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La carrera por la jefatura del Estado en Italia

El 'cónclave' del Quirinal

La elección del octavo presidente italiano estará marcada por la rica herencia que deja Sandro Pertini

Juan Arias

JUAN ARIAS, Dentro de sólo ocho días los 1.011 grandes electores italianos (diputados, senadores y representantes regionales) comenzarán las votaciones para la elección del nuevo presidente de la República. Y mientras se sigue dudando si el anciano actual presidente, Sandro Pertini, podría ser reelegido, están ya en pie las grandes maniobras electorales, el cónclave del Quirinal (sede de la presidencia), como lo ha llamado el vicesecretario socialista, Claudio Martelli. Y como ha escrito La Repubblica el viernes pasado, 1os tejedores de tramas están ya al trabajo".

Los observadores políticos dicen que pocas veces como ésta la elección de un presidente de la República ha presentado tantas incógnitas y dificultades en Italia. Y eso que todas las anteriores fueton también agitadísimas. Para empezar, es la primera vez que seriamente se plantea el problema de una reelección del presidente para otros siete años de Jefatura nacional. Pero hay algo más. Pertini, en todo caso, deja una herencia dificilísima. Con él, ha llegado al culmen de su prestigio la máxima institución del Estado, que tantas veces se había visto zarandeada por los escándalos políticos y económicos, como en el caso de su antecesor, el dernocristiano Giovanni Leone, que tuvo que dimitir antes de acabar su mandato ante las acusaciones de corrupción que la opinión pública echó sobre él y sobre su familia. Sandro Pertini, un socialista incómodo y durante años arrinconado dentro del partido, austero, temperamental, limpio de alma y cascarrabias por carácter, ha sido el séptimo presidente de la República, tras de De Nicola, Einaudi, Gronchi, Segni, Saragat y Leone.

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Fue elegido el 7 de julio de 1978 casi por aclamación, aunque la candidatura surgió en el último momento como solución de compromiso. Hoy se sabe que. fue sugerida por los comunistas a la Democracia Cristiana, y por eso el PCI votó en masa por él.

Y casi de la sombra, aunque era el diputado más popular entre los periodistas por su franqueza innata, Pertini se reveló en seguida como un presidente atípico, nuevo y fresco, a pesar de sus 82 años. Sorprendió en seguida su primer discurso, que le valió el calificativo de Juan XXIII en edición laica. Pidió, citando a Isaías, que "se vaciaran los arsenales de armas y se llenaran los graneros", y gritó: "Hay que asegurar trabajo a cada ciudadano porque la desocupación es un mal terrible que empuja a la desesperación".

Y los italianos empezaron a conocer la verdadera historia de aquel anciano, hasta, entonces en segundo plano, pero que contaba con un pasado rico de todo: de lucha antifascista, de condenas a muerte, de 15 años entre cárcel y exilio, de fugas valientes de las penitenciarías y de tanta pasión humana. Eran aquellos momentos de gran tensión entre socialistas y comunistas. Pero en cuanto obtiene la libertad, lo primero que hace es pedir a Badoglio que saque de las cárceles a los comunistas. En una de las cárceles, Pertini se tropieza con Antonio Gramsci. Sabe que lo tienen en una celda sin una mesa ni una silla, sin un papel ni un lápíz. Protesta, se juega el tipo y obtiene las cuatro cosas para su adversario político. Y allí nacieron los famosos Cuadernos desde la cárcel. Gracias al socialista Pertini.

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Durante estos siete años, el anciano presidente se ha ganado a la opinión pública italiana e internacional. Sobre todo, por sinceridad. Ha sido sincero hasta cuando se ha equivocado; lo ha confesado y ha pedido perdón.

Le ha tocado vivir los difíciles años del terrorismo. Ha sido el presidente que ha asistido a más funerales de familias de víctimas del terror. Ha llorado mezclado con la gente. Y mientras ésta gritaba e insultaba, por rabia, a los otros políticos y a los miembros del Gobierno, a Pertini se le aplaudía siempre. Menos una vez. Fue en el funeral por las víctimas de la terrible matanza de la estación de Bolonia, en agosto de 1981. Una joven, hija de uno de los muertos, se negó a darle la mano. Pertini sufrió terríblemente, pero se excusó en público. Días más tarde, la joven corrió a Roma para abrazarle como a un padre, pidiéndole perdón.

Han sido siete años de sorpresas. Ha sabido cuidar su imagen, pero con naturalidad. Se ha deja do llevar de su impulso y ha gusta do a la gente. Un día la extrema izquierda atenta contra un neo fascista. El joven está moribundo en el hospital, y allí se presenta Pertini. Nadie se lo quería creer. "Es un joven que está muriendo", se limitó a decir tras haber abrazado a su madre que lloraba.

Político incorrupto, galante con las mujeres, enamorado de los niños, que recibió a manadas en el Quirinal cada mañana para discu tir con ellos, ha sabido cantar las cuarenta hasta al lucero del alba. No sabe callarse, no ha tenido nunca pelos en la lengua. Un día dijo: "Estoy seguro de que hoy la mayor parte de los que me eligie ron no volverían a hacerlo". Su honradez ha asustado a muchos. No ha sido tierno ni con su partido, por el afán de aparecer "por encima de las partes", como testigo fiel de la unidad nacional.

Encargó al socialista Bettino Craxi formar Gobierno dos veces, hasta que lo consiguió. Fue el pri mer jefe de Gobierno socialista. Sin Pertini no lo hubiese sido. Pero cuando fue necesario no dejó de pincharle. Por ejemplo, cuando Craxi y Martelli, el vicesecretario del partido, se quejaron de que Pertini había contribuido al adelantamiento comunista en las elecciones europeas tras la muerte de Berlinguer, porque Pertini se lo había llevado muerto en su avión a Roma "como a un amigo querido". Pertini se enteró de las quejas de Craxi y Martelli. Les llamó y les dijo: "Podéis hacer una cosa: id a Verona, suicidaos sobre la tumba de Julieta y yo os traeré a Roma en mi avión".

Quienes no han comulgado con la presidencia carismática de Per tini han acusado a sus defensores de papalatría, de divinización. El presidente de la Democracia Cris tiana ha alertado sobre el peligro de hacer del Quirinal "una monar-

El 'cónclave' del Quirinal

quía". Y hasta Leonardo Sciascia, el gran escritor siciliano, ha dicho hace poco que para el Quirinal sería mejor un hombre "que pase más inadvertido" para dejar actuar en paz al Gobierno y a las otras instituciones.El político más amado

Sin embargo, si lo eligieran los ciudadanos directamente continuaría siendo aún el presidente hasta su muerte. Ha sido, en efecto, el político más amado por el pueblo en la historia de esta República. ¿Quién será el nuevo y octavo presidente de la República? La quiniela es peliaguda. Hay esta vez mucha carne en el asador. Los nombres que se barajan son muchos. Todo hace pensar, sin embargo, que sí Sandro Pertini no fuera reelegido, quien tiene mayores posibilidades de heredar el Quirínal es un democristiano, es decir, un católico. Lo ha pedido pública y oficialmente el secretario democristiano, Ciriaco de Mita. Y la Democracia Cristiana es el partido de mayoría relativa, sin cuyos votos es impensable que pueda elegirse un presidente.

Pero la última palabra no se ha pronunciado. Aparte de la posíbilidad -no descartada del todo, aunque cada día menos probable- de una reelección del anciano Pertini, que por el momento es sólo el candidato de comunistas y demoproletarios, no puede excluirse que, ante la imposibilidad de reelegir un democristiano, pueda volver al Quirinal un laico. Aspira, por ejemplo, Giovanni Spadolini, republicano, actual ministro de Defensa y ex vicepresidente del Gobierno. Aspiran los liberales y también el líder radical Marco Pannella.

El punto crucial de estas elecciones consistirá en si el nuevo presidente será un personaje que apoye la política delpentapartido o si será alguien que busque caminos nuevos. En el primer caso, el partido comunista se quedaría otra vez arrinconado en la oposición. En el segundo caso podría abrirse la posibilidad a los comunistas para que puedan entrar definitivamente en el juego democrático con todos los derechos, acabando con un tabú y con una Italia bloqueada políticamente por el veto al partido comunista para participar en el Gobierno.

Del futuro presidente dependerá en parte el que pueda triunfar una determinada línea de política interior. Por eso, el juego será duro y sin exclusión de golpes hasta el último momento.

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