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Borrachos al volante,una epidemia, en EE UU

Numerosas asociaciones ciudadanas se movilizan contra esta plaga, que produce 70 muertos al día

La afición a la bebida entre los conductores norteamericanos se ha convertido en una trágica epidemia nacional: 70 muertos diarios en las carreteras y autopistas de EE UU. Las campañas a favor del conductor abstemio tienen poco éxito en una sociedad que propugna el consumo de estas bebidas y en la que buena parte de sus miembros pasan media vida a bordo de un automóvil. Es un contrasentido. Y además hay otras razones en favor del trago y del volante. Sólo uno de cada 2.000 conductores bebidos (o drogados) cae en manos de la policía. O sea, como dijo un reformista, es "una variedad de asesinato socialmente aceptada".

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Ahí está otra vez el rostro negro y ciego acercándose a la pantalla, para decimos que si bebes no conduzcas. ¿Quién le hace caso a este tío que se pasea en descapotable con un chófer de lujo?Todos no tienen las posibilidades suyas. No tienen tanta suerte como Stevie Wonder. Y seguirán bebiendo y conduciendo pase lo que pase.

¿Qué puede hacer una población a la que condenaron a nacer, crecer, reproducirse y morir dentro de un automóvil?

Primero la forzaron a depender de él. Luego le pusieron el biberón de los licores y los talcos de la droga. Y ahora le vienen con éstas: el negro les dice que si beben no conduzcan. El cantante ciego les predica con un ejemplo que no es un buen ejemplo.

En California el problema es especialmente grave. Aquí el peatón es una especie animal que se ha extinguido. Alguno trota por las mañanas un rato para perder grasa. Pero luego pone sus pies sobre los pedales del coche y a partir de ese instante es un ser humano: puede oír misa sin bajar del vehículo, puede sacar dinero del banco sin levantar el trasero del asiento, puede comerse una hamburguesa sin más que extender la mano por la ventanilla luego de depositar el importe en una bandeja.

Todo se puede, y se debe, hacer dentro del automóvil: la cópula, la llamada telefónica, el monólogo de autopista, la discusión conyugal, el reparto de bienes, un negocio de venta. Porque fuera del automóvil no hay posible salvación. En semejante cultura uno no es lo que hace, ni mucho menos lo que piensa: uno es lo que conduce. Nada más. La categoría social la determinan los carroceros. Y además, el riesgo de caer en manos de la policía por conducir embriagado es muy bajo.

¿Qué de raro tiene, pues, que la gente se desabroche el cinturón de seguridad y haga un poco el bestia? Se les echa luego la policía, los abogados, el juez, los seguros y el programa de reeducación y con un poco de suerte ese ciudadano aún podrá acabar su existencia acariciando otro volante.

La policía es partidaria, ahora, de practicar una técnica de captura de conductores borrachos denominada road-block. Y es muy simple. En lugar de observar oculta el comportamiento de los conductores sospechosos de ir bebidos o drogados, bloquea la carretera y para a todo el mundo. Nadie sabe dónde ni cuándo se pondrá la barricada policial. Suele ser de noche. Y ahí caen como moscas. "Hay protestas porque argumentan que esto es contrario a la Constitución, al atentar contra un derecho -libertad de movimiento- de los ciudadanos; pero conducir un automóvil no es un derecho, sino un privilegio", dice un portavoz de la policía (Highway Patrol) en la región de Corte Madera, al norte de California.

En estos controles se pide al conductor que se someta a la prueba de alcoholemia (el límite legal es 0,1).La prueba se efectúa en la comisaría cuando la policía advierte signos sospechosos. Y si el interesado se niega, se le retira au- tomáticamente el permiso de conducir y es la misma policía la que lleva el caso a los tribunales.

Lo habitual es que el conductor opte por declararse culpable. Si no hubo daños personales ni materiales, la multa es de 780 dólares (120.000 pesetas) y retirada de carné durante tres meses. Al mismo tiempo se impone otra pena: el condenado debe asistir a unas clases en escuelas especiales para conductores borrachos. Pagará 105 dólares por 15 horas de enseñanza (18.000 pesetas) que se imparten por las noches o durante los fines de semana "para que el infractor pueda ir a su trabajo". En las aulas se proyectan documentales de la policía sobre accidentes ocasionados por borrachos.

Reeducación forzosa

Los alumnos reciben un certificado al terminar el curso. Y con este documento acuden al juez. Los que no lo hacen son perseguidos por la policía. Y si se les apresa (muchos escapan a otros Estados) la pena inmediata será de tres meses de prisión sin fianza.Para los reincidentes, suben las multas. Y la retirada del permiso de conducir (aun en casos sin accidente) se prolonga por medio año. Además de asistir obligatoriamente a las clases de reeducación puede imponérseles otra pena: tres meses de prisión y otros tres meses de tratamiento antialcohólico.

Hasta tal punto es alarmante la reincidencia que las autoridades piensan construir cárceles especiales. Las prisiones municipales están saturadas. Algunas son excesivamente confortables: "Tienen televisión en la celda y reciben visitas", dice Sparks, y para muchos infractores pasar una temporada allí es un descanso. Algunos jueces optan por la indulgencia y estiman que alcohol y drogas son causas atenuantes. Son los menos. Pero una organización creada a nivel nacional por mujeres presiona incansablemente a estos magistrados (asistiendo a sus juicios, escribiendo cartas, demostrando su debilidad) hasta lograr que el clamor popular pida su destitución.

Esta organización se denomina Mothers Against Drunken Drivers (MADD), -madres contra los conductores ebrios-, y fue formada en 1.981 por Candy Lightner, madre de una niña californiana de 13 años que fue muerta por atropello de un conductor borracho al que el juez condenó a dos años de cárcel. Este conductor no ingresó en prisión, sino que se le impuso una pena de régimen abierto. Candy Lightner logró atraer la atención de políticos, ciudadanos y de la Prensa sobre el caso de su hija. Y así nació MADD, que ahora dispone de 400 oficinas en todo el país y se ocupa de vigilar los casos que se producen de detenciones y accidentes de conductores bebidos o drogados. La organización asesora a las víctimas de accidentes ocasionados por conductores borrachos, "y no cejamos en nuestros esfuerzos hasta ver que los culpables reciben penas justas", dice la directora de MADD en San Rafael, Joe Phoenix.

Camioneros con leyenda

Es frecuente que muchos camiones lleven ahora un cartel en la parte trasera en el que se dice: "Este camión lo conduce un profesional, pero si advierte alguna incorrección comuníquelo a este teléfono". Suele ser el teléfono de la misma empresa que, temerosa de posibles infracciones del empleado, desea asegurarse en todo momento de su competencia. "No sólo estamos vigilantes cuando se dan casos en la corte de conductores borrachos, sino que luego de recibir la sentencia supervisamos su cumplimiento y seguimos de cerca el comportamiento de ese conductor cuando recupera el carné", añade Joe Phoenix.

Recientemente se ha creado otra organización similar promovida por estudiantes (Students Against Drunken Drivers, SADD), y por motivos parecidos: un profesor de instituto perdió a sus tres mejores alumnos en un terrible accidente provocado por un borracho que también era alumno suyo. Han creado un impreso para un contrato vitalicio entre padres e hijos. Mutuamente se comprometen a avisarse en caso de haber bebido más de la cuenta.

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