La distancia y el olvido
Dicen que en la distancia está el olvido, canturreábamos la gente antigua hace unos años, pero lo que queda melancólicamente convincente en una canción no resulta necesariamente exacto en política. El olvido no es lo contrario de la nostalgia. Estas reflexiones al menudeo me han sido sugeridas no por el rechazo ético que ha tenido, sino por el santo horror manifestado por otras gentes ante el ya histórico vídeo sobre la etapa de Fraga como ministro de Gobernación; vídeo que no ha pasado de actualidad, ni va a pasar fácilmente, porque nos encontramos en vísperas electorales y, aunque casi siempre estemos en este país en vísperas electorales, o al menos se actúe políticamente como si así fuera, en estas fechas la tentación de los grandes gestos supera lo normal, y un gran gesto puede ser el vídeo contra Fraga, y otro gran gesto, la respuesta.Es importante la respuesta porque, además de advertir que con esta televisión no puede haber elecciones libres, amenaza de forma no sé si velada o desnuda con el supuesto de que Alianza Popular no se presente a ellas por no considerar suficientemente protegidos sus derechos y carecerse de un nivel de libertad de expresión aceptable; lo que envuelve en un irresistible aroma a Nicaragua -el olor a papaya pasada de la derecha dengosa-, pero con la desventaja de que si la primera vez que un partido no se presenta a unas elecciones, encubriendo el miedo a la derrota en la falta de garantías, puede quedar espectacular e incluso convincente para muchos, la segunda vez puede suponer el ridículo. Aunque sólo sea por referencia al axioma de Bernard Shaw relativo a que el primer hombre que comparó a una mujer con una flor era un poeta, y el segundo, un imbécil.
Sin embargo, el problema del vídeo trasciende los gestos porque se sitúa en una áspera realidad española que se ha puesto de manifiesto una vez más con la acusación a los socialistas de romper el llamado pacto constituyente. Parece normal que no se hurgue maliciosamente en las actuaciones políticas franquistas de quienes han aceptado por lo menos jugar en el terreno constitucional, que si no es exactamente ser demócrata, sí tiene un parecido que puede ser suficiente y que un demócrata debe aceptar. El acuerdo ha de ser respetado, pero sobre él conviene hacer algunas precisiones. Una de ellas es que el pasado franquista de los políticos constitucionales debe ser silenciado por un medio público de comunicación siempre y cuando el antiguo franquista no exalte su tiempo de gloria al servicio de la dictadura, porque entonces las respuestas se vienen solas a los medios. Y otra, más importante aún a mi parecer, es que quienes además de protestar han desgarrado su túnica -una túnica que fue imperial en muchos casos- por la ruptura del pacto nunca se han quejado de que ningún pacto constituyente protege a los antifranquistas. Los antifranquistas han resultado notoriamentemenos protegidos que los franquistas, y eso desde todas las instancias públicas. Lo que se ha vuelto a comprobar con el remolino organizado por el vídeo.
Ningún pacto se estremeció cuando Enrique Curiel se vio retenido en Barajas por sus antecedentes de luchador en favor de la democracia. Ningún pacto se ha estremecido cuando ha dado con sus huesos en la cárcel, y no sé cómo de magullado, un matrimonio vasco de bastante edad acusado de haber ofrecido alojamiento hace años a Mario Onaindía. Ningún pacto se estremeció, ningún medio de la derecha de siempre se escandalizó y las túnicas siguieron intactas cuando centenares de demócratas tuvieron que implorar la devolución del pasaporte mediante las rogativas oportunas a las autoridades para que les fuera concedida, uno a uno y con el carné en la boca, una amnistía decretada para todos y que debiera haber sido aplicada de oficio. Una amnistía que ha cubierto mejor a los franquistas que a quienes el franquismo persiguió por ser demócratas.
La nostalgia no sirve para nada. Quienes viven, y duermen, con las medallas puestas de sus recuerdos antifranquistas no hacen más que seguir el modelo de los buenos y los malos que sufrieron personalmente. Los ex combatientes de profesión y leyenda suelen ser proclives al conservadurismo y a una idea inmóvil de la historia. Pero cuando el demócrata converso alardea de sus pecados previos (estados de excepción, por ejemplo, que tan útiles fueron además para ampliar el número de los enfrentados al franquismo y que tan útiles serían ahora para ampliar el número de los enfrentados a la democracia), no es de extrañar que se recuerden todos los pecados políticos y no sólo los que a cada uno le conviene. Como tampoco es de extrañar que, con recordatorios y sin ellos, quienes han seguido, en la democracia, teniendo casi que pedir disculpas por haber sido demócratas antes de tiempo y se sienten fichados por ello quieran también un pacto constituyente que les respete. Seguir siendo los vencidos históricos y tener sus recuerdos bajo ese epígrafe en los museos militares, incluso cuando se consiguen victorias en las urnas, resulta una paradoja entre trágica y grotesca, que son dos palabras fonéticamente recias. Y es que dicen que la distancia es el olvido, pero no se dan muchas razones para que nos lo creamos.
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