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Amal rompe el alto el fuego para arrebatar a los palestinos sus últimos reductos en Beirut

El alto el fuego entre palestinos y shiíes enfrentados en los campamentos de refugiados de la capital libanesa quedó roto ayer por la mañana, 72 horas después de su proclamación, y el ruido de las explosiones de los proyectiles anticarro y de mortero podía ser oído en el mismo centro de la ciudad. Después de haber conquistado el asentamiento de Sabra, la milicia shií Amal (Esperanza) parecía ahora empeñada en arrebatar a los fedayin su último reducto en el de Chatila, donde unos 300 guerrilleros exhaustos resisten aún a los bombardeos de la artillería enemiga, a la que replicaron desde la sierra circundante cañones de la disidencia palestina.

La posible caída del templo musulmán en manos shiíes marcará acaso una pausa en los combates, al no atreverse Amal a dar el asalto al campamento sitiado de Burj el Barajne, el mejor defendido y el mayor de Beirut, con una población estimada por la UNRWA (agencia de la ONU encargada de los refugiados palestinos) en cerca de 12.000 habitantes, pero que otras fuentes cifran en 20.000.El persistente desacuerdo entre Amal y los palestinos pro y anti-Yasir Arafat, líder de la OLP, sobre el desarme de los fedayin (guerrilleros palestinos) y la asunción por la VI Brigada del Ejército regular libanés -predominantemente shií- de la seguridad de los campamentos incitaban, sin embargo, a la Prensa beirutí de ayer a vaticinar que ninguna de las próximas treguas será duradera.

Los enfrentamientos parecían más bien poder extenderse a otras zonas más meridionales de Líbano, como Sidón y Tiro, donde los corresponsales de Prensa señalaban ya pequeños incidentes en torno a otros campamentos de refugiados entre militantes shiíes en armas y elementos palestinos.

El recrudecimiento de la tensión bélica en Beirut impidió ayer de nuevo a la Cruz Roja proseguir la evacuación de los cadáveres y heridos de los campamentos cercados -durante el fin de semana recuperó 40 cadáveres y un centenar de enfermos-, y a la UNRWA, distribuir en Burj el Barajne el cargamento de víveres transportado por cuatro camiones.

La situación sanitaria de este campamento sitiado es dramática, a juzgar por los relatos de los heridos evacuados el domingo por la tarde, que lo describen carente de agua y repleto de cadáveres, enterrados a veces apresuradamente de noche en fosas comunes, mientras unos 260 héridos -60 en estado grave- no pueden ser atendidos por falta de medicinas y esperan ansiosos un hipotético rescate.

Aún asustado por el minucioso registro al que fue sometida por Amal la ambulancia en la que fue sacado el domingo de Burj el Barajne, Husein, un palestino de 18 años de edad, herido en un pie, afirmaba ayer, desde su lecho en el hospital druso de Chueifat: "Existe un riesgo de epidemia en el campamento si no se reparten rápidamente agua y medicamentos". "Aquello", añadía, "es un infierno".

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Aunque vaciado de sus refugiados, Sabra era también otro infierno, donde los milicianos shiíes destruían ayer con dinamita o excavadoras, por tercer día consecutivo, todos los tambaleantes edificios aún en pie para evitar, explicaba un responsable, que "los palestinos se vuelvan a atrincherar allí" o, según un funcionario internacional, para que ninguna construcción obstaculice los disparos contra Chatila de los vetustos carros de combate T-54 que posee Amal. En medio del estruendo de las explosiones, un shií ofrecía a los periodistas, autorizados a caminar tan sólo unos metros entre los escombros de Sabra, pitillos de las mejores marcas americanas, cuyas cajetillas había dispuesto como un castillo de cartas sobre dos cajas vacías de electrodomésticos.

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