su política- aticen conflagración interconfesional para obligar a ceder a los cristianos sólo hay un paso que algunos comentaristas no han dudado en dar formulando así una acusación que el diario damasquino Al Baaz consideraba injusta, al tiempo que achacaba la responsabilidad de la, tragedia a "Israel y a sus agentes".
Más aún que en la colocación de la comunidad cristiana bajo su tutela, el régimen baasista, aislado internacionalmente, está ahora interesado en demostrar al mundo árabe, a Israel y a aquellas potencias occidentales que se aventuraron por tierras de Líbano que está en condiciones de pacificar un país exhausto por 10 años de guerra civil casi ininterrumpida. Pero si Damasco no fomenta las llamadas de violencia, tolera, por lo menos en un primer momento, que las facciones libanesas se dejen llevar por sus demonios guerreros -no en balde algunos cañones drusos abrían fuego estos días desde posiciones en manos del Ejército sirio- para después decretar la tregua presentándose como un árbitro que impone sus reglas de juego, entre las que figura ahora el envío de observadores.
"Siria", declaraba a mediados de semana el ministro cristiano de Sanidad y Telecomunicaciones, Joseph Hachem, "tiene en su poder el 80% de las cartas de la baraja libanesa" y después de cada nueva orgía bélica ese porcentaje aumenta en detrimento de su adversario tradicional en Líbano, Israel, y de su nuevo enemigo desde hace un par de años, Yasir Arafat, en representación de los árabes moderados e incluso, según Damasco, de EE UU.
Una tras otra, las milicias creadas por el primero para secundar su ocupación se han desmoronado al tiempo que disminuía su influencia sobre la comunidad cristiana mientras la del viejo líder de la OLP resultaba también mermada entre los refugiados palestinos asentados en Líbano por las dos semanas de "guerra de los campamentos" de mayo.
"¿Cuánto tiempo deberemos esperar", se preguntaba el ministro Hachem, "para saber quién ganará la partida de cartas?". ¿Cuántas nuevas arrolladoras oleadas de violencia tendrán que soportar los libaneses hasta que, si se mantiene la actual tendencia, Siria disponga de toda la baraja?
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