España y la brava catadura de orujo serrano
Al Año Europeo de la Música, tan convencional como todos los anales conmemorativos, le han puesto los franceses en el día de hoy la guinda de la Gran Fiesta de la Música. Una guinda que, según los lugares y las gentes, tendrá sabores perfumados de Armagnac o brava catadura de orujo serrano. La Gran Fiesta de la Música, solemnemente declarada en todo el territorio nacional por la Dirección General de la Música poco antes de su reconversión en Instituto de las Artes Escénicas y de la Música, puede ser pretexto para meditar con brevedad sobre la situación musical en España, sobre un estado de la cuestión que a unos les parece altamente prometedor, y a otros, decididamente deplorable, y a unos terceros, ni fu ni fa, porque, en el fondo, "no saben, no contestan".La gran fiesta llenará algunas calles y plazas europeas de sones cultos o populares, antiguos y modernos, solemnes o llanos, al modo de nuevos Fastos de la Grande y Antigua Ministrilería. Entre nosotros, la aparición en el horizonte de tan modesto precometa Halley musical arrastra en su estela un conjunto de sucesos y problemas. Suena en Madrid el Mahler y el Strauss bien acordados por el indio Zubin Mehta con la Filarmónica de Nueva York sponsoreada -valga el barbarismo- por la Citybank, casi nadie al aparato.
El tradicional y casi histórico festival de Granada asoma con cierta timidez su nueva imagen en el coso de Carlos V, con faena antoñeteña de Lorin Maazel y alternativa de Edmon Colomer, ambos con la Sinfónica de Londres. Guarda silencio conflictivo la Orquesta de la Ciudad de Barcelona, triunfa brillantemente la Sinfónica de Euskadi y arman ruido, que no armonioso discurso, los problemas de la Sinfónica de Radiotelevisión Española y la Nacional, cuyo titular, el tridimensional Jesús López Cobos, puede no renovar su contrato; los problemas de la RTVE no se sustancian con el director, Miguel Ángel Gómez Martínez, ahora bidimensional por la concentración en su batuta de los poderes musicales de los radiotelevisivos y el teatro Lírico Nacional, léase teatro de la Zarzuela. Son cuestiones entre el colectivo y la gerencia, entre los administrados y los administradores, entre el Ente y el ser.
Auditorios
Una reconversión se anuncia en medio del aplauso general: la del teatro Irreal (pues que de una sala de conciertos se trata por ahora) en coliseo nacional operístico, lo que viene a ser como la devolución de su nombre antiguo a la gran calle de nuestra lírica. Avanza la construcción de los auditorios de Madrid, Cuenca y Valencia en tanto se preparan los proyectos de Barcelona y Santander y los de los palacios de congresos de Salamanca y Granada. Quizá cuando el tiempo pase, la gran herencia musical de la actual Administración -continuando la de la anterior, seamos justos- sea la dotación de nuevas casas para la música, el ballet y el teatro españoles.
Consenso entusiasta ha producido la concesión de los premios nacionales a la pianista Alicia de Larocha y al compositor Xavier. Montsalvatge, y verdadero acontecimiento supone la Joven Orquesta Nacional de España y las formaciones similares que ya dibujan sus perfiles en uno u otro rincón nacional. Digna de celebrarse la política de exportación musical con la salida de músicos y agrupaciones a Italia, Bélgica, el Reino Unido, Suiza o Estados Unidos.
Pero entre el brillo. y la discusión, transmutada con frecuencia en guirigai, de los divos de todo género, sean de la voz, de la batuta, de la gestión, del poder o de la crítica, se olvidan o relegan las grandes cuestiones ensombrecedoras de nuestro panorama. Cada una de ellas merecería, por lo menos, el espacio que se concede a los divos y a las reyertas. Queden ahora apuntadas, como contribución ácida pero positiva, a la gran fiesta de una música, la española, que posiblemente no está para verbenas y saraos.
Primera y principal cuestión: la educación musical a todos los niveles, desde la EGB a los conservatorios superiores; segunda, los compositores que, quiérase o no, protagonizan: la historia musical. En este aspecto, aparte encargos especiales como los del traído Año Europeo de la Música, con las anunciadas fiestas centenarias del descubrimiento, se han dado algunos pasos atrás que no puede cubrir, por sí solo, el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea. Y cuando nuestros creadores, gracias a su solo esfuerzo, obtienen éxitos resonantes en el extranjero, se suele ignorar.
Tercero y definitivo problema: la falta de respuesta de la sociedad, lo que nos lleva a engañosas apariencias. Así, la brillantez de las actividades musicales madrileñas es mucho menos real si se piensa que está casi en su totalidad organizada y subvencionada por los departamentos estatales, de la comunidad o del municipio con esporádicas y valiosas aportaciones de entidades privadas, bancarias principalmente.
Entonces cabe el peligro de convertir la música, incluida la difusión del repertorio y los intérpretes que enriquecen a editores empresarios, en un asunto de Estado. Grave cosa para una sociedad responsable y normalmente articulada.
A mi entender, el día que pueda hablarse de reprivatización de la música será para España, lo haya sugerido Francia o no, la Gran Fiesta de la Música.
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