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El nuevo bachillerato, más allá del latín

Todo debate es útil y necesario, especialmente cuando se refiere a un asunto de amplia repercusión como la reforma de las enseñanzas medias, actualmente en su segundo curso experimental en 105 centros de BUP y FP del ámbito nacional. Se pretende estructurar la futura enseñanza secundaria en dos ciclos: un primer ciclo, el bachillerato general, de dos años de duración, correspondiente a los 14-15 años de nuestros alumnos, que subsumiría lo que hoy es primero y segundo de BUP y Formación Profesional de primer grado. Este bachillerato se establecería, con carácter general, en el momento de la aprobación de la correspondiente ley en el Parlamento y conllevaría la extensión de la escolaridad obligatoria hasta los 16 años.El segundo ciclo de la enseñanza secundaria, que comenzará a experimentarse a partir de octubre de este año, y que supondrá, en su momento, un sustancial aumento de la oferta educativa en la enseñanza posobligatoria, está estos días terminándose de perfilar en torno a dos grandes bachilleratos: el humanístico-científico y el técnico. En un futuro no muy lejano se articulará un tercero: el bachillerato artístico. En los proyectos iniciales, el bachillerato humanístico-científico se desarrolla en tres especialidades: filología, ciencias sociales y ciencias de la materia. De igual forma, la experimentación del bachillerato técnico se circunscribirá en octubre a dos grandes ramas: industrial y administrativa.

Interés

Hasta aquí una descripcion sumamente esquemática y breve. Se han publicado informaciones más amplias en numerosas ocasiones, además de las que pueden recabarse en los mismos centros en los que se está experimentando la reforma o a través de las innumerables jornadas organizadas por toda España y que denotan un grado de interés importante y propician el necesario debate.

No voy a insistir en las razones que avalan la necesaria reforma de las enseñanzas medias; sin embargo, subrayaré algunas directrices que me parecen importantes. Una es la extensión de la enseñanza obligatoria hasta los 16 años, que supondrá un paso más tendente a compensar las desigualdades sociales, además de hacer coincidir el término de la enseñanza obligatoria con el comienzo de la edad laboral, evitando,al tiempo esa doble red discriminatoria que hoy se conforma al término de la EGB. Otro aspecto fundamental con el que se enfrenta la reforma es el que se relaciona con los planes de estudio.

Desde esta perspectiva, la reforma de las enseñanzas medias intenta abordar a fondo un problema de gran envergadura teórica. En la tradición científica occidental ha primado hasta hace poco una concepción acumulativa de la ciencia.

Cada nuevo descubrimiento científico era llamado a engrosar el índice de los libros de texto. Así, la enseñanza ha sido entendida fundamentalmente como un proceso de transmisión de información. Pero ha llegado un momento en que ni siquiera el especialista posee toda la información que se produce en su campo. A ello ha de unirse el hecho de que la transmisión de información científica suele realizarse de una forma absolutamente descontextualizada, fuera de su ámbito lógico, psicológico y social, lo que convierte a la ciencia en un conjunto de ideas inertes.

Ciencias del siglo XIX

No debe olvidarse además la casi nula presencia en la enseñanza media de las ciencias nacidas en el siglo XIX (antropología, psidología, sociología, etcétera) ni el desafío que representa la introducción de las nuevas tecnologías. Se impone, pues, la reflexión siguiente: los programas actuales están excesivamente recargados y, sin embargo, es urgente introducir nuevos conceptos teóricos aportados por las ciencias, pero los horarios de los alumnos son excesivos y deben reducirse.

El problema es serio y hay que abordarlo de forma que no se reproduzca en la enseñanza media el esquema superespecializado de la Universidad; debe replantearse el concepto de asignatura y el modo de transmisión científica dentro del sistema educativo.

Hacer una crítica unilateral, es decir, desde la perspectiva de una sola materia o disciplina, es fácil; la dificultad estriba en que, si el plan de estudios se hiciera eco de las pretensiones de todos los colectivos con intereses científicos o profesionales particulares, el catálogo de materias sería exhaustivo; el currículo, inalcanzable, y los horarios escolares de nuestros alumnos, todavía más abrumadores.

Corresponde, pues, a la Administración educativa y a todos los sectores implicados en la enseñanza contribuir a diseñar un plan de estudios más pensado en función de las necesidades de nuestros alumnos, en sus disponibilidades y en su futura actividad como ciudadanos en un mundo cultural, social y, técnicamente, cada vez más complejo y difícil.

Es comprensible que en este proceso de reestructuración del currículo haya colectivos que se sientan lesionados, tanto más cuando un proyecto curricular no es un modelo axiomático necesariamente infalible. No es tan lógico, en cambio, el tono apocalíptico con que acompañan sus juicios sobre unos programas que necesariamente deben armonizar unos currículos ya excesivamente recargados e inactuales.

El latín

Especialmente polémica está planteándose la reorganización de una asignatura, el latín, dentro del nuevo diseño del bachillerato. Se denuncia insistentemente su desaparición, cuando en realidad quedará, según los nuevos planes, como asignatura optativa en tercero y COU, como ya lo era y lo seguirá siendo; se proclama su insustituibilidad como instrumento lógico de relación y dominio de la realidad, con toda suerte de citas en torno a los fundamentos latinos de nuestra cultura.

Es una polémica que ya afectó a Unamuno, que en 1907, desde su cátedra de Griego, afirmaba: "Yo no creo que el latín deba ser un conocimiento exigible a todo bachiller, algo que deba entrar en aquel mínimo que se debe pedir a todo hombre que aspire a pasar por culto...". Hoy, 80 años después de esas declaraciones, resulta cuanto menos chocante tener que recordarlas.

Otro aspecto particularmente importante es el de los horarios. En el plan de estudios experimental se fija en 30 horas semanales la jornada escolar, en contraposición a las 33 horas actuales -34 en las comunidades autónomas con lengua propia- obligatorias para todos los alumnos, y quedan cinco horas para la libre disposición de los centros.

Se rompe, pues, la rigidez de los horarios actuales y se pone en manos de los centros la posibilidad de responder a la diversidad de situaciones de los alumnos, limitando las horas obligatorias a los mínimos considerados estrictamente indispensables.

Para terminar, es importante resaltar que las metas más significativas de esta reforma -como son el dominio eficaz del idioma y el desarrollo del sentido crítico, del razonamiento lógico, de la creatividad, etcétera- sólo pueden conseguirse satisfactoriamente mediante la selección, exigente y rigurosa, de los contenidos científicos y mediante la aplicación del método activo en su aprendizaje.

Ojalá la necesaria y saludable polémica sobre la reforma de las enseñanzas medias supere las posturas unilaterales y se extienda a otros aspectos de mayor relevancia educativa. ¿Es posible atraer hoy a los jóvenes a nuestros centros escolares por medio de una motivación real y no por pura obligación? ¿Qué se aprende en la escuela y qué fuera de ella? ¿Cómo afectan las relaciones escolares y la propia organización escolar a la formación de nuestros ciudadanos jóvenes? Estos y otros interrogantes nos preocupan profundamente a todos los que tenemos que ver con esta reforma educativa.

José Segovia es director general de Enseñanzas Medias.

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