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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Negociaciones y terrorismo en Oriente Próximo

LA SITUACIÓN en Oriente Próximo parece caracterizarse por un entrelazamiento de los atentados terroristas y de los esfuerzos de negociación. Mientras en Libano prosiguen las explosiones criminales, las calles de El Cairo han sido teatro del primer atentado contra un miembro de la representación de Israel, desde que en 1979 se establecieron las relaciones diplomáticas entre los dos países. Dado el momento en que ha ha ocurrido el asesinato resulta obligado atribuirle motivaciones políticas. No se puede olvidar que Egipto es el único país árabe que ha reconocido a Israel; eso le valió durante años ser expulsado de la Liga Árabe. Ahora, sin que se haya producido el reingreso, Egipto vuelve a ser una pieza esencial de la política árabe, y concretamente de la búsqueda de una nueva base para las relaciones entre el mundo árabe e Israel; detrás del atentado de El Cairo está sin duda una voluntad política de dañar las soluciones moderadas para el problema palestino que se han ido elaborando en el curso de este año, especialmente en Amman, y a las que el presidente Mubarak presta un apoyo muy importante.Un momento de decepción, con vistas al éxito de tales soluciones, ha sido la reciente visita del secretario de Estado adjunto norteamericano, Robert Murphy, a la capital jordana. Se pensaba que Murphy podría tener una primera entrevista con una delegación jordano-palestina; a tal fin, el rey Hussein y_Yasir Arafat se habían puesto de acuerdo sobre los delegados palestinos que deberían integrarla; la lista comprende sin duda figuras cercanas al presidente dé la OLP, pero a la vez personalidades que tienen un gran peso en los territorios ocupados por Israel, conocidas en EE UU, y que han tenido ya relaciones oficiosas con sectores israelíes. No es fácil comprender las razones por las cuales Murphy ha decidido, después de evidentes vacilaciones, soslayar la entrevista, dando a entender que podría celebrarse en una fecha ulterior. Con esta actitud de incertidumbre e inseguridad, EE UU confirma la impresión que tienen ya muchos dirigentes árabes moderados, incluso amigos de EE UU, de que Israel dispone de una especie de derecho de veto sobre los papos de Washington en Oriente Próximo. En realidad, la OLP ha realizado una reconversión profunda, de sus posiciones para aceptar el acuerdo aprobado por el rey Hussein y Arafat el pasado 11 de febrero este acuerdo supone una solución moderada que podría abrir el camino a unas relaciones nuevas entre el mundo árabe e Israel. La URS S se ha opuesto públicamente a este acuerdo, sin duda por mantener sus relaciones privilegiadas con Siria. Pero ello debería ser, en la actual coyuntura, una razón más para que EE UU no pierda esta ocasión de impulsar un proceso que a todas luces corresponde a sus intereses.

Sin duda una entrevista de Murphy con los jordanos y palestinos, en sí, no resolverá nada. Pero hay que recordar que EE UU es la única potencia que tiene la posibilidad de ejercer una presión efectiva sobre Israel, para convencerle de que se siente a la mesa a negociar. Por eso un primer paso por parte de EE UU es realmente importante; abriría el camino a ulteriores etapas, como una negociación directa de la delegación jordano-palestina con Israel, y, en el momento adecuado, al problema del marco internacional para encuadrar esa negociación. Lo más sensato parece en ese orden el marco de las Naciones Unidas, que permitiría una presencia de la URSS con la posibilidad añadida de no dejar al margen a un país como Siria, cuyo peso en la región es innegable. Que sectores extremistas interesados en alimentar una inestabilidad permanente, incluso con golpes terroristas, se opongan a la solución preparada por el rey Hussein y Arafat parece lógico. Pero los retrasos y dudas de Robert Murphy no son fáciles de comprender. Pueden, si no se superan a tiempo, hacer perder una coyuntura que no será permanente.

No cabe desentenderse de las corrientes de fanatismo religioso que atraviesan el mundo islámico, que van mucho más allá del ámbito propiamente religioso y que podrían en ciertos casos crear situaciones imprevisibles. La política sensata del presidente Mubarak en Egipto se enfrenta con un crecimiento evidente del fanatismo musulmán, estimulado sin duda por Ios llamamientos a una revolución islámica que parten de Teherán. Fenómenos semejantes se dan en otros Estados. Si se abre una perspectiva concreta de solución para el problema palestino, que tantas pasiones ha levantado durante décadas, es evidente que los caminos del realismo y de la racionalidad se hallarían consolidados. Si en cambio esta perspectiva se cierra, cualesquiera que sean las razones, conviene saber que ello contribuiría a abonar un terreno del que se aprovecharían sobre todo los partidarios de la violencia.

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