Nicaragua
El escenario nicaragüense parece algo que ya hemos visto anteriormente. ¿Por qué? ¿Cuál es esa memoria antigua a la que corresponde el hecho actual? Quedamos siniestramente sorprendidos cuando vemos que la referencia que al final nos viene a la mente es un recuerdo borrado que creíamos que pertenecía ya a alguna versión de la leyenda negra, es decir, la guerra civil española.El arzobispo de Managua, nombrado cardenal recientemente, celebra una misa en Miami a la que asisten los contras y luego es recibido en su país con una ovación popular.
Por primera vez el conflicto entre una revolución de izquierda y la Iglesia asume el carácter de conflicto político-militar por iniciativa de la propia Iglesia.
Y, pese a todo, todavía parece indecisa la decisión última de Estados Unidos. Todavía es difícil creer que la opinión pública estadounidense vaya a aceptar una intervención agresiva, directa e inmediata de fuerzas estadounidenses en Nicaragua, y una guerra así no puede ser llevada a cabo desde Honduras o Costa Rica. Pero sí es cierto que la jerarquía católica nicaragüense ha hecho por su parte todo lo posible para ofrecer al presidente estadounidense la dimensión religiosa de una intervención militar. La jerarquía española en 1936 no había tenido responsabilidad directa en el levantamiento (*) ni había sido el nexo directo de las conexiones internacionales de éste. Al menos no hasta ese punto.
Obando no ha actuado como responsable de la Iglesia local nicaragüense. El perfil de su intervención se ha evidenciado más desde su nombramiento de cardenal. Y es a causa de sus cada vez mayores nexos con el Papado por lo que se justifica el carácter directo, provocador e inmediato de su intervención.
Hace tiempo se decía que la Iglesia aborrece el derramamiento de sangre. Quizá esto no haya sido verdad nunca, pero no nos esperábamos ya verlo falsificado.
En Italia se habla de la postura del papa Wojtyla como si ésta fuese favorable a la presencia inmediata y directa de la institución eclesiástica como tal en la vida social, incluido su aspecto político. Pero nunca habríamos podido creer que, en América Central, esta intervención pudiese tomar la forma de una intervención tan directa como para convertirse en aval religioso de otro levantamiento.
Ante esto, la exigencia de dimisión a los ministros sacerdotes de Nicaragua asume un significado muy diferente. No se trataba de garantizar la pureza evangélica del ministerio sacerdotal, sino que se trataba de crear la premisa de facto para la bendición del arzobispo de Managua a los contras. Se trata de una estrategia que se halla en situación de paralelismo respecto de la postura de la Administración estadounidense: el presidente Reagan exigió al Gobierno de Managua que entrase en tratos directamente con los contras. Y la exigencia norteamericana no ponía ni siquiera como condición el cese de la actividad militar de los contras. Precisamente había sido esta negativa a suspender la actividad militar durante el período electoral lo que había llevado al Gobierno de Managua a no aplazar la fecha de las elecciones. La Internacional Socialista lo había reconocido así formalmente.
El conflicto intereclesiástico en Nicaragua es, pues, un conflicto de opción política. Obando no puede exigir de los sacerdotes que abandonen el Gobierno en el momento en que se dispone a bendecir a la guerrilla que trata de derribarlo. No puede reivindicar, en nombre de la pureza evangélica del sacerdocio, que además viola tan descaradamente, la obediencia en conciencia de los sacerdotes.
Es doloroso pensar que el conflicto de las teologías pueda convertirse en Managua en conflicto de las armas. Y que la Iglesia romana, a través de sus representantes en Nicaragua, se vea involucrada directamente en una operación que trata de imponer a toda América Central la hegemonía estadounidense.
Y esto sucede mientras, de México a Perú, las sectas neofundamentalistas norteamericanas van al asalto de las iglesias católicas locales armadas con un evangelio que se reduce al anticomunismo y a sacos de dólares. Ya se han dejado oír las protestas de las iglesias locales. En un país en el que existe una separación tan rígida entre Iglesia y Estado como es México, los obispos católicos se han dirigido incluso al Gobierno, dado el carácter de neta política de desestabilización de las sectas neofundamentalistas. Más clara aún es la actitud de la visión mundial en Ecuador, por no hablar del apoyo que movimientos de este tipo han proporcionado a Pinochet en Chile.
Dólares y anticomunismo: tal es el rostro del evangelio en este protestantismo sin reforma, por utilizar la expresión de Bonhoeffer.
Si en Nicaragua no se repetirá la historia de la guerra civil española será debido a la labor de fuerzas más responsables que el papa Wojtyla y el cardenal Obando de Managua. Pero es dramático que en la Iglesia haya vuelto a abrirse una posibilidad que precisamente en España parecía cerrada definitivamente.
¿Tendremos una nueva cruzada (*) en Nicaragua? ¿Una cruzada armada por la potencia de Estados Unidos? La respuesta a este interrogante no está en manos de la Iglesia de Roma ni de la de Managua, porque, por desgracia, ambas han dado ya la respuesta.
En todo este contexto, el comienzo, en las diócesis españolas, del proceso de beatificación de los sacerdotes muertos por los republicanos durante la guerra civil española toma su pleno significado. Sería interesante un debate sobre el concepto de martirio: en las palabras de Jesús, aquel que persigue a sus discípulos cree honrar a Dios. Como, por otra parte, iba a sucederle a Él. En un sentido técnico, Jesús no es un mártir: fue condenado a muerte porque se proclamaba el Mesías, el Rey de los judíos. La teología cristiana del martirio está más próxima al Antiguo Testamento (el Libro de los Macabeos) que al Evangelio en sentido estricto. Sin duda hay mártires que han sido considerados tales no por su fe en la Iglesia, sino por la Iglesia misma, y también éstos merecerían cierta atención. Pero ya no hay esperanza de que se produzca un nuevo aggiornamento...
Es suficiente colocar las figuras en el tablero de ajedrez para que comprobemos que lo que da como resultado es un dibujo unitario. Después del Vaticano II emergió una inesperada Roma; un giro impensable e íniposible acabó produciéndose. Y ahora no nos queda por hacer nada más que medir su potencia y sus límites, pagados en términos de sufrimientos y de dolor humano.
* En español en el original. (Nota del traductor.)
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