Piratas electrónicos
LOS PEQUEÑOS monstruos que han entrado con sus ordenadores domésticos en algunos de los secretos mejor guardados de su sociedad nos están diciendo, una vez más, sobre qué vulnerabilidad reposamos. Un grupo de siete menores de Nueva Jersey han manipulado los satélites de comunicación, entrado en circuitos de venta, alterado cuentas bancarias. Tal vez llegaron más lejos y, probablemente, no se va a saber hasta dónde (ya se está desmintiendo, como es habitual, lo que se sabe; para limitar el susto).Hay algunas enseñanzas en este suceso. Una, que lo que han hecho unos jóvenes aficionados lo pueden hacer espías o agentes, externos, y no sólo para saber, sino para modificar. Otra, que se han considerado como suficientes medidas de seguridad que no lo eran. La tercera, que vienen unas generaciones desconocidas con unas capacidades extraordinarias. Por alguna razón no suficientemente aclarada, los niños tienen una afinación con la tecnología y la informática que parece escaparse de las capacidades de generaciones mayores. Cualquiera que visite grandes almacenes en ciudades españolas y extranjeras verá apasionados grupos infantiles manipulando los ordenadores expuestos, con una pasión y un tesón que sus docentes y sus padres no consiguen para las material de estudio, ejerciendo un trabajo intelectual y hasta fisico -horas ante el teclado realizando operaciones abstractas- que está en contradicción con lo que se supone de ellos. De ahí se podría abrir un debate o una discusión acerca de la realidad de los planes de enseñanza y del desperdicio de vocaciones que van por otros caminos. Y también acerca de cómo los países cuyo nivel económico permite hasta el derroche de los medios técnicos está produciendo generaciones de dirigentes y de decisores que otros con menos posibilidades no llegarán alcanzar nunca.
Algunas exclamaciones acerca de la autonomía de los computadores y de su capacidad endógena para cambiar la sociedad están desplazadas. El computador es una herramienta finísima y delicadamente poderosa que actúa con una inteligencia externa: de lo que sí es capaz es de estimular esas inteligencias externas. Como los inventos de Edison, Gutenberg o Marconi. Ya hace tiempo que hemos dejado de decir que la imprenta, el vapor o la electricidad son diabólicos -o sea, que actúan por sí mismas y en contra del hombre-, sino qup son orgu llos humanos; parece una regresión aplicar ahora esas reflexiones al chip.
Lo cual no está en contradicción con las inquietudes por la fragilidad que tiene nuestra civilización. Algo tan triunfal, poderoso y bello como un avión puede ser secuestrado y derivado de sus fines. Algo tan maravilloso como la electrónica puede ser penetrado y modificado para resultar adverso. Que lo hayan hecho siete menores de edad es una hermosa anécdota que nos permite sospechar que quizá lo hayan hecho ya o estén a punto de hacerlo otras fuerzas con menos inocencia, y frente a las que no vale el aumento de penalidad o la introducción de nuevas figuras de delito en los códigos. Podemos creer que lo que hoy designamos con el nombre de enemigo lo esté practicando, y que también lo estemos haciendo nosotros contra él; que no se haya descubierto o que, si se sabe, se esté ocultando. Alguien que está en el principio de todo este gran movimiento científico y que tiene una profunda filosofía de la cuestión, Nortbert Wiener -el creador de la cibernética- ha explicado más de una vez que este mundo ya no puede guardar sus secretos. La convicción de que hoy se tiene más potencia destructiva que nunca y de que, al mismo tiempo, la labilidad de su manejo es cada vez mayor, podría inducirnos a no aceptar que sea una utopía la posibilidad de que las civilizaciones se unifiquen en ese sentido y traten por todos los medios de reducir sus riesgos.
Aunque la idea sea inquietante, parece que temas como la operación Eureka o la guerra de las galaxias, que se discuten ahora -y por mucho tiempo-, tienen bastante más relación con la piratería de los colegiales de Nueva Jersey de lo que parece.
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