Entre la torpeza y la maestría
El inglés David Lean es un cineasta contradictorio, pero muy brillante. No es profundo, pero narra con profundidad secuencias superficiales; se escapa por las ramas, pero de ellas extrae a veces esencias; se inclina hacia la oportunista línea de menor resistencia, pero afronta secuencias aisladas con autoexigencia; su estilo tiende al subrayado grosero, pero de improviso ofrece rasgos de elegancia; se desenvuelve como el pez en el agua en escenas grandilocuentes, pero en ellas puede ofrecer de pronto una excelente miniatura.Es un hábil cineasta de evidencias, pero se vuelve torpe ante los subentendidos ocultos; no sabe elevar con cadencias secretas las zonas planas de los guíones, pero domina las zonas de ascenso y las secuencias cumbre; carece de sentido del tiempo, pero es un virtuoso en la captura de espacios; dirige mal a actores malos, pero sabe dejar que escape torrencialmente la bondad de los buenos.
El puente sobre el río Kwai
Director: David Lean. Guión: Pierre Boulle. Intérpretes: Alec Guiness, William Holden, Jack Hawkins, Sessue Hayakawa. Produción norteamericana de Sam Spiegel, año 1959. Estreno en Madrid: cines Lope de Vega, Benlliure, Novedades, Cartago, Aluche.
En El puente sobre el río Kwai Lean hizo uno de sus trabajos más suyos en el sentido apuntado: una mescolanza de virtudes narrativas con sus sombras defectuosas. Por ejemplo, la secuencia de la huída de William Holden es visualmente tópica, pero le sigue otra, que se inicia con un plano angulado de Holden perdido en la selva, que es magistral: basta este plano para conocer la situación del personaje. Salvado Holden, otra secuencia mediocre en el cuartel inglés. Un bocadillo típico de Lean: dos escenas malas envuelven a un plano de formidable fuerza.
Otro ejemplo: las largas escenas de construcción del puente son rutinarias. Da la impresión de que Lean las narra porque no tiene otro remedio. En ellas, Lean se sale de tiempo, pierde el ritmo del relato y ofrece desganadamente elementos que serán conjugados en la escena final de la destrucción del puente. En esta, lo que antes fue inexpresivo adquiere una singular potencia. Y si la construcción del puente era cine menor, su destrucción se torna gran cine.
La gran escena final
Pocas veces un filme ha resuelto tan bien el difícil problema narrativo de la multiplicidad de puntos de vista como éste en su escena final. En ella, hasta los aspectos más negativos del estilo de Lean se potencian en una serie de brillantes aciertos en cadena, que logran incluso hacer de un violentísimo zoom -recurso fílmico innobleun alarde de oportunidad.Una gran escena, en la que Lean da lecciones de cómo orientar al espectador en un espacio escénico múltiple y lleno de vericuetos, dentro del que nos vemos obligados a saltar de punto de vista en punto de vista, de un rincón a otro del enorme escenario, sin que esto nos impida estar siempre perfectamente orientados en las coordenadas espaciales por donde transcurre la acción. Por supuesto, esto no impide que el remate final de la magístral escena sea una tonta chispa de moralina, indigna de la matemática acción precedente.
Lo mismo ocurre con la interpretación. Lean no sabe dirigir a Sessue Hayakawa. El comandante japonés, concebido como contrapunto dramático del comandante inglés, que interpreta Alec Guinness, se desfonda y, al diluirse, perjudica a la credibilidad de su oponente. Guinness comienza muy bien, se pierde en la zona media de la película y vuelve a erguirse con un brote de talento -su rostro profundo gritando "¡Mi puente! ¡Mi puente!"- en la escena final. A Holden y Jack Hawkins les ocurre lo mismo: forman un contrapunto que no cuaja hasta la escena final, es decir, tarde para que el espectador asuma tan de golpe su antagonismo.
El filme, después de 25 años, mantiene la altura de sus virtudes y la bajeza de sus sus defectos. Entre la torpeza y la maestría, el filme sirve para conocer el abismo íntimo que separa los alcances de las limitaciones de David Lean, un endiablado conocedor de su oficio, dotado como pocos para combinar la vulgaridad con la elegancia, la mudez con la elocuencia.
Babelia
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