Los que se quedan
Son síntomas. El anuncio de la posible reaparición de Manuel Benítez, El Cordobés, el triunfo en Madrid de Espartaco -un torero pimpante, pero de escasa hondura-, la división de opiniones ante la oreja que Ruiz Miguel cortó a un Victorino -aclamadísima, de seguro, un par de años atrás-, la saña contra Paula justo el día que volvía a cortar oreja el de Espartina, parecen demostrar que una parte de la afición añora el triunfalismo de antaño. Son quienes no vieron otra crisis que la que reflejaba el dato escueto de la disminución del número de orejas cortadas, quienes se alineaban con los taurinos en la opinión de que en Las Ventas salía el toro elefantiásico, ilidiable, la fiera corrupia. Son, en fin, quienes reprochan a los diestros esa falta de honradez por la que ellos traducen lo que no es sino volubilidad caprichosa de quien ha sido tocado por el genio.Pero la cuestión tiene una vertiente doble. De un lado, esta vuelta al inefable dar al público lo que (dicen que) pide. Del otro, la carencia de alternativas reales a esta resurrección de la risa, la carrera, el mantazo y hasta, si nos descuidamos, el salto de la rana. No olvidemos que en la Feria de Otoño se retirará Antonio Chenel y que se fue también Manolo Vázquez. Antoñete se va sin dejar sucesor y, lo que es peor, casi sin escuela, o, lo que es lo mismo, sin que quede arriba ningún torero no ya de su clase, sino de sus características. En el hijo de Pepe Luis tendrán su sucesor Curro y Paula cuando se vayan, pues el de Sevilla es diestro irregular y hondo, capaz de emocionar con un arte que muy pocos poseen. Pero detrás de don Antonio, aunque vengan unos cuantos, no viene nadie.
Quizá una de las responsabilidades de quienes vamos a los toros sea la que nos toca en un momento tan importante como es éste de la transición entre los que fueron y los que quieren ser. Toreros como Esplá, Curro Vázquez, Julio Robles, Roberto Domínguez, Yiyo, Jaime Malaver, Pepe Luis o el redivivo Ortega Cano son quienes pueden heredar -y ojalá el tiempo les de la razón- a los que se van. Lo que ocurre es que de todos estos diestros, tan interesantes cada uno, tan inteligentes, ninguno posee ahora el carácter del perfecto primogénito. ¿Quizá Esplá, el más verdaderamente diestro de todos? Por no hablar de otro estigma que también les marca y no poco: son irregulares. Y en esto de los toros hay que parecerse a uno mismo en todo, si en lo bueno o en lo malo tanto da, el caso es no defraudar a quien espera lo que espera y nada le aflige tanto como que le quiten la razón.
Sin embargo, la esperanza está en eso, en la diversidad, en que los presuntos herederos no son hijos clónicos de nadie. Son algo así como bastante humanos y no llevan dentro ningún monstruo de la naturaleza. ¿Que eso es lo malo? tal vez para quien crea en los milagros y vaya a la plaza a que le den todo hecho. La verdad es que no deja de tener su gracia asistir al fin de una época dentro de un arte aparentemente anacrónico -en realidad es el tiempo quien se detiene- que a 15 años del año 2000 se suceda a sí mismo a la búsqueda de su propia verdad.
Cuando en otoño se vaya Chenel va a parecer que esto se acaba. Quizá la sensación de vacío anime a volver a algún maestro. Pero el que se anime que sea maestro de verdad, aunque vuelva por dinero, por el prurito de gozar otra vez la miel gustada antaño. Pero si no vuelve nadie, ya saben lo que les quedará a quienes por edad les corresponde el relevo. Que lo piensen un poco cuando les de pereza poner bien al lloro en suerte frente al caballo, o cuando el picador le pegue de lo lindo al bravo, que acabará derrengado para que no le pase nada al maestro, o cuando consientan el banderilleo vulgar de sus subalternos, o cuando en vez de lidiar engañen. A ellos les toca mantener la fiesta ahora que los mayores se van, y lo que sea de ella depende mucho de lo a pecho que se tomen eso que hoy les da miedo y mañana puede darles gloria.
Babelia
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