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Tribuna
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Cantidad contra calidad

No es la primera vez que se monta en Madrid un espectáculo lírico al aire libre (parque del Retiro, plaza de toros, Centro Cultural Conde Duque, La Corrala), pero nunca se había hecho con tal lujo de medios. Y es que la ópera está de moda. Ahora más que nunca se aprecian sus altos valores estéticos y se reconoce cuánto le debe nuestra cultura y sensibilidad. Otra vez, como ocurría en pleno Romanticismo, los grandes cantantes de nuestro tiempo son figuras universalmente respetadas y admiradas. El madrileño Plácido Domingo, por su arte y simpatía, se lleva la palma.Siempre tuvo el drama musical una fuerte dependencia de la escenografía y del edificio mismo que le albergaba. Wagner quiso solucionar ese problema diseñando su teatro ideal en Bayreuth, y Verdi, al final de su carrera, comenzó a planear sus creaciones según parámetros que no se avenían con el tipo de edificio teatral cortesano del XVIII que ha prevalecido como modelo hasta nuestra época.

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Do de pecho en un estadio

Música filtrada

¿Es un estadio el espacio lírico adecuado para una representación de Otello?Las demostraciones al aire libre en ámbitos de grandes proporciones como el de la Arena de Verona o el del Festival de Orange, han favorecido y popularizado las concepciones líricodramáticas de Verdi hasta extremos que él,no pudo sospechar. Sin embargo, al entrar en juego la amplificación (no sería posible de otra forma la cobertura sonora de un gran espacio), la calidad musical sufre, el timbre de voces e instrumentos se modifica ligeramente, tomando ese tinte uniforme y metálico que dan los equipos de tratamiento íelectrónico de sonido, por perfectos que sean.

En el estadio Vicente Calderón se ha tenido también que pagar ese precio para que miles de personas pudieran conocer la excepcional producción del teatro de la Zarzuela de un Otello verdiano, con reparto estelar: Plácido Domingo, Pilar Lorengar y Silvano Carrolli.

El esfuerzo de montaje ha sido enorme y muy costoso. Después del primer acto, alguien se quejaba de que se hubiera elegido una ópera "poco brillante" (más exacto sería decir poco convencional) para ofrecerla a precios populares, pero eso ya no lo esgrimía nadie al final.

Hubo fallos, si bien ninguno grave, en el sonido de amplificación. Había zonas fronterizas donde variaba ligeramente el volumen. En ocasiones se perdían los matices de la orquesta, en este caso la ya experta Orquesta Sinfónica de Madrid, que dirigió con autoridad un maestro valenciano con proyeccion internacional, Luis Antonio García Navarro. En la escena, dirigida por Piero Faggioni y centrada en todo momento por una torre cónica seccionada a lo Mantegna, Pilar Lorengar tuvo que salir antes del último acto a colocar los almohadones sobre el lecho del uxoricidio. Las pantallas gigantes, que podían haber dado una traducción del espléndido texto de Boito, nos ofrecían granulados, de cerca y como marcador simultáneo, los versos de Otello a Desdémona, y en los intermedios, anuncio tras anuncio.

Pero el público se fue dejando ganar por la grandiosidad del espectáculo, y por la honda y desgarradora música de Verdi. Nunca en el mundo, que sepamos, han asistido 37.000 personas para ver una ópera. Domingo, Lorengar y Carrolli no cantaron, como se podía temer por el marco poco íntimo, de forma externa y rutinaria. Dieron lo mejor de su arte, que es muy grande, al público de Madrid, integrados en la representación. ¿Cuántas veces salieron a saludar con el maestro y el escenégrafo?

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