La calculada ambigüedad de Nabih Berri
El claroscuro del dirigente shií libanés, entre la mediación y la complicidad
, Para los integristas islámicos, Nabih Berri es un correligionario extremadamente conciliador, pero para sus detractores occidentales se convirtió en un "cómplice de los terroristas" al ordenar a sus milicianos de Amal que custodiasen a los 39 rehenes norteamericanos, a cambio de cuya liberación pidió la excarcelación de los libaneses de la prisión de Attit. Todos reconocen, sin embargo, que nunca EE UU pudo encontrar un interlocutor tan moderado entre los shiíes de Líbano.
El hombre que desde un modesto apartamento del populoso barrio de Barbur ha podido desafiar a EE UU tiene, paradójicamente, estrechos lazos familiares y comerciales con esa superpotencia, cuyos 39 ciudadanos mantiene en cautividad en los suburbios de Beirut.
El primer miembro de la familia Berri emigró a Estados Unidos en 1913, y el jefe de Amal siguió su ejemplo en la década de los sesenta y allí contrajo matrimonio con Leila, una lejana prima norteamericana de origen libanés, con la que tuvo seis hijos antes de separarse y regresar a Líbano. Aquí, en 1982, se casó en segundas nupcias con Randa, y no tardó en ser padre por séptima y octava vez.
Del otro lado del Atlántico, Berri dejó, además de su familia, instalada cerca de Dearborn, en el Estado de Michigan, varios negocios, pero se trajo consigo a Beirut algunos conocimientos de inglés y la famosa green card, que equivale a un permiso de residencia con derecho a trabajar.
Por haber publicado en plena crisis de los rehenes que Berri poseía en Michigan 16 gasolineras y un supermercado -él sólo reconoció ser propietario de un surtidor de hidrocarburos-, el semanario beirutí An Nahar Arab Intemational ha sido incautado por sus hombres en los quioscos de la capital.
Al margen de sus actividades político-militares, Berri nunca se ha despreocupado del todo de los negocios y su bufete de abogado en Beirut lleva, por ejemplo, los intereses de las líneas aéreas austriacas Austrian Airlines, la última compañía de aviación occidental en dejar de volar a Líbano a causa del caos que reina en un aeropuerto, justamente controlado por Amal.
Nacido hace 46 años en una familia de Tibnin, en el sur de Líbano, Nabili, hijo de un comerciante: afincado durante algún tiempo en, la colonia de Sierra Leona, estudió Derecho en la universidad árabe: de Beirut y en Damasco, donde, at finales de la década de los cincuenta, mucho menos marcada por el confesionalismo que la actual, simpatizó incluso con la ideología laica y socialista del baazismo.
El laicismo se diluirá a medida que trasncurren los años y Berri no dudará en adherirse, a principios de los sesenta, al movimiento de los desheredados, recién fundado por el imán Musa Sadr, misteriosamente desaparecido al término de un viaje a Libia, en agosto de 1978.
Tras un breve interregno en el que Hussein, actual presidente del Parlamento, asumirá la presidencia, Berri, el "hombre de Siria" se hará cargo, a partir de 1980, de la dirección de un movimiento que ya se ha transformado en Amal, pero que sólo alcanzará su apogeo cuando, tras la retirada de los Jedayin palestinos de Beirut, en 1982, se convertirá en la más numerosa de las fuerzas político-militares del país.
Escalada al poder
El 6 de febrero de 1984 es, probablemente, la fecha clave en la vida de Berri. Ante los bombardeos indiscriminados por el Ejército de los suburbios shiíes, renunció a respetar la legalidad impuesta por un Estado ideado por los católicos maronitas y lanzó a sus partidarios al asalto del sector oeste de la capital.
Obligó así al poder cristiano a negociar y a nombrarle incluso, en abril de ese año, ministro de Estado encargado de la justicia y del sur de Líbano.
Acaso sea por sus veleidades laicistas, acaso también por su formación jurídica y escasamente religiosa y su barniz de cultura occidental, adquirido en Michigan, Nabih Berri es, en el contexto shií libanés, un moderado. Al asumir defacto la dirección de una operación terrorista ha evitado nuevas efusiones de sangre y garantizado la vida de los rehenes estadounidenses.
Al frente de un movimiento armado indisciplinado, sobre el que intenta imponer su autoridad, Berri no podía permitir que los extremistas del Partido de Dios (hezbollah) monopolizasen un secuestro manifiestamente popular entre los shiíes y que realzaría, además, el prestigio de sus rivales si lograban forzar la liberación de los resistentes de Attit.
Pero al hacerse cargo de la operación ordenando a sus mificianos que participasen en la custodia de los rehenes se convertía a su vez en un cómplice de los secuestradores, y no en balde lamentaba en una de sus conferencias de prensa que "se ha presentado en EE UU y en Europa como un terrorista", cuya "familia e hijos son víctimas de ataques en Michigan".
"No soy un secuestrador", repetía con su voz suave, "soy un mediador atrapado entre la Administración norteamericana y los piratas aéreos, mientras uno de sus colaboradores, Ghassan Siblini, explicaba que Berri "no podía pedir a su shombres que defiendan y suelten a los norteamericanos mientras EE UU rechaze proteger a nuestro pueblo en el sur de Líbano, como lo hizo hasta ahora", vetando, en septiembre y marzo, dos resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU.
Acaso la mejor ilustración del dilema en el que se ha visto sumido Berri sea el comentario irónico que, durante la conferencia de reconcialicación libanesa, celebrada en marzo de 1984 en Lausana, se permitió el líder druso Walid Jumblat, al observar cómo el jefe shií se dejaba abrazar por el presidente libanés, Amín Gemayel, al que semanas antes no había dudado en describir como un criminal: "Si sigues haciendo estos compromisos", le susurró al oído al futuro ministro de Justicia, "dentro de unos años, en la próxima conferencia de esta índole,un representante del Partido de Dios se sentará en tu asiento".
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