'Las hilanderas'
Una impresión refrescante, al menos para la vista y el ánimo, me ha deparado en este agosto madrileño el haber podido contemplar, felizmente restaurado al fin, el cuadro de Las hilanderas, de Velázquez, acerca de cuyo estado de conservación tantas inquietudes se habían dejado sentir.Esta preocupación por las grandes obras de arte que integran el inapreciable legado de nuestro patrimonio cultural ha trascendido hoy día fuera del círculo estricto de los especialistas, de los entendidos y de los aficionados hasta alcanzar al público general, y se manifestó no hace mucho con muestras de un interés casi excitado al punto de apasionamiento alrededor de Las meninas, restablecidas mediante la afortunada labor de su limpieza a aquella luminosidad en que habíamos podido admirarlas todavía en las décadas de los veinte y de los treinta quienes ahora contamos ya los años de una larga vida.
Original y copia
Las meninas se mantenía en condiciones excelentes -como lo está también el Cristo crucificado, cuya resurrección gloriosa aguardamos para cuando se desprenda de la capa de suciedad que recubre sus carnes, amarilleándolas-, pero la restauración de Las hilanderas, que había sido considerada al mismo tiempo, resultaba demasiado problemática, y a la fecha,debemos felicitarnos de que se haya cumplido con tan meticuloso esmero y el impecable resultado que está a la vista.
Problemática era sobre todo la cuestión que planteaban las franjas añadidas al lienzo en una fecha posterior indeterminada, probablemente durante el siglo XVIII, para agrandar el tamaño del cuadro. ¿Deberían eliminarse esas impertinentes y no muy hábiles adiciones? ¿Podría efectuarse la operación sin peligro de estragar el conjunto de la obra? El trabajo de restauración efectuado renunció a eliminar las franjas, pero en cambio consiente apreciar de manera más nítida la diferencia que separa lo pintado por Velázquez y lo que sin el debido respeto le fue adjuntado.
En los momentos en que aún se dudaba si convendría o no resolverse a acometer la arriesgada empresa me permití sugerir en uno de mis habituales trabajos periodísticos la posibilidad de que la delicada intervención quirúrgica fuese llevada a cabo in anima vili, esto es, sobre una reproducción exacta de la pintura, reproducción que, una vez segregados los indeseables añadidos, debería exhibirse junto al inapreciable original para que el espectador pudiera darse mejor cuenta de cómo era la obra tal cual la concibió y ejecutó Velázquez.
Atribuía yo a esa propuesta la ventaja suplementaria de que una reproducción así preparada, y hecha con la mecánica exactitud en sus proporciones y matices que las técnicas actuales permiten lograr, serviría -en la eventualidad, sin duda lamentable, pero no por ello menos posible de que la obra misma sufriera ulterior deterioro o acaso su definitiva ruina en tiempos venideros- para rendir al menos un testimonio fiel, una idea clara y precisa de lo que su realidad había sido algo que bien quisiéramos tener de la obra de los famosos pintores griegos que conocemos sólo por virtud de descripciones literarias, es decir, que no conocemos en verdad.
Ahora, en la sala donde se exhibe, restaurado, el cuadro de Las hilanderas, un aviso anuncia a los visitantes de El Prado que en el próximo año serán expuestos los documentos gráficos explicativos del proceso mediante el cual se ha llegado a poner la pintura en el estado que actualmente muestra. Es lo que con sumo acierto, y con los más plausibles efectos educativos se hizo ya en el caso del lienzo de Las meninas. Yo tengo la esperanza de que restablecida como lo ha sido la autonomía del Museo del Prado, puedan quienes lo manejan actuar con una soltura de movimientos que les permitirá multiplicar iniciativas por el estilo, trabadas antes por la rutina administrativa.
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