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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El síndrome de Teherán

EL SECUESTRO de un avión comercial norteamericano perpetrado el pasado viernes por un comando terrorista shií, mientras cubría el vuelo Atenas-Roma, parece haber retrotraído a la Casa Blanca a los tiempos en que la Administración demócrata de James Carter se debatía en un mar de dudas tras la ocupación de la Embajada de Estados Unidos en Teherán. Mientras los secuestradores del Boeing 727 de la TWA piden a cambio de la vida de los rehenes la liberación, entre otros, de unos 700 shiíes detenidos en las cárceles de Israel, el Gobierno presidido por Simón Peres parece dispuesto a ceder, siempre y cuando sea la Casa Blanca quien solicite la liberación de los detenidos. La Administración Reagan está, así, en una situación delicada, sólo comparable a la que Carter tuvo que hacer frente en Teherán y cuyo desenlace agrandó el tamaño de su previsible derrota electoral frente a Ronald Reagan.Hace seis meses, a principios de diciembre de 1984, la Administración Reagan asistió impotente a un caso semejante al que ahora se está viviendo entre Beirut y Argel. Entonces, otro comando secuestró un avión kuwaití, que posteriormente fue desviado a Teherán. En aquella ocasión, dos rehenes norteamericanos fueron asesinados y la Casa Blanca acusó a las autoridades iraníes de connivencia con los secuestradores. Ahora, mientras los rumores de una intervención norteamericana acompañan las negociaciones, Washington teme, no sin fundamento, que Nabih Berri, ministro de Justicia, ministro de Estado para el sur de Líbano y líder de la milicia shií Amal, se haya convertido, con su mediación, en juez y parte.

El secuestro del avión de la TWA, en el que un ciudadano norteamericano ya ha resultado muerto, guarda, además, otra semejanza con la ocupación y retención, durante 444 días, de los diplomáticos y funcionarios de la Embajada estadounidense en Teherán. A mediados de 1980, los ocupantes de la legación diplomática decidieron ponerse, al abrigo de una posible intervención norteamericana y dispersaron a los rehenes por distintos lugares de Teherán y sus alrededores. Con su posterior naufragio en el desierto denominado Mar de la Sal, las fuerzas de elite norteamericanas que pretendieron liberar a sus compatriotas fracasaron.

Seis años después del drama de Teherán, la táctica se repite en Beirut, donde los militantes de Amal campan por sus respetos, garantizan la vida de los rehenes y, al mismo tiempo, recomiendan a Washington que acepte las condiciones de los secuestradores. El comando que desvió el avión, perteneciente, al parecer, a la organización Hijos de Dios, muy próxima a los postulados de Jomeini, ha diseminado ahora a sus rehenes, entre ellos a nueve judíos de nacionalidad norteamericana, por la torturada geografía de Beirut. Con esta acción, realizada mientras los buques de la VI Flota se situaban frente a la capital, los secuestradores no sólo han evitado un asalto al avión, sino que parecen prepararse para una situación cuyo desenlace podría prolongarse en el tiempo y tener unas consecuencias imprevisibles.

En un Líbano balcanizado e ingobernable, la retirada del Tsahal (Ejército israelí) coincide en el tiempo con un nuevo desafío para Estados Unidos. Líbano representó un rotundo fracaso en el primer mandato de Reagan tras la retirada de las tropas norteamericanas pertenecientes a la fuerza de pacificación. La intervención israelí, de 1982 significó el principio de la derrota y de la división que hoy conocen las fuerzas palestinas, pero la acción que sumió a buena parte del pueblo israelí en una profunda crisis moral sirvió también para abrir la caja de Pandora de los movimientos fundamentalistas islámicos, que ahora se enseñorean de la situación con el permiso de Damasco. En este contexto, el rompecabezas libanés se ha convertido en una pesadilla. Mientras la opinión pública norteamericana puede ver al líder del movimiento Amal como parte de una farsa destinada a humillar a su todopoderosa Administración, el presidente Reagan parece como prisionero, sin embargo, de aquella retórica que para propiciar el regreso de América apostó por esa manera fuerte de gobernar cuya ausencia en Washington tanto reprochó al que para sus ojos fue el débil James Carter.

El protagonismo de Estados Unidos en la acción ha situado en un segundo plano al Gobierno español, a quien se exige la liberación de dos shiíes encarcelados en Alcalá-Meco, después de que Grecia cediera ante los secuestradores y reabriera el debate sobre la oportunidad o no de plegarse a las demandas terroristas. A la luz del problema interior del terrorismo de ETA, parece lógico que la inflexibilidad frente al terrorismo externo sea también la respuesta gubernamental al chantaje, cuando además todavía está sin aclarar la participación de grupos islámicos en el brutal atentado del restaurante madrileño El Descanso.-

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