Cuando se juntan el hambre y las ganas de comer
Los efectos de la deuda externa de América Latina amenazan con trasladarse, también, a los acreedores
La estulticia de los países desarrollados (que han vuelto a contestar con buenos deseos a la necesidad de una negociación política), el enfriamiento de la economía norteamericana, las recientes declaraciones de Fidel Castro llamando a cancelar unos pagos incobrables y la deprimente coyuntura económica interna de la mayor parte de América Latina son algunos de los elementos que hacen perder el sueño a la banca internacional. Un enviado especial de EL PAIS recorrió recientemente el Cono Sur latinoamericano. Las continuas huelgas y manifestaciones en contra de las políticas económicas aconsejadas por el FMI son una manifestación más del problema.
El fantasma del verano de 1982 cuando México suspendió pagos vuelve a estar presente en las mentes de los responsables políticos latinoamericanos y de los chairman de los principales bancos norteamericanos. El año 198 ha sido casi letárgico para el problema de la deuda externa latinoamericana, pero conforme avanza el ejercicio, la falta de soluciones para devolver los 360.000 millones de dólares (más de 60 billones de pesetas, al cambio actual) hace pensar que el año 1986 va a ser decisivo para la economía de América Latina y, consecuentemente, para la de todo el mundoLa negociación política que pidió el Grupo de Cartagena (formado por los Gobiernos de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, México, República Dominicana, Perú, Venezuela, Colombia y Uruguay) a la cumbre de países desarrollados celebrada en Bonn ha fracasado. El presidente uruguayo, Julio María Sanguinetti, en nombre del grupo, escribió una carta a los jefes de Estado o de Gobierno de los países más ricos, en la que afirmaba: "Se requiere con urgencia un enfoque integral al problema de la deuda que lo ubique en el contexto del propósito fundamental que es la aceleración de los procesos de desarrollo económico y del progreso social. Para estos fines se requieren decisiones políticas que permitan superar los obstáculos que hoy persisten y que distribuyen en forma tan inequitativa los sacrificios de estos procesos de ajuste. Tales decisiones políticas sólo podrán acordarse mediante mecanismos de diálogo y concertación de esfuerzos al más alto nivel".
La cumbre de Bonn dio la callada por respuesta. Sólo un mes más tarde comenzaron a llegar a Montevideo cartas individualizadas de los dirigentes de los países ricos, en términos absolutamente genéricos. La iniciativa del diálogo político quedó paralizada, y el Grupo de Cartagena no ha vuelto a reunirse, pese a las intenciones de su secretario, el canciller uruguayo, Enrique Iglesias.
A finales del mes de junio hubo una minicumbre de los ministros de Asuntos Exteriores de Argentina, Brasil y Uruguay (entre los tres países suman casi 160.000 millones de dólares de deuda exterior) en Punta del Este (Uruguay) con el fin de impulsar gestiones conjuntas para la renegociación de la deuda de sus respectivos países.
La 'locomotora' se para
Pero quizá el mayor temor de los banqueros norteamericanos a un shock de la deuda provenga de las propias dificultades económicas de Estados Unidos. El problema afecta también al resto de la banca internacional, pero las entidades financieras europeas son, en este caso, acreedores menores y subsidiarios y llevan bastante tiempo haciendo provisiones para fallidos, para recomponer así las pérdidas de una deuda cuyo principal, casi nadie lo duda, no se pagará jamás.
Sin embargo, la banca americana tiene prestada la gigantesca cantidad de 230.000 millones de dólares a América Latina, un dinero inmovilizado que puede llevar a la quiebra a bancos tan poderosos como el Chase Manhattan o el Citibank. Valgan algunos ejemplos: el riesgo del Citicorp en sólo cuatro países (Brasil, México, Venezuela y Argentina) es de más de 10.000 millones de dólares; el del Bank of America más de 7.000; el del Chase Manhattan, 6.400; el del Chemical NY, 3.800, etcétera.
Durante 1984 y primeros meses de 1985, eliminado el problema del principal de la deuda (por incobrable), el dinamismo de la economía norteamericana, con altísimas tasas de crecimiento, facilitó las exportaciones provenientes de los países latinoamericanos que, con mayores o menores dificultades, servían para pagar una parte del servicio de la deuda.
Independientemente del altísimo coste social y político que supone para todos los países de la zona dedicar altos porcentajes del pago de sus exportaciones a la deuda exterior (en situaciones de alta miseria de sus poblaciones), la dificultad se extrema al conocerse el parón de la locomotora norteamericana. Si el crecimiento se detuviese o Estados Unidos entrase en una depresión, el primer indicador que lo notaría es el comercio exterior. El proteccionismo comercial frenará las entradas de productos latinoamericanos en el que es su primer mercado, y los dólares dejarán de afluir a los acreedores. Derrell Delamaide, autor del libro El shock de la deuda, experto en los mercados financieros internacionales, ha hecho unas declaraciones muy expresivas (véase EL PAIS del 6 de julio). Señala Delamaide que por primera vez se habla públicamente en Estados Unidos de la nacionalización de la banca o de una parte importante de ella. "Hay diferentes escenarios posibles, pero uno de ellos, tan factible como los otros, es que el Gobierno norteamericano se haga cargo de la deuda y nacionalice los bancos en quiebra, bien directamente o bien a través de un fondo especial. Mucho más impensable que la nacionalización es creer que Washington deje caer, sin más, bancos como el Citibank o el Chase".
Según el director para Europa del Institutional Investor, cada día es más obvio que los países prestamistas tendrán que perdonar antes o después una parte importante de la deuda. Si la economía norteamericana no sigue creciendo en 1986, lo que le parece muy probable, la crisis bancaria estallará con toda su fuerza.
El nuevo orden económico
Otro factor nuevo -al menos con esta intensidad- que caracteriza las dificultades que para los acreedores tiene el cobro de la deuda es la aparición de Fidel Castro en escena. El líder cubano concedió una larga entrevista al diario mexicano Excelsior el 21 de marzo pasado, cuya parte referida a la deuda externa de América Latina ha sido publicada en Editora Política, de La Habana, bajo el título de La impagable deuda externa de América Latina y del Tercer Mundo, cómo puede y debe ser cancelada, y la urgente necesidad del nuevo orden económico internacional. En el texto, Fidel insiste una y otra vez en la misma idea: "Un análisis matemático de esta situación demuestra que esa deuda es impagable, lo mismo si se analiza la situación de conjunto que si se analiza la situación individual de los países... Nuestra tesis es que resulta imprescindible, decisivo, inaplazable resolver el problema de la deuda. Si ello no se logra, ninguno de los procesos democráticos iniciados podrá consolidarse, porque la misma crisis económica que puso en retirada, prácticamente en fuga de la administración pública a los militares en países como Argentina, Uruguay y Brasil, arrastrará en el torbellino de los problemas económicos, tensiones sociales y dificultades insolubles a los propios procesos democráticos que se han iniciado en estos países...".
El 'señor FMI'
Muchos analistas se preguntan qué hubiera ocurrido si la bandera del impago de la deuda hubiera sido levantada por Alfonsín o Sanguínetti en vez de por Fidel Castro. Si una postura de esta fuerza hubiera quedado legitimada por Gobiernos nada sospechosos para el mundo occidental como el argentino o el uruguayo.
Nadie se hubiera extrañado en demasía si tras la debacle militar y la llegada de la democracia, los países del Cono Sur (excepto en Chile y Paraguay, donde continúan las dictaduras) hubieran repudiado una deuda considerada ilegítima. El resultado de las aplicaciones del monetarismo en el Cono Sur es espectacularmente negativo, con lo que ello ha conllevado de endeudamiento externo superfluo. Un economista argentino ha explicado el retorno de un país a la normalidad democrática, tras algunos años de dictadura política aderezada con ultraliberalismo económico, como el fenómeno de esos meteoritos que al entrar en la atmósfera de la Tierra se desintegran y no queda nada de ellos. El aparato productivo de los países del Cono Sur está completamente arruinado. Alguien acuñó en Buenos Aires el dicho de que "la economía serán las Malvinas de Alfonsín". El presidente hubo de adoptar hace unas semanas una economía de guerra, para evitar la descomposición total de un país asemejado a la república de Weimar. Uruguay es uno de los ejemplo más claros del desprestigio en América Latina del Fondo Monetario Internacional -"el señor FMI"- y del Banco Mundial. Sus políticas son identíficadas, zasi de modo primario por los cuidadanos, con las postuladas por los militares que gobernaron, lo que dificulta cualquier tipo de negociación en la actualidad con ambos organismos. Las paredes de Montevideo están plagadas de gigantescos murales del más puro realismo socialista, en las que se identifica al mal con el FMI, siglas que se multiplican en cualquier comunicado de protesta.
Los disturbios en Chile, Brasil, Perú, Bolivia, etcétera, motivados por las políticas del FMI, son patéticos ejemplos diarios de cómo un problema económico -la deuda exterior- puede derivar en conflictos políticos generalizados. Cuando el hambre se junta con las ganas de comer...
60 millones de pesetas que no existen
La deuda externa de América Latina está cifrada en 360.000 millones de dólares (más de 60 billones de pesetas), lo que supone que esta región acumula el 40% de la total del Tercer Mundo. El ranking de los principales deudores está encabezado por Brasil (104.000 millones), México (96.000 millones), Argentina (50.000 millones), Venezuela (36.600 millones) y Chile (20.000 millones).Algunos de los ratios que ilustran más claramente la gravedad de la cifra del conjunto de la deuda, son estos dos: cada ciudadano latinoamericano debe unas 165.000-175.000 pesetas; en 1983, los intereses de la deuda representaban el, 35% del valor de las exportaciones.
El caso de Perú es el más actual. En una reciente reunión de CEPAL, en Santiago de Chile, los representantes peruanos comentaron la posibilidad de una suspensión de pagos. Alan García, el presidente electo, en unas recientes declaraciones afirmaba: "En las actuales condiciones, el Perú no puede pagar. Los políticos debemos decir la verdad, que tiene una fuerza revolucionaria. Y la verdad es ésa, debemos 14.000 millones de dólares y nuestro producto bruto es de 16.000 millones. En 1985 nuestras exportaciones alcanzarán los 3. 100 millones de dólares y deberíamos pagar 3.700 millones. ¿Quién entiende esto? Claro, que podríamos firmar una carta de intenciones con el FMI para garantizar algunos créditos a corto plazo con la banca comercial. Pero sería un engaño, sería caer en hipocresía. Es decir, firmo, pero no cumplo. Yo prefiero decir: no firmo, pero cumpliré".
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