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Reportaje:El conflicto de Oriente Próximo

Berri, la nueva bestia parda de los cristianos

La última explosión en Líbano ha convertido aparentemente a Nabih Berri, jefe de la milicia shií Amal, en el enemigo privilegiado de los cristianos, título que ostentaba hasta ahora el líder druso Walid Jumblat, que capitanea, a su vez, otra facción armada denominada Partido Socialista Progresista.La principal emisora de radio cristiana, la Voz de Líbano, propiedad del partido falangista, formuló esta semana sus críticas más mordaces contra el dirigente shií acusándole de querer "monopolizar la representación de todos los musulmanes de Líbano" con vistas a "instaurar una república islámica de corte shá cuya presidencia asumiría".

Por citar frases textuales de una conversación entre emisarios argelinos y Berri, en la que este último no descartaba desear ocupar la jefatura del Estado de Líbano desempeñada tradicionalmente por un cristiano maronita, el semanario independiente beirutí An Nahar Arab International fue retirado en junio de la venta por los milicianos shiíes que recorrieron los quioscos.

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Berri, que es también ministro de Justicia y del Sur en el Gobierno de Unión Nacional, no pudo cerrar la emisora, pero se apresuró en desmentir sus alegaciones asegurando "no tener ninguna ambición personal", al tiempo que reiteraba sus amenazas de "solución militar" como si el actual equilibrio de fuerzas permitiese esa opción y como si Siria fuese a transgredir uno de los principios de su actuación en Líbano autorizando el aplastamiento de una confesión por otra.

El líder shií sabe que la interminable crisis libanesa, originada por un sistema político basado en el pacto nacional de 1946 que otorga el poder a los cristianos, a pesar de que paulatinamente se han convertido en la minoría religiosa del país, no tiene una solución militar, sino demográfica, que el recurso a las armas puede acaso acelerar.

Tercera comunidad en importancia del país en los años treinta, con un 20% de la población, los shiíes superaron en número en los años cincuenta a los musulmanes sunies antes de rebasar una década más tarde a los católicos maronitas, la principal comunidad cristiana.

Aunque la carencia de censos impide determinar su número con exactitud, los seguidores de esta rama minoritaria del islam son ahora entre el 35% y el 40% de los tres millones de libaneses, pero su tasa de crecimiento demográfico -cuatro veces superior a la de los cristianos, víctimas además de una constante emigración- permite prever que antes del año 2000 pasarán a ser la mayoría absoluta de la población.

El reflejo iraní

Conscientes de su fuerza demográfica y galvanizados además por la revolución islámica en Irán, un país también predominantemente de la misma confesión, los libaneses shiíes han reaccionado desde 1982 siguiendo mayoritariamente a Berri, que preconiza -ahora en asociación con los drusos en el marco de un frente de unidad nacional- una laicización del régimen que permitiría a los miembros de su comunidad tener acceso a los puestos de máxima responsabilidad y, en definitiva, gobernar.

Frente a esta opción aparentemente modernista, grupos minoritarios integristas escindidos de Amal y en contacto permanente con Teherán abogan por la creación de un Estado islámico en el que, obviamente, los cargos preponderantes revertirían al clero shií, y se muestran reticentes a luchar con las armas contra los cristianos porque prefieren dedicar sus esfuerzos a combatir a Israel. "El islam es el porvenir de Líbano", declaraba, por ejemplo, esta semana en Teherán el dirigente fundamentalista Sobhi Toufali.

Dispuestos a evitar convertirse en la "minoría protegida" que constituyen en muchos países islámicos, los cristianos de Líbano cierran filas -dos de sus principales responsables, Elías Hobeika y Suleiman Frangie, acaban de reconciliarse-, se refugian en su "reducto" atrincherado al norte y al este de Beirut y se aferran a una constitución que sólo están dispuestos a retocar mínimamente.

Los suníes, la segunda comunidad musulmana del país que ostentaba en gran parte el poder económico, no consiguen, por su parte, "levantar cabeza" desde que hace dos años salieron de Beirut sus correligionarios los fedayin palestinos a los que calificaban, a veces, de su "escudo protector".

En cuanto a la pequeña minoría drusa -6%-, el ambiguo pero hábil juego de alianzas de su líder, fiel socio de Damasco pero que protege y recibe ayuda militar de los palestinos apostados en sus montañas, le ha permitido expulsar a cristianos manu militari para adueñarse de un territorio desproporcionado con su peso demográfico con el que Jumblat pretende, en última instancia, impedir que su tribu esotérica caiga algún día bajo la hegemonía shií.

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