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LAS VENTAS

Una brisa fresca de la marisma

Hacía el bochorno que es propio de la canícula madrileña. Vahos ardientes salían de la piedra y las señoras restallaban los abanicos contra sus glorias cimeras o venteaban las bajeras, que en todas partes se acumulaban las altas temperaturas, más por ahí. Y de repente no hizo calor. Una fresca brisa llegaba de la marisma. La traía El Marismeño, quién iba a ser.

El destajo por derechazos, que es lo habitual en la tauromaquia de nuestro tiempo y acentúa la insolación, Marismeño lo sustituyó por el toreo, nada menos, joya exclusiva tan rara de ver, que no tiene precio. Naturalmente que, pues apenas se viste de luces -seis años pasó de paisano- el escaso oficio le entorpecía algunas suertes. Pero como ese toreo lo traía en la cabeza y en el corazón, apenas importaron aquellas imperfecciones.

Plaza de Las Ventas, 21 de julio

Toros de Manuel Álvarez, bien presentados, manejables, flojos. Marismeño. Pinchazo hondo bajo y dos descabellos (silencio). Estocada baja (oreja). José Luis Galloso. Pinchazo y estocada caída (vuelta con protestas). Estocada atravesada recibiendo y tirando la muleta, y dos descabellos (vuelta). Fernando Galindo, que confirmó la alternativa. Estocada atravesada (silencio). Pinchazo, estocada y dos descabellos (silencio).

La primera faena del Marismeño, con un toro incierto y escarbón, dejó en el ambiente el regusto de su buen corte, y aún más lo dejaron dos quites por chicuelinas, suaves y ceñidísimos. La segunda faena del Marismeño, esa fue la que tuvo altos vuelos: desde el prólogo, escrito mediante estatuarios culminados con uno de pecho escalofriante, hasta el epílogo, hecho de trincherillas y kikirikíes, que se corearon con ese ¡ole! especial que es el gregoriano de la liturgia taurina.

Y en el argumento del toreo que llamamos fundamental, conjugaba arte y valor, más armónico en los redondos, dejando llegar y cernirse el asta, bajando la mano, mandando con pasmosa naturalidad desde el primero hasta el último tiempo del pase. Y aún se distanciaba, sin que nadie demandara el alarde, para citar de lejos, aguantar la acometida, y girar molinetes a milímetros de los pitones.

"¡Más corridas para este hombre!", imploraba desde su atalaya El Lupas. "Yes, esta ser la fiesta del arte y del valor", confirmaba el nutrido turismo, ayer con mayoría de americanos, que se lo van a contar a Reagan y salvará la fiesta. Nadie tenía calor, las señoras no necesitaban orear sus monumentos cimeros ni sus claustros bajeros, que acariciaba, benefactora y refrescante, la brisa marismeña, y la afición había entrado un poco en el nirvana.

Cuándo volveremos a ver a Marismeño en Las Ventas es un misterio. Los próximos carteles están hechos. Si Juan Mora toreó bien el domingo anterior, si Marismeño trajo la fresca brisa de su arte, si Galloso dio, también ayer, dos vueltas al ruedo, los tres compondrían un cartel apropiado para Madrid, por ejemplo. Sin embargo, el empresario, antes de irse de vacaciones lo dejó todo atado y bien atado, y no hay farruco que lo desate.

Galloso toreó animoso, incluyendo en su letanía algunos derechazos de larga factura. Los mejores efectos los consiguió cuando ligaba pases de pecho sin rectificar terrenos. Ahora bien, lo suyo son los derechazos y su personal estilo ejecutarlos al revés; es decir, dejando atrás la pierna que debiera poner delante, delante la que debiera dejar atrás; y cuanto más adelante reclama la hondura del pase que ponga la pierna que deja detrás, más atrás deja la pierna que debería poner delante. El peonaje, que le aconseja y estimula desde el burladero con grandes voces, procedería que saliera a los medios y, entre todos, le agarraran la pierna que coloca detrás y se la pusieran delante, y aguantaran así durante el pase, no fuera a colocar delante la pierna que debe poner atrás.

La inactividad también se notó en Fernando Galindo, que confirmaba la alternativa, a cuyos efectos se vistió de primera comunión. No se confió con el toro de la ceremonia, un manso que tomaba con genio los engaños, ni con el tullido sexto. En este último daba el muletazo con la mano alta y el par de veces que la bajó le salió perfecto.

La reconfortante frescura marismeña no debió llegar al palco, pues el presidente lucía abotargado. O quizá hacía el Don Tancredo, como siempre, que es su vocación. Par de toros inválidos que saltaron a la candente, no los vio, ni oyó al público, que denunciaba el caso con santa indignación. Un sector llegó a estar cruel con su señoría. Hubo hasta quien le vaticinó que acabaría de ministro. Cómo son.

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