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Santiago, cerrar y abrir

Los profesores de idiomas llaman falsos amigos (false friends) a aquellas palabras o expresiones que por su semejanza con las de otra lengua, siendo de significación distinta, inducen a una traducción tan fácil como engañosa. Buena señal, señal de adulto es el recelo de las falsas amistades, la distinción entre la voz y el eco, en cuanto señal de un modo de conocimiento que no acepta la simple apariencia sin el contraste de la verificación. En alguna medida, se deja de ser niño cuando se acaba entendiendo que la manzana es un ovario fecundado y maduro, cuando no se traduce Genéve por Génova.Hay falsos amigos no sólo en los idiomas comparados, sino también en los conceptos doméstIcos que han sido deformados por el uso y se benefician del consentimiento general, porque no se les aplica la regla periodística de la doble comprobación. Son, ideas mostrencas que acaban cristalizando, más que en falsos amigos, en parientes carnales de nuestra dialéctica familiar que se resiste a admitir la complicación de la realidad. "Vivirnos como realidad cosas que no hemos hecho sino oír a los demás", le oí decir a José Ortega y Gasset, en el cine Barceló, el 21 de diciembre de 1949, miércoles.

¿Cuántas veces se ha atribuido a Juan Ramón Jiménez el verso "no la toques ya Más", como si se refiriese a la rosa y no al poema? ¿Cuántas veces se ha repetido el famoso "atado y bien atado" ignorando su aplicación original (30 de diciembre de 1969 y 18 de noviembre de 1971), bien precisa y vigente, por cierto? ¿Cuántas veces se ha "topado" con la Iglesia, enmendando la plana a Cervantes (El Quijote, segunda parte, capítulo IX)? ¿Cuántas veces se ha citado la carta de Dionisio Ridruejo al jefe del Estado (7 de julio de 1942) como una instancia democrática y, por tanto, sin haberla leído? ¿Cuántas veces se ha situado en Don Juan el desplante de "los muertos que vos matáis gozan de buena salud"? ¿Cuántas veces se ha caído en la tentación de contraponer al tradicional "¡Santiago, y cierra, España.!" las metáforas de la apertura, asociación subliminar con el cierre del sepulcro del Cid, atropellando el imperativo "¡Cierra, España!", que siempre ha significado ataque o acometida y, en definitiva, apertura de la tropa que así invocaba al santo para entrar en combate?

Aquel cerrar es un falso amigo que acompaña no sólo a quienes se disculpa por no ser letrados, sino también a quienes, siéndolo, se disculpa por la retórica. Así, nadie debe reprochar a persona tan eminente como el presidente del Consejo del Poder Judicial que, con pública y complacida conformidad, haya introducido la metáfora de la apertura en la última ofrenda nacional (30 de diciembre de 1984) proponiendo .¡Abre España.!" como "una proclama distinta".

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"Simplicísimo eres, Sancho", responde Don Quijote a su escudero cuando, a propósito de la guerrera invocación a Santiago, le pregunta: "¿Está por ventura España abierta, y de modo, que es menester cerrarla, o qué ceremonía es esa?" (segunda parte, capítulo LVIII). De lejos viene ciertamente este trajín jacobeo de cerrar y abrir España. Tan de lejos que Puígblanch (1775-1840), Sbarbi (1834-1910) y Cuervo (1844-1911), en sus opúsculos, refranero y diccionario, han dejado bien explicado que el cerrar en cuestión no es clausurar, sino trabar batalla o acometer, según se describe la de Clavijo (844) en la Historia de España del padre Mariana (1536-1624): "Los nuestros con gran denuedo acometen a los enemigos y cierran, apellidando a grandes voces el nombre de Santiago, principio de la costumbre que hasta hoy tienen los soldados españoles de invocar su ayuda al tiempo que quieren acometer". Sobre este firme fundamento, en la versión de Martínez Burgos, que no en el poema original, el Cid, en el cerco de Sagunto, anima así a sus caballeros: "¡En nombre del Criador / y de Santiago, cerrad!" (Cantar II, 68).

La prisa y la abundancia de información favorecen a los falsos amigos y a las paradojas de la desinformación. Se acepta prestamente el suministro porque no hay tiempo para muchos análisis, porque se acumula el consumo y porque llega casi digerido. La facilidad fomenta la simplificación y puede conducir a la simpleza. Si digo que éste es el quid de la responsabilidad de los suministradores, repito una vulgaridad. Si digo que hay que distinguir entre información y conocimiento ("¿Dónde está el conocimiento perdido en la información?", se pregunta Eliot), ya estoy avanzando, ya estoy cerrando. La simple abundancia de información, y mucho menos el exceso de información, no garantizan un cabal conocimiento de la realidad. ¿Sabemos lo que nos importa saber o lo que interesa que sepamos? ¿Responden los nombres a las cosas? ¿Es la palabra la cosa misma creada por mi alma nuevamente?

"¿Y las personas? Los falsos amigos nos dispensan etiquetas y encasillamientos simplicísimos, tanto por atribución como por descalificación. Ante tal abuso, la chulería madrileña replica: "¿Has leído mi libro?", que es una versión del flamenco. "¿Qué sabe naide de la vida de naide?". Pero todavía, como un síntoma, hay muchos que se ponen marbetes sobre la ropa como si fueran equipajes y se complacen en su clasificación, obstinados en dar más importancia a la declaración que a la conducta.

Quisiera estar, en cualquier tiempo, en Santiago, ciudad amada, aldeana y europea, donde convive el mercado de quesos y la Universidad, donde caté una pizca de Derecho romano y grandes platos de pulpo feriante. En la piedra celeste y verde de Compostela aprendí a llamar Santiaguiño al Apóstol, amigo del Señor, y ya somos amigos para siempre al compás de vino y chirimías. Siempre en Santiago, ciudad abierta, hay que querer, con el oferente Sainz de Robles, una España "abierta a todos los vientos de la vida". Hay que querer una España sin cerrazones ni falsos amigos.

Enrique de Aguinaga es profesor de la facultad de Ciencias de la Información de la universidad Complutense.

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